Con ustedes, un Cuentito.
Hubiera querido que fuera diferente. Ella lo sabía. Era la primera vez que lo veía en su vida, pero era fácil comprenderlo. Leer en su rostro sus pensamientos era tan sencillo que no terminaba de asombrarla. De haber sabido que era así de fácil, hubiera aprovechado mejor mi tiempo, pensó.
Él le había dedicado una mirada de lejos. Desde su salón, reconociéndola. Pero no podía separarse de sus hijos, su mujer, su madre, su papá, sus hermanos, sus amigos. De todo su clan que se había presentado en pleno. Paseaba entre los presentes sin dejar de acariciarlos, de besarlos en el viento, de alentarlos. Él sí tenía una familia. Y cómo hubiera querido que las cosas fueran distintas. A ella, en cambio, le daba mismo. A despedirla habían venido unas cuantas tías y conocidos viejos. De esos que se enteraron por el periódico. En verdad ni se acuerdan bien de ti, pero igual vienen porque les gusta el sabor del café de los velorios y aprovechan para ver gente. Se divierten como locos rajando del muerto y apuestan secretamente quién será el próximo.
Amalia estaba ahí afuera. Todavía confundida por el súbito cambio de estado de sólido a gaseoso. Sin haber aprendido todavía a no desear, a no sentir su cuerpo faltante, se moría por un pucho, un café cargado y por mear hacía rato. Comer un poco. Un pollo a la brasa, por ejemplo. Él no quería nada. Aunque si pudiera tomaría una ducha. Su familia había limpiado y emperifollado primorosamente a su cadáver. Pero él seguía llevando el terno gris medio bañado en sangre desde el accidente. Le molestaba la humedad y el pegoste. No podía evitar los estremecimientos del frío.
Ahora que sus orejas no servían más , no tenía problemas para oír, y sin ojos, podía ver todo claramente. Un privilegio miserable pero divertido. Exclusivo para los muertos y los entes divinos. Ahora podía no sólo leer los pensamientos. Sino también oírlos, olerlos. Miraba desde el patio de lajas que unía los dos velatorios, al interior del salón de Carlos. Nunca antes lo había visto. Imposible. Ella conocía a mucha gente. Pero no a este joven. Tenía una excelente memoria a pesar de la muerte. Le gustaba el espíritu de este hombre, quien lamentaba terriblemente, que el velorio lo hubiera organizado su madre. Sufriente por naturaleza y absolutamente desolada por la fatal perdida de su hijo, había encargado todo a una empresa convencional. De esas que te hacen tragarte la muerte como una píldora. Mimos pagados que además salen tan caros. Maldecía no haber tomado las precauciones del caso. Haber redactado en vida por ejemplo una carta. Autorizar a Silvia a organizar su velorio. Ella – la castaña bonita sentada en la esquina, la que no para de fumar –es su mejor amiga. Ha sido la mejor compañera para la fiesta de promoción, su organizadora de juerga al ingresar a la universidad, al egresar y al doctorarse. Como también fue, en complicidad con su esposa -la pelirroja sentada al lado del féretro, la que ya no llora- la organizadora de su despedida de soltero y coordinadora general de su matrimonio, que según las imágenes que flotaban en el recuerdo, fue maravilloso. Música para toda la familia. Ellos felices. Sus hijos, los tres, ya estan en la fiesta jugando, sólo que nadie los ve. Aún no han llegado al mundo.
Él hubiera querido que en su velorio hubiera también una orquesta, y trago abundante para la familia y los amigos. Que bailen y beban. Que lloren si quieren. Y si quieren que se rían, que coman, que olviden. Que sean tratados bien. Si Silvia hubiera organizado esto habría creado también un espacio colindante con velas aromaterapéuticas, un cura, un par de monjas o krishnas, algún amigo psicólogo. Un sitio cómodo para quienes sufrieran más la pérdida. Divanes, almohadones, luz tenue. Un poco de gentileza. Como publicista, tenía muy en cuenta el efecto que crea en la gente el contexto en el que se presentan las cosas. Y le preocupaba lo perjudicial que podía estar siendo para sus niños, su esposa y su propia madre toda esta atmósfera doliente. Viciada de tabaco. Iluminada por antorchas de neón. Si las chicas hubieran organizado esto, todo estaría mejor, pensaba el pobre. No lo enterrarían vestido y con zapatos en esa caja. Lo hubieran cremado. Lo hubieran devuelto al mar. Al viento.
A Amalia le importaba un pito lo que hicieran con ella. Ya en vida, le pasaba lo mismo. Pero no podía evitar sentirse fastidiada. Que la muerte la alcanzara a ella, una mujer de cincuenta y cinco años, léase para este mundo, una vieja, sola, sin hijos, sin plata y con tan pocos amigos, era casi una bendición. Algo nuevo tendrá que pasar, si sigo pensando, pensaba la muerta, Como dijo el filósofo, pienso, luego existo, y no le molestaba para nada la idea de que llegara algo nuevo. Aquí dejaba los bares, los bingos, un cuarto verde de dos por medio con todos sus errores. Unas cuantas deudas. El pañito ajado de belleza con el que secó todas las lágrimas de su juventud. Creía dejar también a sus dos abortos, pero ahora podía ver que la seguían hasta el más allá. Si hubiera tenido un cigarro, en ese momento lo hubiera tirado con rabia al piso. Lo hubiera aplastado. Hasta su muerte era amarga. Pero este hombre, ¿por qué?, ¿por qué dejar así a esos niños, a esas buenas mujeres, a esos hermanos, a ese pobre padre? Nunca le había dado por filosofar sobria y le costaba alcanzar la lucidez. Sus hijos chiquitos. El amor que mata el aire nace en su esposa. Hace rato que venía pensando en las cosas que no hizo en vida y que hubiera estado bueno hacer. Por ejemplo no enamorarse de mujeriegos miserables y desconsiderados. Ir más a la playa. Aunque estuviera sin plata. Dejar de fumar porque sale muy caro en vida y luego resulta que te llevas el vicio a la tumba. Amalia pensaba también que nunca había protestado. Ni por ella, ni por los demás. Había asumido todas sus desazones sin venganzas ni escándalos. Pero su vecino de velorio había conseguido agriarle incluso la muerte. Esto debía ser la compasión. Se preguntó si Dios tendría un sector de reclamos y averías. O algún punto de información. Eso estaría bien, para empezar. Aunque hubiera que hacer cola. En todo caso, se preguntó si Dios tendría algún sector en todo esto. Un escalofrío helado recorrió el recuerdo de su espalda. Ahora que todo era viento, supo que su nuevo amigo se preguntaba una y otra vez, desesperado, lo mismo.
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5 comentarios:
Hola K,
Muy bueno el cuento. Que bien describes las situaciones y los sentimientos de los personajes.
Saludos,
Rafael
Excelente en los detalles, la observacion, el cambio de focos, la situacion que hace un mundo comprimido en su parabola humana. El problema esta al final. La sinfonia orquestada, cuanta perspicacia, se va como por un tirabuzon al asunto amoroso personal, circunscrito y banal:termina como reclamo de desamor y, en ese espacio, cualquier vals, bolero, tango o balada seria lo mismo. Esto se marca por la diegesis que no llega a levantar al lector de su tumba: parece repetir un interminable lamento por un encaprichamiento pasado, convertido en ideal de amor/inteligencia/vida, es decir, un modelo contra el cual toda la vision del presente, por mas aguda que sea, sera utilizada para repetirs el mismo ritual confesionario del amor/perdida.
Dicho esto, me parece muy buen cuento con final incontundente. Me pregunto, por que en vez de cerrar el circulo haciendo un arco tan bueno que termina banal, no tratas de dejar al arco genial seguir arqueandose en espiral?
Hay muy buena obervacion hacia afuera pero tambien incapacidad de desdoblamiento al cubo: de ver afuera del trauma personal amoroso.
Asu, anónimo....voy a releer tu comment a ver si lo entiendo lo que sí entiendo es lo del final bobo...y le daré vurltas...yo tambi´én lo encuentro incontundente
me da mucho placer leer y releer tus paginas. Un compatriota tuyo, compañero de bares y que escribe como nadie me ha recomendado entrar aqui, se lo voy a agradecer.
Salud
Rafa, qué bueno verte por aquí y que hayas disfrutado el cuentito del mes...J. me matas...qué curiosidad... quién será mi amigo compatriota? Desde dónde me escribirás? Bueno, si es peruano y amigo de bares, debe ser entrañable para mí... muy querido... si no puedes decirme de quién se trata, por lo menos mándale un fuerte abrazo y dile que escriba...
Qué bueno que te guste pasar por aquí. Y que dejes tu rastro.
Un abrazo, K.
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