domingo, 23 de julio de 2017

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Atada felizmente de manos , pies, venas y vientre, me encontré de pronto sola y lejos, en páramos fantasmales. Bosques grises llenos de árboles negros. Secos. Sentí mucho frío. De mí. Después de mares turquesas y cielos azules como nunca había conocido, ahora, ésto. Pasaron diez años de sonambulismo. Una voz entre sueños: ¿Papá? Mis hijos. Mis dos hijos. Tal vez ahora ligarme las trompas, digo. Básicamente porque no me gusta el embarazo. Porque no tengo dinero para más hijos. Porque cada uno es único. Porque necesito tiempo para ellos y mi arte y, sobre todo, por la insondable inmovilidad en la que lo deja a uno el desencanto.
Una década. Me cuesta adaptarme. Me propongo ahora salir adelante. Amigos de un día me roban. Otros de una vida no tienen tiempo. A veces abandono a los que valen. Otros, ya simplemente no están.
Más de cinco mil conocidos en Facebook.
*
Escribo con mi hijo menor en las rodillas. Observa atento lo que hago mientras come un chinchin que mamá le compra, Qué carajo, infancia es infancia. Ya luego te baño te cepillo te perfumo te amo te lavo el diente y a dormir lo mejor del día. Tú. Tu hermana y tú.
Dejé de actuar este año porque sabía que mis hijos me necesitaban. No por nada grave, sino por la vida. Después de tantos años sin mi teatro sagrado me detendría, sólo un poco, para criar con mayor presencia a mis cachorros. Tendré un poco menos de plata. O aprenderé a hacer plata. Un sacrificio de quietud y entrega donde inexorablemente, al final del camino, termino encontrándome en el reflejo de un río casi helado. Dejo mis harapos. Triste de mí, buscando darme una caricia en la mejilla, un abrazo de consuelo, me caigo, azul, al agua hielo y todos los hierros impuestos me hunden con sencilla intrascendencia.
Narcisos.
Se que tengo que despertar.
Se que tengo que despertar de este largo sueño en el que la vida se escapa como agua entre los cabellos de alguna sirena espléndida. Despertar es lo que no gusta, y naturalmente, es precisamente lo que debo hacer. Porque cuidando de los cachorros noté que necesitaban de mí, de Mí, de mi Supermí. Y yo aquí, en la boca del tornado, durmiendo, con mi almohadita de plumas, en mi eterna y condescendiente tristeza, en mi inacabable azul, entre tanto yo, tanto dolor, ego, mejor dormir. Dormir. Y olvidar el ombligo propio. El terror indecible a la Nada. A caer en los abismos de mis infiernos, Hasta cuando, dijo la psicóloga, seguirás siendo un Fénix, y me provocó escupirla.
*
Había una vez, un niño pequeño, que me cubría con mi abrigo negro. El es sabio y no lo sabe, me cubre de mí. Voy con él, me requiere.
*
Mis bosques secos florecen fosforescentes como en los cuentos. Soy yo quien les requiere.
*
Adiós de mí.
Adiós de ésto.
Hola estúpida búsqueda.
Vía del loco.
Vía del orate.
Del sabio.
Del que se calla.
Este es mi regalo.
Agradecida de mis abismos desatados, de mi absoluta cobardía. de mis rencores milenarios y de toda mi mala leche, me entrego, al orden más serio de mi kaos. Sé que conozco el camino hacia el final del tornado.
Lo reconoceré.
*
Cómete mi relámpago, bebé. Está riquísimo.
***