martes, 26 de marzo de 2013

Entumecida

Qué lindo sería estar embarazada: no moverme de mi cama, no trabajar, no pensar en nada, solo esperar horas interminables hasta que por fin pudiera cargar a mi bebé en brazos, brazos que estarían gordos, fofos, posiblemente estriados, cansados, ansiosos. Qué maravilloso sería compartir mi cuerpo con otro ser que se forme en mis profundidades más oscuras, sentir sus pataditas desesperadas por escapar de tanta madre. Qué delicia, ver mi cuerpo deformarse, ponerse inmenso, inenarrable. Rebalsar. Tener de pronto unas caderas tan inmensas que me recuerden a todas mis madres y sus abuelas, tan inmensas que rebalsen incluso el gusto popular. Que no le gusten ni a los albañiles, que les gusta todo talla XL. Sería estupendo, estar tan llena de amor que no pueda respirar, que no pueda dormir, que no pueda pensar. O pensar sólo en gases, todo el día, o en cómo evacuarlos de un cuerpo que revienta o simplemente vagar en pensamientos gaseosos, infértiles, ociosos. El tic tac del reloj. La dulce espera.
*
A mí no me gustan los dulces. Los encuentro empalagantes, innecesarios, exagerados, obtusos.
A mi no me gusta esperar.
A mí me gustan los deportes de riesgo, incluídas las fiestas y el amor.
A mí me gusta ser ligera, no pesar, trepar árboles, mejor si es en copas.
A mí me gusta sentirme deseada.
A mí me gusta ser mamá, pero no la parte que conlleva de bestia de carga.
A mí no me gusta lloriquear, ni vivir quejándome.
A mí no me gusta estar atada a nada a la fuerza.
A mí no me gusta el dolor, ni el aburrimiento, ni el tedio.
A mí no me gusta sentirme invisible, menos aún estando inmensa.

Estoy muy, muy aburrida.

A mí no me gusta, que Dios sea hombre.

Quiero correr. Saltar del malecón y salir volando. Estirar alas invisibles y volar hasta las nubes en las que quedará un hueco celeste por donde pase. Quiero tomar una tabla y correr las olas de mi mar verde, quiero tomar una mochila y tragarme el mundo, aunque ya no tenga fuerzas, aunque tenga mucho sueño, aunque ya no me quede qué soñar. Quiero montar caballo junto al mar, beber cocteles con mis amigas, emborracharme con mi marido y hacerle el amor hasta dos días después. Amanecer sin saber dónde, muertos de risa y sed, con ganas de reír y amar más, de no ver televisión, de no leer, con ganas de ir al mar. Tengo ganas de estudiar, de irme a Buenos Aires a ver teatro y comprar ropa, a patonear y comer bifes hasta reventar. Tengo ganas de viajar a la selva, a no hacer nada más que pasear en peque peque sin miedo a algún bicho que pueda destruír mi salud. O estar en Cuzco callada, sentada en las ruinas de la ciudad, callada, y sólo sentir el viento helado en mi cara viajera. Quiero actuar, y que no me vean sólo siete limeños encultecidos, o un millón de televidentes atontados a posta, quiero hacer arte, vivir en el arte, respirar y comer arte, soñar poesías, metáforas. Quiero trepar cerros y en la cima comerme un pan con pollo y tomar una cocacola, que no se cómo, imagino helada. Quiero hablar con los delfines y también con las ratas. Quiero volver a casa y besar a mis hijos, a mis padres a mis hermanos. Quiero reventarle la cara a cabezasos a unas cuántas personas. Quiero ver a mis amigos. Quiero beber con ellos como un día. Quisiera un instante dejar de morir esta muerte lenta que es la vida cotidiana de la dama común.
Quiero tantas cosas y no entiendo porqué sigues leyendo, también tal vez tú quieres lo que te pertenece por
sueño propio y no lo puedes asir, como en uno de esos sueños donde a uno se le escapan los caracoles.

Quiero tanto.

Por ahora sólo puedo ser una mota de polvo estelar,

y

aprendo, sin humildad ni paciencia,

a

flotar.