viernes, 21 de diciembre de 2007

DESDE AFUERA

Con ustedes, un Cuentito.

Hubiera querido que fuera diferente. Ella lo sabía. Era la primera vez que lo veía en su vida, pero era fácil comprenderlo. Leer en su rostro sus pensamientos era tan sencillo que no terminaba de asombrarla. De haber sabido que era así de fácil, hubiera aprovechado mejor mi tiempo, pensó.
Él le había dedicado una mirada de lejos. Desde su salón, reconociéndola. Pero no podía separarse de sus hijos, su mujer, su madre, su papá, sus hermanos, sus amigos. De todo su clan que se había presentado en pleno. Paseaba entre los presentes sin dejar de acariciarlos, de besarlos en el viento, de alentarlos. Él sí tenía una familia. Y cómo hubiera querido que las cosas fueran distintas. A ella, en cambio, le daba mismo. A despedirla habían venido unas cuantas tías y conocidos viejos. De esos que se enteraron por el periódico. En verdad ni se acuerdan bien de ti, pero igual vienen porque les gusta el sabor del café de los velorios y aprovechan para ver gente. Se divierten como locos rajando del muerto y apuestan secretamente quién será el próximo.
Amalia estaba ahí afuera. Todavía confundida por el súbito cambio de estado de sólido a gaseoso. Sin haber aprendido todavía a no desear, a no sentir su cuerpo faltante, se moría por un pucho, un café cargado y por mear hacía rato. Comer un poco. Un pollo a la brasa, por ejemplo. Él no quería nada. Aunque si pudiera tomaría una ducha. Su familia había limpiado y emperifollado primorosamente a su cadáver. Pero él seguía llevando el terno gris medio bañado en sangre desde el accidente. Le molestaba la humedad y el pegoste. No podía evitar los estremecimientos del frío.
Ahora que sus orejas no servían más , no tenía problemas para oír, y sin ojos, podía ver todo claramente. Un privilegio miserable pero divertido. Exclusivo para los muertos y los entes divinos. Ahora podía no sólo leer los pensamientos. Sino también oírlos, olerlos. Miraba desde el patio de lajas que unía los dos velatorios, al interior del salón de Carlos. Nunca antes lo había visto. Imposible. Ella conocía a mucha gente. Pero no a este joven. Tenía una excelente memoria a pesar de la muerte. Le gustaba el espíritu de este hombre, quien lamentaba terriblemente, que el velorio lo hubiera organizado su madre. Sufriente por naturaleza y absolutamente desolada por la fatal perdida de su hijo, había encargado todo a una empresa convencional. De esas que te hacen tragarte la muerte como una píldora. Mimos pagados que además salen tan caros. Maldecía no haber tomado las precauciones del caso. Haber redactado en vida por ejemplo una carta. Autorizar a Silvia a organizar su velorio. Ella – la castaña bonita sentada en la esquina, la que no para de fumar –es su mejor amiga. Ha sido la mejor compañera para la fiesta de promoción, su organizadora de juerga al ingresar a la universidad, al egresar y al doctorarse. Como también fue, en complicidad con su esposa -la pelirroja sentada al lado del féretro, la que ya no llora- la organizadora de su despedida de soltero y coordinadora general de su matrimonio, que según las imágenes que flotaban en el recuerdo, fue maravilloso. Música para toda la familia. Ellos felices. Sus hijos, los tres, ya estan en la fiesta jugando, sólo que nadie los ve. Aún no han llegado al mundo.
Él hubiera querido que en su velorio hubiera también una orquesta, y trago abundante para la familia y los amigos. Que bailen y beban. Que lloren si quieren. Y si quieren que se rían, que coman, que olviden. Que sean tratados bien. Si Silvia hubiera organizado esto habría creado también un espacio colindante con velas aromaterapéuticas, un cura, un par de monjas o krishnas, algún amigo psicólogo. Un sitio cómodo para quienes sufrieran más la pérdida. Divanes, almohadones, luz tenue. Un poco de gentileza. Como publicista, tenía muy en cuenta el efecto que crea en la gente el contexto en el que se presentan las cosas. Y le preocupaba lo perjudicial que podía estar siendo para sus niños, su esposa y su propia madre toda esta atmósfera doliente. Viciada de tabaco. Iluminada por antorchas de neón. Si las chicas hubieran organizado esto, todo estaría mejor, pensaba el pobre. No lo enterrarían vestido y con zapatos en esa caja. Lo hubieran cremado. Lo hubieran devuelto al mar. Al viento.
A Amalia le importaba un pito lo que hicieran con ella. Ya en vida, le pasaba lo mismo. Pero no podía evitar sentirse fastidiada. Que la muerte la alcanzara a ella, una mujer de cincuenta y cinco años, léase para este mundo, una vieja, sola, sin hijos, sin plata y con tan pocos amigos, era casi una bendición. Algo nuevo tendrá que pasar, si sigo pensando, pensaba la muerta, Como dijo el filósofo, pienso, luego existo, y no le molestaba para nada la idea de que llegara algo nuevo. Aquí dejaba los bares, los bingos, un cuarto verde de dos por medio con todos sus errores. Unas cuantas deudas. El pañito ajado de belleza con el que secó todas las lágrimas de su juventud. Creía dejar también a sus dos abortos, pero ahora podía ver que la seguían hasta el más allá. Si hubiera tenido un cigarro, en ese momento lo hubiera tirado con rabia al piso. Lo hubiera aplastado. Hasta su muerte era amarga. Pero este hombre, ¿por qué?, ¿por qué dejar así a esos niños, a esas buenas mujeres, a esos hermanos, a ese pobre padre? Nunca le había dado por filosofar sobria y le costaba alcanzar la lucidez. Sus hijos chiquitos. El amor que mata el aire nace en su esposa. Hace rato que venía pensando en las cosas que no hizo en vida y que hubiera estado bueno hacer. Por ejemplo no enamorarse de mujeriegos miserables y desconsiderados. Ir más a la playa. Aunque estuviera sin plata. Dejar de fumar porque sale muy caro en vida y luego resulta que te llevas el vicio a la tumba. Amalia pensaba también que nunca había protestado. Ni por ella, ni por los demás. Había asumido todas sus desazones sin venganzas ni escándalos. Pero su vecino de velorio había conseguido agriarle incluso la muerte. Esto debía ser la compasión. Se preguntó si Dios tendría un sector de reclamos y averías. O algún punto de información. Eso estaría bien, para empezar. Aunque hubiera que hacer cola. En todo caso, se preguntó si Dios tendría algún sector en todo esto. Un escalofrío helado recorrió el recuerdo de su espalda. Ahora que todo era viento, supo que su nuevo amigo se preguntaba una y otra vez, desesperado, lo mismo.

miércoles, 19 de diciembre de 2007

Chica Veneno

Debo un post acerca de la gente de mi colegio. He narrado sólo un momento de ésa época y eso no es justo. Especialmente si consideramos que muchas de las Niñas del Círculo del Dolor terminaron siendo personas muy queridas para mí. Les debo un post. O más. No es éste.

Sin embargo:

Estuvimos en un colegio estupendo, bastante alemán, pero estupendo. Un colegio caro y sólido, con excelentes vistas a futuro. Pero claro, no todo sale siempre como uno espera. En primero y segundo de primaria tuvimos como tutor del salón a un profesor peruano, el profesor V., para mayores señas. El profesor V. era un tipo flaco, criollón, malgeniado. Tenía la piel acartonada de los fumadores. Su sonrisa daba miedo. Era filuda. Me gustaría hablar con su psicoterapeuta,- si alguna vez lo tuvo, -para preguntarle qué fue lo que lo indispuso tanto contra los párvulos en general. Le gustaba agarrársela con Jano, que era chiquitito. Le jalaba las orejas hasta levantarlo del piso. Lo sentaba encima del armario. Alguna vez lo metió en el tacho de la basura. Era un monstruo. Todos temblábamos ante él. Había algo en su voz metálica que me recordaba al lobo feroz. Le temíamos.
El profesor V. gustaba de utilizar un San Martincito, como él lo llamaba. Era una regla dura y ancha. De madera. Gustaba de darnos con ella. Pero lo peor no era el golpe. Lo peor era que el muy hijodeputa te hacía pasar al frente y agacharte como cuando los gatos mueren. Y así, inclinado, culierguido, te daba un buen par de reglazos en el rabo frente a todo el salón. Te quedaba picando de verdad y rabia. Los ojos inyectados en sueños de venganza. A mi nunca me había dado. Simplemente supongo que no me lo había buscado. Era , hasta ese día, una niña tranquila, lúdica pero respetuosa, incluso reservada.

Hasta ese día.

Teníamos tarea. Había que pintar un mapita con lápices de color. Yo, como otros, tarjé mis lápices y boté la viruta al piso. Gracias a Dios, estaba allí nuestro amado maestro para enseñarnos que eso no se hacía. Los cuatro, al frente. No recuerdo si le había dado antes a alguna chica con el San Martín. Los chicos se levantaron resignados de sus sillas e hicieron una fila de penitentes. El resto del salón comentaba y reía nervioso entre dientes. Pasó el primero. Agáchate. Silencio. El San Martín corta el aire y encuentra el culo jóven. Azote. Tss, ay, dice el primero y se va rabopicante a su lugar. Pasa el siguiente. También el tercero. Nadie mete chacota porque saben que se ganan una saludada. Me toca. Mi corazón late fuerte. Me toca. Miro a mi maestro. Tengo siete años. Miro sus ojos, adentro. Miro al hombre. Tiemblo. Lo veo adentro. Tiene miedo. Tienes rabia. Esto lo haces sin sentido. Te divierte. Han sido cruel conigo. Lo comprendo. Te comprendo. Agáchate. Su voz cachosa retumba en mis oídos. Su burla metálica en mi corazón. Agitado. Agáchate, qué esperas. Te miro. Decido. No me agacho nada, viejo de mierda. No te lo grito por que tengo siete años. Agáchate, he dicho. Te miro. No me agacho nada, perro, entérate. Llévame al director. Que llamen a mis viejos. Pero no me agacho, porque te he descubierto. Nos pegas por diversión. Te gusta vernos humillados. Hijodeputa. No me agacho nada. Te miro. Te sostengo la mirada. Me pregunto si me darás una cachetada. Qué será de mí. Nunca he retado a nadie. Pero hoy te reto a tí. No me agacho nada. No sé que pasará. Pero te he descubierto. Mira mis ojos. Viejo cabrón. Maestro de mierda.

Silencio. En el salón se puede oír la garúa cayendo afuera. Yo no oigo nada. Oigo la sangre que bombea mi corazón. Me miras, V. Me mides. Sonríes escalofriante. Segundos como horas. Abres por fin tu boca seca y dices, Esa, mi Chica Veneno. A sentarse.

Me quedo clavada en la tierra. No se bien qué hacer. El sentido común me dice que me siente. Pero quería seguir ahí. Mirándote. No hacer. No lo que tú quieres. Seria, reconozco mi victoria y voy a senatrme. No sé si alucino pero siento algo nuevo. Mis compañeros me miran mudos. El profe se hace el loco y sigue la clase. Algo nuevo. Respeto. Y en mi mente retumbando sus palabras. Esa, mi Chica Veneno. Los ojos llenos de lágrimas por no parpadear. Lágrimas dulces de no bajar la mirada. No me agacho nada. Descubrir el ojito fiero. Poder.

Un halo feroz me cubre desde ese día. Sin querer. Les quedó grabado a mis compañeros que yo era brava, y me quedó grabado a mí también. Tú puedes. Tú tienes el poder. El poder de ser tú mismo. No pasa nada si lo eres. Sólo sorprendes a los demás, acostumbrados a ceder a su temor. Yo tengo los riñones jodidos hoy en día, ya no puedo abusar de ellos. Para mí, está claro que en los riñones se aloja el miedo. Con lo que digo que en realidad tengo miedo, tengo siempre mucho miedo. Pero comprendí que tener miedo y ser cobarde no es lo mismo. No me jode tener miedo. Pero sí que me jode sentirme cobarde.
No me lo permití más. Comprendí que una de mis misiones en esta vida era enfrentar día a día a mi Inmenso Temor. Por que en él residía el Maligno. El miedo me lleva a la codicia, a la envidia, a la ira, a la confusión. Así que lo hice todo. Desde ese día comprendí que debía hacer todo lo que me diera miedo. Caminar en la casa a oscuras. Atreverme a ir al baño de noche. Arriesgarme a ir siempre un poco más allá con mi bicicleta, aunque hubiera que cruzar el Barrio Gris. Del que hablaré en otra ocasión. Tirarme del puente. Viajar. Vivir sola. Estudiar teatro. Atreverme a creer que soy divina y amada, Hija de Dios. Desconocer el destino que mi madre tenía preparado para mí. Creer en mí. Todo. Todo eso se lo debo al profe V., cuando sorprendido me dijo la frase que indicó mi salvación, Esa, mi Chica Veneno.

Siempre me gustó esa canción, además. Decidí que era así. Yo era la Chica Veneno. Que nadie se acerque a hacerme daño. Porque lo lamentará. Podrá llevarme de encuentro pero no saldrá ileso. Nada me tocará. Nadie podrá perturbarme. Bueno, sólo mami. Sólo ella. Hasta que aprenda cómo impedírselo. Porque con ella no funcionan estas técnicas. Ella me parió. Sabe quién soy. Sabe de mis fantasmas solitarios. De mi pena prenatal. De mi debilidad por la ternura. Ella sabe todo. Y en todo caso, si yo soy la Chica Veneno, pues ella sería Madre Veneno. No, esto no funcionaría con ella. Pero sí con todos los demás. Cuando mi padre vió por primera vez mi ojito fiero, no recuerdo porqué, casi me besa. Se hizo el loco, porque sabe hacer que los demás sientan el peso de la jerarquía. Pero no se me escapó el asomo de una sonrisa. Claro. Lo que se hereda, no se hurta.

En fin. Gracias al coraje y la falta de respeto a la imágenes institucionales que aprendí de mi buen maestro el profesor V. , en el año 94, después de terminar colegio y de sacar mi libreta electoral, me fuí a vivir a la ciudad del Cuzco. Este viaje... bueno, pues merece sin dudas su propio post. Sólo diré que llegué a la ciudad del Cielo un día gris y chato, limeño. Al mes comprendí que tenía que hacer algo con lo último que me quedaba de dinero, conseguir un cuarto, algo. Ya no podría vivir más en un hostal. Necesitaba una pensión. Y un empleo. Siempre supe que iría a Cuzco a parchar, porque deseé hacerlo desde la primera vez que ví un hippie en esa ciudad. Que ahora que lo pienso fue a los siete años, año de la viruta y de la Rebelión de la Niña Veneno. Me hablaron de esta casa en Tanda Pata, en San Blas. Número 164. Toco la puerta, y si mal no recuerdo, Rosa - como la mitad de las mujeres de mi familia- me abre la puerta, me sonríe, le gusto y me alquila una habitación. Sólo tengo doscientos soles, señora. Dos meses. Me instalo. Escogí este cuarto porque es pequeño. El más pequeño. Tendré frío cuando llegue la helada. No me conviene un cuarto grande. Y éste es alto, además. Queda encima de un baño, pero no huele mal. En la sierra, rara vez algo huele mal. El frío inhibe la peste. Sólo me bastó abrir la ventana pequeña para saberlo. Aquí me quedo, aquí. En la cima de San Blas. Te veo, Cuzco. Me esperabas. Me llamaste. Aquí estoy, Padre. Dígame por dónde debo seguir. Los dos meses pasan rápido y ya no tengo plata. Estoy parchando en la plaza de día con todos los hermanos que viven en la Chola y en nuestra casa, que hemos bautizado como Intiwasi. Gano un aproximado de cinco soles al día y con eso no me alganza. Necesito un empleo. Y alguien con quién compartir mi nimia habitación.
Tú no. Tú tampoco. Amo mucho a mis nuevos hermanos pero no confío del todo en ellos. Sé que me les gustaría tirarme. Está bien. No lo censuro. Pero no dormiré en paz y menos borracha. Las chicas son pocas. Casi todas tienen novio. Esposo. hijos. Y las pocas que no, me resultan sospechosas. Algo no me gusta en el fondo de su mirada. Pago el daño hecho por todos los blancos a lo largo de la historia. Lo comprendo. Me someto. Comparto, si lo aceptan, abrazos y sonrisas. Pero no comparto mi cuarto. No ahora. Vengo de Lima, de la casa de mi madre, donde he sufrido tortura. Bajo caminando a la plaza. Es de noche. Hace frío. Se acerca la helada. No tengo, naturalmente, dinero para regresar. Lo duro esta vez, es que por primera vez tampoco mi padre me podría ayudar. Tal vez ni siquiera si volviera vestida de madera. Estamos jodidos. Jodidos. Bajo. Amo la vida de las plazas. Pero amo sobre todo la vida de esta plaza, donde el tiempo hierve detenido. Saludo a los parceros. Los quiero de verdad y para siempre. En verdad. Algunos, hoy ya están alimentando gusanos. Naturalmente. Eso no extraña a nadie.
Te veo entre la gente. Eres alto. No he visto tu cara. Tu ropa es vieja y sucia. Tu pelo extraño. Eres alto. Tus ojotas dejan tus pies desnudos y te cubres con una manta vieja que luego me confesarás es de un perro. En ese momento no sabía de tí, de tu busqueda. No sabía que habías regalado todo buscando anular tu ego. No sabía nada de tí. Pero te ví. Y supe. Como he sabido siempre todo, aunque me haya esforzado en confundirme. Me acerco a tí. Hola, ¿cómo te llamas? N. ¿y tu? K. ¿Acabas de llegar? Si. ¿Tienes dónde vivir? En eso estoy. Ven a mi casa. Te invito. Necesito pagar mi cuarto a medias. Ven a mi casa, te espero.
N. no llegó. Lo encontré tiempo después y me confesó que no había venido porque no había confiado en mí. Era muy raro eso. ¿Cómo lo había invitado sin conocerlo?. Pensó que le robaría. ¿Yo?... Lo mandé al carajo. También si quieres, salame. N. aceptó, y vino a vivir conmigo. Mi querido, querido compañero. A veces la vida te premia conociendo gente extraordinaria. A veces pienso que escribo por si acaso la pena me vence un día y lo olvido todo. Hay personas y lugares que no quiero olvidar nunca. Hasta que me venza la nostalgia.

El otro día me fuí a el concierto de vuelta de Soda Stereo. Dicen que el primero estuvo increíble, pero yo fuí a la segunda fecha. La entradas para el primero volaron. Es facinante entrar a un estadio lleno de gente. Es una sensación impresionante. Para mí, ver a toda esa gente en las tribunas es como presenciar un tsunami. Como flotar en una balsa con el mar bravo. Sin embargo, la gente estaba apagada. Apagada. Habían pagado. Habían sacrificado su noche dominical. Habían llegado hasta ahí a soplarse el tráfico de salida, el riesgo de estampida por terremoto, etc. Supuestamente, con fines de entretenimiento. Nada. Parecíamos un estadio de suecos. Jamás nos ví más nórdicos. Se me fue la moral al piso. ¿Qué está pasando? ¿Qué está pasando con nosotros? Yo he pagado esta entrada. He venido desde Huachipa. Voy a irme sola de noche, a jugarme el pellejo en la carretera sólo por venir a vivir este momento. Con ustedes. Muertos. Todos muertos. Cerati no podía esconder su sorpresa. ¿Están bien? Preguntaba. Qué cólera. El estadio lleno. Yo estoy cerca, muy cerca, abajo en el campo. Seguro que de arriba pueden vernos. Seguro ue del escenario pueden vernos. Todos muertos. Ovejas. Decido. Bailo. Jódanse todos, yo bailo. No suelo gastar mi plata por las huevas. No estoy acostumbrada a ceder a mi autocensura. Hace tiempo comprendí que la realidad no existe. El qué dirán no existe, no conozco a esa gente. Y si la conozco, me importa si me ama. Y si me ama, respetará lo que hago aunque no lo comprenda. Así que, racionalmente, me importa un pito la gente. Pero claro, eso es siempre un decir.
La verdad es que cuando eres el único kojudo, lúcido o no, bailando entregadamente en un mar de impávidos, es posible que sientas un plomo denso impidiéndote el vacilón autoimpuesto. Hay que hacer un gran esfuerzo. Disponer de mucha enrgía. Lo bueno es que Dios los hace y ellos se juntan. Así que de pronto tenía un par de desadaptados a mi lado, bailando con frenesí. Parecíamos concientes de que la vida puede acabar ahora mismo. Lo pasamos bien dentro de lo posible. Por lo menos, me gustaba estar entre gente a mi parecer valiente, auténtica, aparentemente conciente de lo breve de la vida. Al final del concierto hubo que irse a casa. Había ido sola. Si Ud. no es limeño, no sabe lo que es Lima. Chaveta borracha que asoma silbando una salsa sabrosa. El centro es un post aparte. Y cuentan, los que han estado por ahí, que las inmediaciones del Estadio Nacional tienen un perverso parecido con el patio anterior del Infierno. Si, soy brava. Pero no kojuda. De ahí no debes salir en singular. Dejas el estadio en mancha. En caso de tumulto por concierto, mínimo de a dos. Así que me giro a uno de los Bailarines de la Cósmica Conciencia del Momento, al que no tenía novia mirando feo a la chica que baila-sola-y-sonrie-a-todos, y le pregunto si tiene alguna idea de cómo salir de ahí. Si, me dice, Tengo que encontrarme con mi hermano y su novia. ¡Okey!, pienso y pregunto si me podrán jalar a donde sea conveniente tomar un taxi, porque mi auto está en Miraflores, que es otro distrito. El chico es misterioso. Siempre me ha gustado eso en la gente. Cuando es genuino. Por lo menos, me despierta la curiosidad. Le pregunto ¿Qué haces? Soy policía, me dice. Grave, bajo, asolapado. Tombo, sin duda. ¡Uf! Me entusiasmo. ¡Tombo! No aguanto y le digo, Y yo fumándome tronchos a tu lado. Me hubiera resultado igualmente excitante si me hubiera dicho que era asaltante de bancos. Qué quieren. Tengo debilidad por los buenos y por los malos. Amo a la gente extraña. Y qué más raro que un tombo. Un tombo peruano. Me pareció sensacional. Y lógico. Claro, a éste qué le va a importar lo que diga la gente. Me sentí protegida, también. No porque fuera tombo, sino porque no creo en las casualidades. Todo es por algo en mi mundo. Dios me cuida. Me pareció lógico que me enviara un tombo joven y soltero para mi salida.
Salimos. Nunca encontramos a su hermano o a su novia. Tomamos un bus. Maravilloso. No tomaba una 73 desde hacía años. Demasiado tiempo. Bajamos. Adios, le digo, porque cuando ando confundida no ando de amores y además te huelo casado y padre por lo menos de uno. Me pides mi correo. Bueno. Te lo digo al vuelo. Lo recuerdas contra todo pronóstico. Me escribes. En mi fantasía imagino que lo conseguiste porque los tombos consiguen todo, y a esa altura mi fantasía francamente me da miedo. Hay que recordar siempre que yo sería, más bien, del otro bando. Conversamos. El chat es inquietante. Enmascarado por la pantalla. Anárquico. Incierto. Escribes. En tu plantilla se te ve con un bebe. Acierto. Me cuentas que tu esposa se fue de viaje y se llevó a tu cachorrito. Me cuentas, que estás solo. Mmm. Qué horror. Pobechito. Te doy cuerda. No me voy a tomar contigo ni una chela. No me gusta cargar con el karma de ser la fulana con la que las esposas se revuelven en pesadillas gástricas. No me gusta cargar karmas en general. Estoy por cortarte, y te hago una broma más de las cincuenta que te he hecho en relación a tu tombez. Y de pronto, me escribes. ¿Sabes K.? Tengo que confesarte una cosa. No soy Policía.

Me había mentido. Me mintió porque le pareció raro, tu entiendes, Como conversabas y eras así, súper amigable...pensó que lo iba a poner a la salida, que estaba acompáñada por algún avezado que lo esperaba en la sombra. tuvo miedo. Miedo de mí. De mi sonrisa gratis. De mi sensualidad. De mi asumida locura. Estuve por mandarlo al carajo. Me gustan los policías y los ladrones, pero no los inventadores. Imaginé de pronto su cara al otro extremo de la fibra óptica. Ví sus ojos. Ví adentro del temblor en el brillo de sus pupilas. Tienes miedo. Recordé el temor en los ojos de los taxistas que a veces no quieren llevarme sola de noche a Huachipa. Siempre me hacen sonreír. Me miran y me miden, pero algo en mi mirada les hace sospechar que estoy armada, o que subiré al auto a algún amante armado en un descuido. Recordé quién soy. Recordé que soy la Chica Veneno. Me diste ternura y comprendí tu miedo. Sin embargo, por molestar te lo dije, Qué decepción. Con la ilusión que me hacía el uniforme. Estuviste a punto de enrolarte en ese instante. Manos arriba. Separe las piernas.

Cuando estoy confundida no me enredo. Lo dije sólo por molestar un poco. Sólo para que la próxima vez creas un poco más en Dios. En tí. En todas las sorpresas que te tiene guardadas el Cosmos. Esperando.
Me hace gracia. Me siento como un gusano pequeño con manchas grandes como ojos que asustan a los pájaros hambrientos. Tiemblen. Yo soy la Chica Veneno.
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Regina, este post te lo dedico a tí, por ser la segunda vez que me arreas y me sientas a escribir. Muchas gracias.

lunes, 3 de diciembre de 2007

Mi Novela Útil

En Lima, Perú, estámos refrescando una antigua actividad. Oír radionovelas. Tal vez pensará Ud. que le estoy tomando el pelo, en plena era de internets varias y de cafeteras con cámara included. Pero nada más lejano de la verdad. Hace ya varios años, mi querido amigo Alonso A. me contó el proyecto. Se llamará Mi Novela Favorita, me dijo. Y es una selección de cincuenta novelas, aproximadamente, que dramatizaremos y pasaremos por radio. La selección la hará El Gran Hombre. El Gran Hombre es Mario Vargas Llosa. Pero suena muy rimbombante MVLL vendrá a grabar, MVLL dijo que sí, a MVLL le gustó... así que simplemente lo llamamos el Gran Hombre, como una suerte de cabeza simbólica del proyecto. La cabeza real, es Alonso A. El invita a los escritores a hacer las adaptaciones para radio, delega el trabajo de producción y da el visto bueno sobre las voces de los actores. Además dirige in situ.
Y eso es algo lindo de ver. En una pequeña isla de audio en el estudio de Audio Post- tal vez no es pequeña, pero somos un batallón-, nos encontramos los actores. Afuera, Alonso cierra los ojos mientras mira la película. A., el ingeniero de sonido egresado de Hogwarts, escucha con la columna atenta. Algunas veces se trata de escenas casi privadas de uno, dos o máximo tres actores incluyendo al narrador. Otras veces somos un gallinero de nueve, diez, once cómicos, cacareando casi al unísono, recreando grandes gestas, peleas de plaza o linchamientos populares. Pueden imaginar que estar adentro es de lo más simpático.
Yo adoro a mis colegas. Incluso a los insoportables. Incluso a los que no fuman y joden porque yo huelo a tabacos varios. Estar con ellos trabajando es siempre un poco volver al patio del colegio, a la broma indispensable. La gran mayoría- o la mayoría que actualmente trabaja- goza de un saludabilísimo sentido del humor. La broma inminente es un estado de trabajo. Esto no le resta, naturalmente, seriedad a la representación, al contrario. Le da frescura. Le da lo que nosotros conocemos como sonrisa interior. Que tan bien vende. Y que no es otra cosa que ganas de vivir y de reír. Vitalidad. Eso, se transmite por la voz. Y los actores sabemos cómo alcanzarlo. Aunque por dentro estemos muriendo, sabemos reír generosamente. De hecho, tal vez sea lo primero que aprendamos a hacer. Cuando hay que repetir una toma muchas veces, ya sea por que un actor no llega al pico de la emoción o porque alguien pasó la página en un mal silencio, conviene mantener el buen humor. Que a veces deriva en saludable chacota que de ninguna manera dura más de treinta segundos. Pero qué efectivos.
Grabamos desde la primera lectura, porque ha habido casos de comunión mágica en que la escena ha quedado desde la primera toma. Que quede, quiere decir que es eso lo que saldrá al aire. Cuando eso pasa, Alonso nos dice Ni ustedes podrían hacerlo mejor, y pasamos a otra cosa. Hay otras veces en que hay que grabar diez veces lo mismo porque recién durante los ensayos vamos descubriendo todos la verdad del momento. La escena, como el ser vivo que es, se revela a veces tímidamente, a veces con franca crudeza. Lo que es sensacional es que Cinthia M., -rubia sabrosa de veintitantos inubicables, asistente del director, productora ejecutiva, encargada de casting y guionista fecunda- te llama la noche anterior y te dice, K. ¿tienes tiempo mañana? Serás Madame Bovary. O serás Ana Karenina. Eso, si eres protagónico o narrador. Lo común es que estos socarrones - pero generalmente, hábiles- representantes de la comedia del mundo lleguen a la cabina sin tener la más peregrina idea de quién serán ese día. Serás la Reina de Corazones de Alicia en el País de las Maravillas. Espera, no te vayas. Eres la Paloma Cotorra tambien. Extraordinario. Y entonces le preguntas al director, Maestro, y tiene usted alguna idea, alguna imágen que me acerque a la Paloma, y te dice Claro, piensa que es una chismosa, está aburrida de no tener con quién conversar, harta de que le quiten sus huevos, al borde del colapso pollil... Entonces empiezas a actuar. En inglés, to play. Y es eso, verdaderamente. Un juego. Un partido. Tus compañeros te dan risas, gritos, caricias y silencios. Tu devuelves. Recibes y das muerte. Es posible que en dos días hayas sido el Conde de Montecristo, que lo hayas perdido todo y vuelto a recuperar. O que hayas vivido de esperanzas y muerto de desencanto como Madame Bovary. Todo en dos días. Porque si bien podemos ir a trabajar en buzo, si nos place, ya que la cara no se nos ve, la voz no miente. Si los ojos son el espejo del alma, la voz es El Alma. Así que no hay lugar a trucos o trampas escénicas cuando tienes un micro capaz de capturar el rumor que dejan tus lágrimas cuando ruedan por tu rostro.
Lo peor que puede pasar, es que alguno venga a trabajar resfriado. No sólo porque generalmente se le oye fatal y la voz se va aclarando demasiado mientras pasa la mañana- lo que es un problema si piensas que esto se graba como el cine, es decir en total e impune desorden. Y eso quiere decir que puedes empezar el día con la escena final y continuar con el principio, y cosas del género-, sino porque la semana siguiente tendrás un ramillete de actores moqueadores. Si a alguien se le ocurre ir a trabajar de mal humor, puede saber que es la última vez que trabajará allí. Se han visto casos. Y como que a todos nos gusta volver. Te dan sanguchitos. Los colegas son tan amenos. Pagan con justicia. Y es un increíble entrenamiento actoral.
La parte de los guiones es otra cosa. Yo tuve el honor de hacer la versión de radio de La Madre, de Máximo Gorki. Tuve que perseguir a Alonso un tiempo, para que me diera la oportunidad. Alonso, te juro que yo tambien escribo. Gracias a Dios apostó y me dio La Madre. Allí empecé a comprender la grandeza del proyecto. Porque yo nunca había leído ese libro. Como el 80% del pais, probablemente. Tenía en mis manos el deber de intentar hacerle justicia al gran Gorki. Si es eso remotamente posible. Pero más aun, tenía el deber de seducir al perú radial a leer la verdadera Madre depués de oír la nuestra. La verdadera, la de seicientas páginas. Es toda una aventura conseguir que entren seicientas páginas en siete mil palabras. A veces se sacrifican personajes. En mi caso, habían tres Nikolais. Los convertí en uno solo. Es un poco un oprobio. Pero es un sacrificio que se hace en pos de la seducción a la lectura. Cada bloque debe ser atractivo y eso a veces hace que no haya tiempo para desarrollar profundamente los personajes digamos, de reparto. Pero la cosa es que funcionó.

Funcionó. Ahora le dejan de tarea a los chicos en muchos colegios escuchar el programa. Los chicos están escuchando por primera vez algún acercamiento a los grandes de la literatura. Y los no tan chicos, como yo, también. Y qué acercamiento. Con orquesta y caballos que corren desbocados. Yo alucino a nuestro público. He hecho teatro por casi todo el Perú y sé que sólo en las ciudades hay televisores. Y sólo llegan uno o dos canales. Imagino a nuestro público en el monte, agazapadito, escuchando atento. Lo imagino en su canoa, surcando el rio silencioso con su mini radio a pilas. Lo imagino en casa, los grandes y los chicos oyendo. Los grandes recordando los tiempos de la radio. Los jóvenes imaginando paises nuevos, pasados incógnitos. Alucino a nuestro público peruano, humilde y agradecido- si no me creen lean el blog de MNF en RPP- y me provoca llorar de amor y rabia, porque somos un pueblo ávido y curioso y continuamos siendo los parientes pobres del mundo educativo. Hijos de Puta. Grandísimos hijos de puta los que quieren tenernos ignorantes. Porque ése, ése sí es un crimen.
Rpp es una empresa privada, con claros fines de lucro. Y ha visto en la cultura una forma de enriquecerse. Los bendigo. Antes pensaba que la plata era el diablo. Ahora creo que la plata puede traer al diablo. El diablo de no querer que otros también se desarrollen.

Me gusta haber trabajado en Mi Novela Favorita.

Mi Novela Útil, hecha con tanto cariño. Hecha en el Perú.