lunes, 27 de octubre de 2008

Goodbye, blue world.

Escribo mientras malabareo con mi hijita que quiere ver sus dibujos desde la perspectiva de la cima de su madre. Hoy más que nunca, no puedo dejar de mirarla. Yo no era mucho mayor que ella cuando llegamos a Huachipa. Huacondo. Huachipaland. Buscábamos un terreno para comprar, algún sitio donde construír nuestra casa de campo. En ese entonces, teníamos mucho dinero para la gasolina, mis papás estaban juntos y mi viejo, que es del sur de Italia, había comenzado a sentir esa profunda nostalgia de la tierra. Habíamos visto un terreno en chosica, lo recuerdo bien, era una tarde de óxido gris, como esas que sólo Lima da. A mí me había gustado el lugar por su cielo naranja y rosa, y esa bucólica miseria de las figuitas de Sarah Key. Mi Viejo en cambio, no estaba muy entusiasmado. Había una suerte de camino al lado del terreno. Preguntó bien al irnos. Siempre ha tenido un buen olfato. Por ahí pasaba el huayco cuando se desbordan los ríos en la sierra.
Así que buscando llegamos a Huachipa, que era mucho más cerca a Lima. Todavía había terrorismo, y este terreno estaba casi en frente de la comisaría. Mi papá decía que eso era bueno. Yo no estaba tan de acuerdo. Entramos. Todo Huachipa estaba cercado por cerco vivo y fences, límites de madera entre terreno y terreno. Por los límites de los terrenos pasaban acequias de agua clara, cristalina, donde crecían una suerte de algas de río de color rosado fosforecente. Hablo en serio. En medio de unas ruinas blanquecinas donde alguna vez debió haber habido una casa, dos higueras dominaban la vista. El sol brillaba con la magia del desierto, pero alrededor todo era de un verde denso exhuberante, lleno de verde y vida, alucinante. En ese entonces no lo sabía porque era chica, pero las hojas de cada planta exhudaban la misma sexualidad de la selva. A lo lejos, los límites marcados con los sauces, eucaliptos y corrientes de agua clara. Y eso sí, un pantano. Un pantano. Allí se mete la vaca y se pierde, se mete la obeja y se pierde , maldito ese pantano es. Mi Viejo, hijo de la postguerra, dijo A ver el pantano y nos llevó a mi hermano y a mí. Cuando llegamos al punto maldito, mi papá se agachó para ver el agua que crecía debajo de las totoras. Burbujas llenas de oxígeno nacían de la tierra... Una sorgente!, pensó y nos abrazó fuerte fuerte y caleta, porque todavía no habíamos comprado nada. Trajo a un amigo suyo que es ingeniero hidráulico a ver el terreno. Su amigo se volteó, verde, rosa. Confirmó asolapadamente lo que mi Viejo sospechaba. Es un manantial Tony,... compra!
Compramos nuestro paraíso hace 24 años. Nadie quería ese terreno, lo compramos regalado. Mi Viejo llamó a la casa La Crika, Cri por mi hermano y K. por su servidora. Ahora está lleno de árboles de mora, árboles que planatamos nosotros mismos por que están siempre verdes. Todavía está aquí una de las higueras. Mi Viejo y su amigo hicieron un diseño ecológico para encauzar el agua del manantial y a la vez retenerla en una laguna. Era lo más hermoso del mundo. Mi viejo la hizo pensando en mi Vieja, como un regalo de amor, una suerte de Taj Majal huachipano. Mi amiga Colita y yo cosechábamos fresas, las enjuagábamos en la acequia transparente y nos las comíamos con leche condensada allí mismo, refrescando nuestros pies, mirando los camarones de río que se asomaban en las pozas que se habían hecho a lo largo del corredor de Agua. Era bellísimo. Habíamos sembrado moras a lo largo de la acequia que caía desde el fondo, escalonada. Es bellísimo. Sólo que ya no hay agua. Sólo que ya no hay plantas rosadas, ni peces.
Hace un tiempo comenzó a bajar la napa del agua. La napa, es el nivel subterráneo del agua. Antes el agua estaba en algunos lugares a 60 centímetros del suelo, con lo que nuestra laguna de Manantial - Mama cocha, hermana Cocha- tenía dos increíbles metros y veinte centímetros de profundidad. Era un océano. De las entrañas de la tierra nacieron peces, tilapias y chunchos que nadie puso allí, que siempre estuvieron. Y Caracoles. Nosotros trajimos tres carpas de colores, una roja, una blanca y una moteada. Eran enormes. Bucear con los ojos abiertos en esa agua transparente, poder ver el fondo de grava y los peces, majestuosos flotando en el misterio era lo más maravilloso de ver. El agua era fresca, potable. Podías quedarte horas buceándo. Y el mayúsculo Sol Huachipano. El mundo era verde y azul, soleado y con brisa.
Hoy en Huachipa está Ambev, Ajeper, Brahma, Gloria, Franca, Aje, Kola Real, Topi Top y Jordan Jeans, entre otros, gracias a algún alcalde corrupto que convirtió Huchipa de distrito ecológico y pulmón de Lima , en un distrito industrial. Hace más o menos un mes Sedapal inauguró su flamante reserva de Carapongo, con comercial adjunto de televisión diciendo Lima al 100%, no necesitamos hacer recortes de Agua. Y a la semana, nuestra laguna se secó. Se secó, señores. Nuestra Abuela ha muerto, y en su lugar ha quedado un cráter sin peces, sin caracoles ni agua, muerte. Nuestro manantial fluía con 36 mt3 por segundo de agua. Eso es como un bidón de Agua por segundo de manera espontánea, sin bombearla.
En Huachipa, todavía hay zorros salvajes. Hay halcones y miles de tipos de pájaros nativos y de paso. Según la época, ves pasar las bandadas de pájaros. Pericos verdes, gaviotas de río, muchos tipos de pájaros. Hace mucho tiempo, yo he llegado a ver cóndores que bajaban hasta la costa siguiendo el río. Hoy una plasta negra cubre las algas rosadas. Si la lavas con agua limpia, puedes ver su color verdadero. Las acequias ya no llevan nada vivo, porque todos botan sus deshechos a la acequia y no hay qué carajo pueda vivir allí, a menos que venga de Springfield. Sólo quedan el sol y el viento, cada vez más calientes. Por la falta de agua han crecido menos moras, de las que se alimentaban los pájaros de paso.
Ha tenido que desaparecer la Laguna para que aceptemos el cambio.
Hoy, ya no boto mis colillas al agua. Ni el papel al water. Ni dejo correr el agua. Ni un poco. Ya no me bañaba en el mar por que odio las bolsas que te dan el encuentro como malaguas. Estoy empezando a pensarlo de nuevo. Porque así como vamos tal vez más que pronto haya que vivir con wetsuit.
*
*
*
El agua rodeándome en el silencio del vientre de la tierra, peces. Mis ojos hacen contacto con los suyos y cómplices seguimos nadando. Puedo permanecer bajo el agua más de dos minutos. Bajo el agua fresca, abro la boca y la bebo, sonrío distorsionada y nado como ví que hacían las sirenas. En esta agua y silencio entendí que la vida es bella y que pueden lograrse los sueños, buceándo en espirales como los delfines. En esta agua me curé de todos mis males. Ví a mujeres salir en cinta después de muchos intentos sin éxito. Traje a todos mis amigos enfermos de pena y ví a mi hijita navegar sobre el reflejo celeste.
Y hoy no hay nada, sino la muerte.
Impresionada, reconozco que he tenido que ver la muerte de mi Hermana de Agua, para tomar una actitud ecológica más seria.
*
*
*
*
*
Yo conocí una tierra azul y verde, donde corría una brisa fresca como el agua y brillaba el sol dorado, gentil. La tierra daba espárragos y brócolis salvajes y frutas. Podías tomarte el agua que te regalaba la tierra.
Hoy veo el sol y la muerte que vienen. Miedo y pena. Mi hijita canta la canción del dibujito, ella todavá no sabe nada. Y yo no sé cómo voy a explicárselo. Cómo enseñarle a cantar. Goodbye, blue world.
*

jueves, 16 de octubre de 2008

En Casa - En Kabul

En Lima, Perú, yo hacía cola en un teatro de Miraflores a las 8.00 pm. Aproximadamente hacia las 8. 10 pm, una señora de unos responsables 50 años comienza a hablar y a hablar y a hablar y pareciera que es lo único que esta dama hará, como tantas otras. Sin embargo, esta señora es un tanto particular. Lee. Mucho. De todo. Es una persona muy, lo que se dice, leída. Todo en ella es armonía, mesura, elegancia. Luego nos explica lo de los antidepresivos. Y de lo aburrido que es su marido. Y lo de su hija que... Y que nunca ha viajado. Todo esto mientras nos narra la historia del origen de Afghanistán. Y de Carlo Magno. Y lo de todos los imperios que fueron a parir allí. Incluso nos cuenta que en un lugar impronuncianble para mí se encuentra la tumba de Caín. La mismísima tumba de Caín. La dama en cuestión, toda maneras y recato, sacía gran parte de la curiosidad que en estos momentos tenemos todos los que estamos conectados al mundo, por esta extraña región llamada Medio Oriente.

Más exactamente, Afghanistán. Kabul. El régimen Talibán. Sabía usted que Afghanistán no tiene mar? Sabía usted que es Afghanistán gobernado por los Talibanes? (Osea, talibanes de los que se tumbaron las torres en los ministerios, en las aduanas, en la guardia civil?) Sabía usted que la región impronunciable para mí en la que se encuentra la tumba de Caín, nuestro buen Caín, es hace tiempo un campo minado? Sabía usted que los rusos dominaron Afghanistán y que los gringos armaron a los grupos radicales insurgentes para hacerle la vida imposible al gobierno soviético, y así luchen por su peace matándose como perros entre ellos? Ciertamente. Culta la señora.

Pero sin alas. Señora sin alas vuela de Londres a Afghanistán. Señora sin sueño va a visitar la tumba de Caín. Señora se pierde en el campo minado, vestida de turista. Señora es lapidada. Descuartizada. O no? Llegan su hija y su esposo para recoger su cuerpo. Pero no hay cuerpo. La hija, guiada por esa cosa que las mujeres tienen - instincto, locura - sospecha a su madre viva. La busca. La encuentra. Pero no la ve. No puede verla más. Mamá, que sabía utilizar la palabra caleidoscópico, mudó de vida. Renunció a todo. A todo.
Suceden muchas otras cosas, que no adelantaré. Es que la obra verdaderamente vale la pena. Es larga, pero juro que no se siente. La dirección limpia, sin regodeos de Fisher nos demuestra un respeto por el espectador, no hay pausas dramáticas interminables, la obra fluye, es un placer verla. Las actuaciones son espectaculares en su gran mayoría. La actuación de las mujeres - Norma Martínez, Jimena Lindo y Gabriela Velásquez - es impresionante. Los hombres están maravillosos, incluso se revuelcan en el polvo antes de salir a escena, para darle a su aspecto musulmán ese algo que sólo te da el desierto. -Ver a los Velásquez es siempre un placer mayor. Y si vienen en paquete, mejor. Me imagino que habrán jugado a eso de actuar en los patios de su infancia y cuando lo hacen ahora que están grandes, son una máquina de ilusión. Y Miguel Iza volvió. - El autor es un auténtico dramaturgo, que con su obra por fin nos contextualiza en el otro lado del mundo, donde las alfombras volaban y las mujeres no deben tener orgasmos.

Son las 2.22 am. en Lima. Acabo de estar en el teatro.
.
.
.

Qué hora será en Kabul?

domingo, 5 de octubre de 2008

Ricardo Fernández me regaló un secreto

La última vez que ví a Ricardo Fernández estabamos grabando en Audiopost -la casa de audio donde hicimos Mi Novela Favorita- el primer capítulo de la serie, El Quijote de la Mancha. Mr. Enrique Victoria era, naturalmente, el Quijote, y don Ricardo el Narrador. El Narrador, con mayúscula. Ser el narrador es sumamente interesante, por varias razones. En primer lugar, por que el ser el narrador tal vez tenga menos glamour que ser el protagonista, pero es el que más lee, así que es el que más gana. En segundo lugar porque ser el narrador te pone en la situación de ser el que te pinta el cuadro, como cierto Kojudopolitano dijo, el que te arma la escenografía auditiva. Es un gran reto como actor, que te permite jugar a ser el fantasma, a ser música, bruma. Muy entretenido. Esa mañana eramos varios una barbaridad de actores en el estudio. El Quijote, mil historias, mil personajes... Alonso A. escuchaba cada toma en silencio fuera de la cabina, redescubriendo poco a poco el arte de la radio novela. Nunca antes lo habíamos hecho, y las posibilidades con la tecnología digital no tenían nada que ver con el radio teatro que se hizo algún día. Lo que era una bendición y un desafío. A veces alzaba la mano en gesto entre de árbitro futbolístico y de director de orquesta, con los ojos cerrados porque seguía intentando escuchar la toma, cuando los actores que no estábamos dentro de la cabina nos entregábamos a la cháchara o el chascarrillo, cosa corriente en nuestra profesión, actividades que nos relajan y unen. Poco a poco fuimos comprendiendo el timing entre silencio y entusiasmo. Me imagino cómo habrá sido pasar por el corredor en Audiopost, y escuchar las grabaciones. Un silencio profundo. Uno , dos o tres actores hablándo y luego del corte de la toma, una fiesta, una reunión o un pequeño estadio. Nos citaban y generalmente acertaban de forma sospechosamente precisa con los tiempos. Pero ese día era la primera vez, nunca antes habíamos hecho algo como eso, éramos tal vez 18 actores en una sala chica y la gente entraba de a dos , de a tres, o de a doce a la cabina, y los otros esperaban afuera su turno, entusiasmados, un poco como deben sentirse los futbolistas cuando esperan la pelota en la cancha. Hacíamos primero una lectura, se aclaraban las dudas con una muy breve charla en la que actor y director se entienden y se graba.
Esa mañana mi inmensa fortuna hizo que me hicieran compartir micro con Ricardo. Casi todos llegábamos a tener audífonos, pero no había tanto espacio para tantos actores, y a veces compartíamos micros. El micro que usaba Ricardo, por ser el del narrador y el de don Ricardo, era uno de los mejores micros, sino el mejor. Así que triple suerte.
Triple, por que yo ya había conocido a Ricardo antes, durante la filmación de una novela. Al inicio - yo tenía 21 años- no entendía muy bien qué hacía el señor de los detectilocos haciendo novelas. Lo entendí en breve.
Le digo Ricardo por su nombre de pila porque así me pidió él que hiciera, pero la verdad hasta ahora cuando lo recuerdo me provoca decirle don Ricardo. Su pelito blanco, su mirada clara y acuosa, sus silencios. Su manera de andar. Pero si le decías don Ricardo te salía rápidamente con alguna cosa que te destruía de risa, como para recordarte y recordarse a sí mismo que él era un Cómico, lo que en nuestra profesión es un poco ser el Guerrero que Combate la Pena. Y la acaba, pero siempre se lleva algo de él.

*

Esa mañana era la primera del Quijote. Yo sólo grabaría esa mañana. Al día siguiente tendrían otra sesión, siempre con Ricardo y Enrique, pero en escenas con otros actores. Después de los nervios, la risa, las indicaciones y la sorpresa, comenzamos a grabar. Y después de ver que no desentonaba lo que estaba yo haciendo- qué susto-, me relajé un poco más y comencé a escuchar mejor a los supercolegas con los que estaba compartiendo cabina. Recuerdo que estaba Mario Velásquez y toda su humanidad, espontaneidad y carisma. Bruno Odar y su garganta de las Mil Voces Verosímiles. Wendy Vásquez y su voz profunda, clara y verdadera. Enrique Victoria y toda su creatividad, genialidad, experiencia, locura y libertad. Y Ricardo Fernández con su...
Qué tenía Ricardo?! Qué era, que no podía dejar de escucharlo... parecía tan sencillo lo que hacía y a la vez algo me decía que habrían pocas cosas tan difíciles de hacer, como la que él estaba haciendo en ese momento. Algo estaba haciendo, pero en algún lugar no estaba actuando. Tal vez es el personaje, pensé. El hecho de ser narrador hace que tengas que ser neutral, y sí, en esa ocasión más o menos por allí iba la cosa. Pero había algo en su voz. Un hilo de oro que me permitía verlo todo en mi propia pantalla, como un filtro único, particular, muy humano, cálido, bellísimo.
Cómo haces eso? Le pregunto. Qué cosa? Me pregunta él. Eso que haces, le expliqué. El sonrió. Hay que escuchar, me dijo. Pero a quién?, le pregunto, Tu no actúas con nadie, tu estás jugando sólo. Y entonces me lo dijo, Tienes que escuchar a toda la gente. A todas esas personas que te estarán oyendo. * . Algo sucedió entonces en mi cerebro. Me imaginé multitudes como captadas por una toma aérea, como las del Señor de los Anillos en sus guerras. La cámara corrió como un halcón o como un rayo a travez de todo el país, de toda su geografía. Me imaginé a la gente en la selva, sentada en su canoa escuchando la radio. A la gente en la puna alta, los pastores, los mineros escuchando la radio.
Todas y cada una de las personas.
Me dió vértigo y casi me desmayo, en esa época todavía no lo sabía pero ya estaba en cinta. Fue muy emocionante. Se lo conté. El, que me conocía, sonrió. Y seguimos hablando de eso algunos segundos más, luego tuvimos que hacer silencio para terminar la toma. Después salimos a escucharla. Quedó bien. Tuvimos sanguchitos y cocacola . Y quedamos en vernos la semana siguiente, para grabar la próxima novela que, naturalmente, no recuerdo cuál fue. Ese secreto fue el último regalo de Ricardo. La semana siguiente ya no pudo ir a grabar, porque ya no estaba más en ningún sitio en esta tierra.
*
Eter.
Silencio.
Secreto suspendido en la ionósfera.
Gravitando
entre
satélites.
*

Dejad ke los niños vengan a Mí


Las múltiples ofertas del Konsumismo