jueves, 22 de septiembre de 2011

Los chuzos de mis manos - parte I

Curiosa pero no extrañamente este último año y medio me he vuelto sumamente aficionada al Pisco. Puro. Pisco: aguardiente de uva originaria del pueblo de Pisco, Perú, con nombre quechua de ave marina y color ausente. Cristalino, honesto, mágico y salvaje. Nacido entre las líneas de Nazca, los desiertos del sur y las tierras de las Brujas de Ica, este brebaje espirituoso puede destapar las cabezas más pobres, los corazones más duros, las piernas más pudendas. Todo esto es cierto, venga a ver, encontrará pobreza e injusticia, ruinas y restos de temblores, pero también excelente comida y fuertes hechizos, venga a ver. Nomás no se nos quede hechizado por allí, a menos que se quede para invertir. Sí. Pisco. Con la excusa de que es excelente para guisar, ahora siempre hay uno, o lo que de él queda, en la cocina. Luego pasea. De la cocina, al cuarto, al baño, al cuarto nuevamente, a la sala tal vez y luego de vuelta a la cocina. Tengo ya tantas botellas de pisco en casa, -cristalinas, transparentes, todas de la misma marca- que las he juntado y voy a hacer un instrumento musical con ellas, de ésos que son de llenar con agua botellas y hacer así un botellofón de botellas de pisco con aguita de colores.
Gran cosa, el pisco.
Sólo no muy recomendable para hacer jardinería.
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Ahora recuerdo:
Me dijo Te vas a cortar, yo le dije No y me rebané el dedo. Me detuve cuando sentí el golpe, no por el dolor sino para ver de qué tamaño era el corte, o si mi dedo seguía allí. Me gusta la jardinería. Tengo buena mano para las plantas. Manos frías, para algo tenían que servir, para no quemar las hojas, dicen. Mi jardín es hermoso. Chiquitito, pero hermoso. En Huachipa aprendí mirando cómo los hombres cortaban a machetazos los cercos. Ahora que extraño mi barrio de árboles, me meto a mi jardín y cuchillo de cocina en mano, lo pulo.
Ah, es agradable. Es muy agradable.
Cojes con la mano izquierda las greñas de las matas salvajes y las cortas de izquierda a derecha de abajo hacia arriba, con la mano derecha. Así es, haces un movimiento tipo X . Es como un acto de protección, un antiguo conjuro contra las energías malíferas que las plantas detienen. Es delicioso de hacer. Yo siento una especie de antiguo poder corriendo por mis venas y liberándome a la vez, como el viento fresquito en el desierto. Será la naturaleza. Se corta con un ritmo y una cadencia. Se convierte en una suerte de mantra. Es algo espiritual. Más no debe hacerse en piscos.
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La sangre manaba gruesa y lenta, pero inevitable. Mientras entrábamos a la casa pesada, atropelladamente, recordé aquel cuento del Gran Gabo, Tu Rastro de Sangre en la Nieve. Ese momento literario me hizo sonreír y también el hecho de pensar en eso justo en ese instante, mientras dejaba todo regado de sangre e iba haciendo un desastre por todas partes. El desequilibrio, la sorpresa, la extrema acción de la escena se congeló por un segundo en ese recuerdo que nunca existió, esta imágen , este hilo rojo de sangre sobre la nieve blanca. Un hilo, que si te fijas bien, es un pequeño río.
Le dije Yo he estado en la Cruz Roja, déjame hacer, y me encargué de mi herida. Listo. Shastá. A dormir.
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A la mañana siguiente mi almohada estaba manchada de sangre. Mi colcha, mi ropa. Ciertas paredes, el baño. Mis documentos, recibos, cartas. Había tenido el respeto etílico correspondiente por mi hogar y había intentado limpiar la noche anterior, pero el cadáver se me había escapado por todas partes. Gotas y huellas, trazos del dedicidio por todos lados. Imaginé naturalmente, que así debían sentirse los asesinos, perseguidos por el rastro de sangre de sus víctimas y sus dedos acusadores.
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Me puse cáscara de huevo y mi dedo se curó. Al día siguiente me dolía tanto que no me dejaba dormir. Pero lo peor son las trazas, los restos del hecho. Me siento en el baño y juá, mi ojo descubre una mancha nueva en la pared. Paso por la cocina y juá, alguna mancha incordia asomando por allí. Es más, me corté el dedo hace casi un mes y en este momento estoy viendo una nueva mancha en la pared de mi sala, una gota viajera sobre la pared blanca. Mi casa blanca. Mi sangre roja sobre mi casa blanca. Mi sangre roja cerca a los juguetes de mi niña, mi dedo cruelmente herido. Destrozado. Aniquilado por mi tánatos innato, por mi tánatos involuntario, indomable. Escondo el dedo. La cicatriz es grande. Casi invisible.
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