miércoles, 27 de noviembre de 2013

Melancolías y Manifestaciones - Lola Arias - FAEL

Ayer fuí a ver Melancolía y Manifestaciones en el FAEL. Una obra bonita, triste, muy bien planteada, limpia y sentida. Es el relato de una hija acerca de su madre y la depresión nerviosa de la que es prisionera. La depresión nació el mismo año en que nació la hija, que coincidentemente es el año en el que estalló la dictadura en Argentina, 1976.
El montaje, impecable, se sostiene sobre recursos sencillos pero efectivos, el relato testimonial de la que llamaremos La Hija, música en vivo, video proyectado sobre una escenografía que es versátil y efectiva, la voz de la madre verdadera, original, actuada en play back por la actriz que representa a La Madre, y en especial, lo que a mí me resultó más conmovedor fue la presencia de otros cuatro actores, todos sobre los sesentaicinco años, aprox. Ellos me hicieron sentir la realidad de La Madre, sus blandas clases de gymnasia, sus manifestaciones políticas - por ser gente que vivió en verdad el tiempo de los desaparecidos-, la innegable llegada de la vejez, la proximidad del desenlace, la impotente pasividad del que está condenado a ser un espectador. El deterioro. El olvido. La resignación.
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Tomé muchas notas durante el espectáculo, pero ahora me parecen anecdóticas y nada más. La obra estaba dividida por secuencias con un título. Cada uno de estos cuadros representaba una de las facetas de La Madre en relación a su contexto y a su enfermedad, como por ejemplo LAS DOS CARAS DE MI MADRE, secuencia en la que hablaba de su madre deprimida y su madre eufórica, cosa que hay que haber sido familiar de un maniaco depresivo para comprender en su terrible magnitud. El enfermo posee, como ella misma dice, las dos caras del teatro, y tú nunca sabes cuándo aparecerá una, y cuándo la otra... Conozco a alguien que le sucede lo mismo.
O EL DINERO, que narra la generosa cleptomanía de la madre, ya que le da por robar cosas para hacer regalos, o como la ACOMPAÑANTE que cuenta que tuvieron que contratar a un acompañante terapéutico para la madre, ya que cuando estaba sola no sabía si estaba viva o muerta, o EL SUICIDIO, deliciosa secuencia en la que oímos la voz de la madre desde los labios de la actriz, contándonos cómo ha pensado suicidarse. Tirarse del balcón, por lo efectivo, por lo mismo es bueno tirarse al metro, porque luego, viste, pasan los vagones y pasan y se shevan la tristeza, el vacío... Las balas, no, es muy sucio, imagináte todo regado de sangre, no... No es lo mío... Y con las pastishas... y, el problema siempre es que alguien te encuentre, te salve y te quedés ni aquí ni ashá, como en el medio, viste...
Los gestos pausados, sostenidos en su propio tiempo de La Madre, su manera desarticulada de hablar, siempre como para ella misma, como hacia adentro, haciéndose difícil de comprender para quien intenta comprenderla... La languidez física de la Hija, sus ojeras naturales, la melancolía de su voz, de su mirada, la resignación, su vientre inflado, porque ahora, también ella será madre y sabe, que la depresión es una enfermedad hereditaria, como ella misma dice, Una joya, que se lleva en la sangre...
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Fue el final lo que más me conmovió. El momento en que relata una anécdota en la que ella, muy niña, se come- nadie quiere recordar, ¿una pastilla? ¿un blister entero?, nadie recuerda-, las pastillas antidepresivas de mamá. La llevaron a hacerse un lavado gástrico, y la Madre lo narra con una soltura, con la irresponsabilidad de una niña que comprende el atractivo por las pastillitas pequeñas de color rosa y termina diciendo que Nada, pero vos estabas perfecta, vos, a vos no te pasó nada... La Hija, nos dice que se pregunta si esas pastillas no la convertirán en una suerte de Aquiles, siente, que tomarlas fue como que la sumergieran en la laguna del remedio pero que le quedó la sospecha de haberle quedado en el talón un punto en el que podría llegarle un día la flecha de la depresión. Y tumbarla irremediablemente.
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Yo conozco a alguien que también le provocaba con frecuencia suicidarse. Pero a ella le daba en el día de la madre, en navidad, todos los años, a la grande. Nada de pavo, al carajo los regalos, me encierro a llorar y a gritar que voy a suicidarme. Cerraba la puerta de la casa por dentro, nadie más que ella tenía la llave. Yo conozco a alguien que cuando estaba eufórica era la persona MAS MARAVILLOSA DEL MUNDO, y que luego, cuando caía, pegaba duro, tan duro, con golpes y con palabras, como nadie. Yo conozco a alguien que me decía con frecuencia que un día llegaría a su casa y la encontraría muerta de varias semanas, pudriéndose y llena de gusanos. Pero no me daba la llave para poder ir a chequearla cuando se deprimía y descolgaba el teléfono. Y así pasaban semanas, pensando yo, segura yo, de que ya se comían los gusanos al ser que más había amado en la tierra, pero que si acaso estaba viva y le tumbaba la puerta , me iba a tragar con zapatos por joderle la chapa... Yo conozco a alguien por quién daría la vida que a veces me dice que yo un día le dije que la iba a matar. Yo eso no lo recuerdo. Juro que nunca lo dije. Pero ella tampoco recuerda todo lo que hizo, o tiene una explicación para todo lo que hizo. Yo también tengo una explicación para lo que pasó: estaba enferma, muy enferma de depresión. Enfermedad en esa época considerada simple capricho. Enfermedad de la que aún casi no se sabe nada, y en la que los remedios parecen enfermarlo a uno cada vez más. Enfermedad que se roba y te mata a quién más quieres y te trae de regalo a su gemelo malvado. Enfermedad que contagia, cierra la garganta de la alegría y nunca más te deja sonreír sin tener en el fondo ganas de llorar, asombrado, abrumado, confundido por la inesperada presencia de la felicidad. Sí, conozco esa enfermedad. Es un cáncer que contagia.
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Tal vez por eso la obra no me conmovió tanto. Mis espectativas fueron muy grandes. Comparado a lo que yo conozco, esto era un paseo por los Campos Elíseos, galletitas con mermelada de naranja a las cinco con té inglés. Me hizo recordar a una amiga con la que me encontré precisamente hace poco, muy conmocionada, porque la habían asaltado y la habían mañoseado y tocado y ella estaba aún aturdida - aunque había sido un par de días atrás- y me decía que se sentía vejada, violada. No, le dije, Tuviste suerte, mucha suerte. Muchas de las mejores actrices que conoces, han sido abusadas, violadas de verdad. Yo sé que te sientes mal porque te tocaron tu florcita, pero créeme, no es lo mismo que te la revienten. Tuviste suerte, mucha suerte. Es posible que ella me haya odiado un poco por minimizar la inmensa violencia de la que fue víctima. Pero en verdad, hay cosas mucho peores, y hay que salir adelante intentando dejar de llorar. En todo caso, el infierno personal es siempre el infierno de uno, uno y sólo uno sabe cuánto cuesta y cuánto duele. Pero es bueno no perder la perspectiva. Hay infiernos peores. El mío fue mucho peor que el de la Hija. Pero hay otras Hijas, con infiernos mucho peores que el mío.
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Dicen que la depresión es hereditaria, y yo creo que es así. Pero creo también que, hasta cierto punto, uno puede (y debe) combatirla a muerte con suma responsabilidad. Intentar ser felices sin destruír al resto es el gran arte de la vida para los depresivos. Y rogar a Dios con toda el alma, para que no haya motivos reales para caer en una real, profunda depresión.
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Ese pantano personal donde no entra la luz del día.
Ese lugar viscoso y tibio, sucio de mierda milenaria, asentado en las paredes del alma.
Ese lugar sin eco, donde no llega voz alguna sino la tuya propia.
Y es la voz de un monstruo enfermo que te odia.
Ese útero sin Dios.
Esa manera de perder la vida.
Ese agujero negro,

negro,

negro,

negro.

*
*
*

Epílogo: Así se titulaba la última secuencia. Aparece La Madre sentada en una esquina como en el grabado de Durero titulado Melancolía, con sus alas de ángel, con todas sus cositas robadas, con sus cientos de cajas de antidepresivos regando el piso, cantando sola una canción ininteligible... Las persianas se cierran y ves proyectada la imagen de la madre real, que es en verdad quien canta, sentada sola en una banca de jardín, sola ella en su mundo de tristeza, sola para siempre, sola desde la médula, sola a pesar del verde que la rodea, de la cámara que la filma, de la hija que la espera.
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Sola para siempre, su canto inaudible confundido en el rumor sordo del universo.

jueves, 14 de noviembre de 2013

Bolognesi en Arica

De no haber sido por el enorme aprecio a mi gran amigo Alonso Alegría, no hubiera ido de ninguna manera a ver una obra titulada "Bolognesi en Arica". Qué pepinos me importarán a mí los militares y sus dilemas, sus rollos de delimitaciones, sus jerarquías fálicas y esa espantosa, absurda respuesta que brindan inflados como pavos gordos y como si fuera motivo de orgullo: "recibía órdenes", justificando así cualquier alucinante aberración. Tira de vacas. Ovejas.
No se me culpe. Soy de una generación sin héroes, que no ha visto a los militares hacer más que estupidez tras estupidez, incluída la inconcebible, magnífica corrupción que corre por las venas del cuerpo militar. Para mí, siguiendo mis referencias históricas contemporáneas, militar equivale a estúpido, tarugo, incapáz, ladrón, demagogo, violador, asesino impune, prepotente, bruto, inculto, cobarde, estrecho de mente, de gracia y de espíritu independiente. Son como ovejas caníbales asesinas, un íncubo innecesario a nivel mundial.
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Existe, sin embargo, un único tipo de evento militarizado que me conmueve profundamente, aunque también implique, casi siempre, el derramar sangre. Y esa es La Resistencia.
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La Resistencia, con mayúsculas. La Resistencia del niño que no se deja abusar por sus compañeros/padres/maestros. La Resistencia de la hembra que no deje que le pegue su amado marido. La Resistencia de la gente sencilla que no quiere que contaminen la tierra, porque ellos sí, la saben sagrada. La resistencia de los varones que no quieren invasores que violen a sus mujeres y humillen a sus hijos. O que los humillen a ellos mismos, porque tienen sentido de la honra. La Honra. Y entonces sus hijos, se convierten en todos los niños de su tribu/país. Y las mujeres anónimas y su ventura se convierten en el destino de la mujer propia. Y entonces nace un sentimiento, heroico, en gente pequeña que ensancha a conciencia su corazón y permite que se vuelva tan grande, tan inmenso, y acepta el dolor de ese crecimiento con tanta grandeza, que contempla incluso el sacrificio propio, hasta la muerte acaso, si es necesario. Nacen entonces los verdaderos héroes.
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Porqué ahora que somos más inteligentes/avanzados/interconectados somos más imbéciles y mucho más cobardes y egoístas? Pregunto. Me da mucha curiosidad.
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Alonso Alegría es un muy querido amigo. Pero tus mejores amigos, son los que más quieren y esperan de tí. Por lo tanto son tu peor público. Sabía que durante la temporada oficial Bolognesi había sido- increíblemente- aplaudido como un rock star, eso me despertó la curiosidad. Llegué tarde al Teatro de la Plazuela de las artes, donde una encargada -militarizada, verde, más verde que una lechuga- me impidió colarme en nombre del amor al arte. Cumplo órdenes, me dijo, y yo la odié toditita con su uniforme de ejército teatral y todititas sus credenciales. Espero el intermedio con otros incautos, para ver aunque sea el segundo acto y no quedar mal con mi amigo. Qué fiaca ver una obra tan comenzada. Igual me quedo.
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Lloré desde el minuto tres después de la apertura del acto con un títere que hacía del ex-presidente Piérola, es que eso estuvo muy gracioso. Todo lo que vino después, estuvo emocionante, triste, desesperante, alucinante, todo, menos gracioso. La misma sensación que vivo día a día cuando escucho las noticias de los que rigen ahora mismo y desde siempre nuestro país. Hubo muchas cosas que me conmovieron hasta el rimel corrido. Ojo que la sala tenía la luz encendida. He llorado igual, y no era la única, para nada. Lloramos a moco tendido varios en la sala... muy emocionante. El público aplaudió de pie, y quería seguir aplaudiendo. Si algún día la reponen, la veré de nuevo, pero desde el primer acto ;) , aunque tenga que amordazar a la encargada.
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Una suerte de profesora le enseña al público la historia de Bolognesi. Entre el público se encuentra una chica  tan bastamente estúpida como la modernidad misma. A la niñata ni le interesa la historia, ni guarda ningún respeto por el estúpido sacrificio de estos llamados héroes. Los encuentra simplemente idiotas, así como son de idiotas sus constantes preguntas a la profesora. Excelente personaje y excelente recurso dramático para que nos cuenten una historia que creemos que ya conocemos sin que nos quedemos dormidos en el intento. En escena, están también presentes los protagonistas de esta historia, Bolognesi, todos sus generales, sus mensajeros e ingenieros y tres rabonas. Las rabonas eran las mujeres que acompañaban a las tropas, que como no gozaban de ningún tipo de logística organizada por los altos mandos para la comida, costura, enfermería y demás, fueron de suma importancia durante la guerra. La triste guerra con el país hermano de Chile, con quienes habíamos combatido no hacía mucho hombro a hombro para expulsar a la entonces abusadora España de nuestra Latinoamérica, ya que, como dijo Bolívar, Para nosotros, la patria es Latinoamérica. Ya desde allí estamos llorando. Porque es verdad. Latinoamérica es y debe ser siempre una sola sangre, un solo amor, una sola familia y un solo corazón. Somos una gran familia que debe mantenerse unida contra toda manipulación... ¿cuándo olvidamos eso? ¿Cuándo empezamos a dejar que vendan nuestra patria? Y la gente como yo se pregunta lo mismo que la boba estudiante: ¿Qué será la patria? ¿Con qué se comerá eso que no se ve ni se toca pero se moría y se muere por ella? ¿Qué es la Patria? ¿Una Diosa Milica? ¿Una idea facha? En estos tiempos en los que esa palabra ni se reconoce, no parece tener ningún sentido sacrificarse por ella. Como se dice en mi tierra, para cojudos, los bomberos.
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Pero por esa razón murió este heroico grupo de gente: por defender el honor de la patria (Qué es eso?!?) Pues viendo la obra, fui comprendiendo qué era eso. La Patria no es sólo la tierra que luego los políticos venderán para sus bolsillos. La patria, es todos los valores que nos representan como grupo humano: el sentido de la libertad de acción y opinión, el respeto a otras creencias, el respeto a nuestros valores, principios, a nuestras ideas básicas. La patria, en nuestro caso, es la idea de la libertad y la justicia para todos, sin diferencias. Y se practica en nuestro territorio. Son nuestras costumbres.Y aunque esa es una idea, y aún no hemos logrado ponerla en práctica, es la idea de un mundo mejor y más justo, y por eso, debería valer la pena morir. Bolognesi sufrió el abandono en Arica, tuvo que tomar decisiones solo, con sus generales. Y tal vez fue mejor así. Porque el bulliying territorial no puede ser permitido, y se requieren hombres y mujeres con mucho temple y buenos líderes para hacerle frente. Y si no hay buenos líderes mejor que ni los haya, y así actuamos según nuestra conciencia, que casi siempre nos lleva por el camino del deber, que, a la larga y una vez cumplido, es lo que da mayor satisfacción. Así que eso era morir por defender el honor de la patria. Así que la Patria no era una puta adicta y decadente que todos usan y desechan y que se vende sin respeto alguno al mejor postor. La Patria era otra cosa, y valía la pena defenderla.Mira tú.
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¿Qué se toca en una ocasión como ésta? ¿Qué canción se le puede regalar al general que espera en el desierto, completamente incomunicado, las órdenes y refuerzos de una tira de políticos politiqueros que le darán la espalda? Qué se toca en una ocasión como esta, se preguntan las tres raboncitas, que al inicio acompañan a las tropas, y que, hacia el final, conmovidas por el coraje colectivo, se convierten en soldaditas. Como hombres, dicen. Sin miedo a la muerte y con tanto miedo a ser violadas. Ellas se quedan en el morro a contar cañonazos propios y ajenos y a ensayar una canción, una que por favor no sea La Viuda Alegre, para el valiente, el admirable general abandonado con sus tropas en el desierto. ¿Pero, qué se toca en una ocasión como esta? Donde se está dando la vida por el país, por gente que ni se conoce ni se abraza, por el futuro de la patria, qué será eso, la estudiante en el público escucha y pregunta cada vez más impotente, Porqué el general no se rinde, porqué es tan cojudo, porqué es tan suicida, y ni lo uno ni lo otro, señorita, y es que sin órdenes la conciencia dicta: Resistiremos.

Viva el Perú, clama muy bajo Bolognesi en una de las últimas reuniones con sus jefes de tropa, y ellos responden bajo, llenos de amor y furia, viva el Perú, porque el Perú es más que estos malditos que nos dejan como a Juan el Bautista clamando en el desierto, porque el Perú es más que este abandono, esta cacha, esta sorna con la que no responden a nuestros pedidos, el Perú es un gran amor, un gran amor que no se veja, y se protege como a una mujer, como a un niño, hasta la muerte. Viva el perú, gritan callado, han venido a pedirnos que nos rindamos, y es ese grito ronco y quedo un pacto sagrado sellado incorruptiblemente por el sacrificio, por la muerte inminente. Porque no somos gallinas para morir o correr como gallinas. Un soldado aterrado por los cañonazos se acerca al general y le dice Nos están bombardeando y he descubierto un código, señor, nos están bombardeando en morse, ¿Qué dicen? Nos escriben con los cañonazos y nos dicen Lemings, Lemings señor, ¿Qué son los Lemings? Pregunta Bolognesi y el soldado aterrado, le cuenta que son unos animalitos que viven en las islas y que cuando están amenazados se tiran todos juntos al mar, Eso es lo que quieren señor, le dice el soldadito aterrado, Que nos lancemos al mar, ¡que nos suicidemos como lemings! Bolognesi calmo le explica que, tal vez si escucha mejor, escuchará otros códigos que digan otra cosa, como por ejemplo, Leiva (miserable general que nunca llegó con los refuerzos) está llegando...
Los personajes de la obra se lucen todos. El ingeniero que sin querer le enseña el camino a los chilenos para sortear las minas que él mismo puso, que viene a advertirles a los peruanos que serán sorprendidos por el este, y nadie le cree...
Porqué no te rindes, le pregunta la estudiante al general. Porque no puedo defraudar al Perú, le dice el general. Pero si el Perú ya te defraudó a tí, le reclama la estudiante, ya desesperada por el sacrificio inminente de las tropas. Y Bolognesi le responde, Por el futuro de la Patria, y la mira profundamente, como si supiera en el fondo de su corazón que esa misma estudiante unos siglos después no sabría nada de él, le importaría un apio su historia y sus razones, lo confundiría con Rasputín. Sin embargo, la chica reflexiona bajito, Qué seríamos sin Grau y Bolognesi, ¿Cómo dices? Le pregunta el general. Ella le repite mirándole a los ojos, Que qué seríamos sin Grau y Bolognesi. Y se lo pregunta con lágrimas en los ojos, pero lágrimas de orgullo y agradecimiento, de admiración, como se mira a un padre o a una madre que lo ha dado todo por tí. Qué seríamos sin ustedes que nos dieron el honor de sabernos una raza valiente, independiente, fiel a si misma. Qué seríamos, sin dignidad. Sin siquiera la idea de la dignidad. Ustedes, nos permiten caminar con la cabeza en alto.
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Luego de ver el general Bolognesi que sería abandonado porque el presidente Piérola creía que él era civilista y no pierolista, el general hace una triste reflexión: Los políticos, no tienen bandera. Y sigue siendo así. No les importa el país, ni la gente, ni el honor (con qué se comerá eso), ni mucho menos la Patria o la Pachamama tierra que los alimenta y los parió. No tienen bandera. No tienen ley. Son unos malditos que se venden la selva, la costa, la sierra y hasta los morros que quedan. Seguro hay algunos que valen. Lástima que esos trabajan de verdad, y por eso no los conocemos.
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Hay orden de silencio porque el enemigo está cerca. Las tres soldaditas han decidido qué cantarán y lo único que quieren es cantarle a su general antes del combate, porque luego quién sabe. El general desconcertado y desesperado les permite tocar su pieza ensayada para la ocasión, pero muy bajito. Las tres músicas comienzan entonces, casi inaudible de bajito, a tocar con sus xilofones y flautitas una frágil pero poderosa melodía: es el himno nacional. Un actor soldado entra a escena desbocado y explica jadeante que han sido engañados, que el enemigo ya está subiendo por el este. Ha llegado la muerte. Y ahora qué hacemos, pregunta una soldadita. ¿Y ahora qué hacemos?, pregunta Bolognesi, Ahora... ¡que nos escuchen! Y cantan entonces todos los actores el himno a grritos, a voz en cuello, como si en ello se les fuera en verdad la vida, como si el fútbol no existiera y la pasión del hombre fuera defender lo que considera justo, y el público canta con ellos, y la gente llora de amor y rabia, porque ese mismo amor por nuestra patria sigue vivo pero es visible más que nada en nuestro amor por el ceviche peruano, porque nuestros padres actuales de la patria dan asco y pena, como entonces, como siempre, cuántos peruanos clamando en el desierto, cuántos Bolognesis abandonados, cuánto peruano digno e ignoto. Y los líderes famosos son sólo estos perros que nos avergüenzan tan profundamente y que nos hacen sentir a veces, que nada parece tener sentido ni destino.
*
Pero no es con esta sensación con la que dejas el teatro. Dejas el teatro llorando de rabia pero también llorando de orgullo y compasión, engrandecido, agradecido. Y así me siento ahora. Gracias general Bolognesi. Gracias a todos sus jefes en combate. Gracias a tí, Grau. Gracias a los actores, que por ratos me hecían olvidar que veía una representación. Gracias por su pasión y compromiso. Y gracias Alonso, por escribir esta obra, esta obra que desempolva a estos peruanos que nos hacen sentir héroes también a nosotros, por recordarnos que no somo hijos solamente de Garcías, Fujimoris, Montesinos, Toledos, Humalas. Gracias por recordarme que hacer lo correcto a veces desespera y parece inútil, pero que es en verdad, la única opción posible... gracias.
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*
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Mensaje final:


Resistiremos.


martes, 27 de agosto de 2013

1.1 Examen

Mi perro está viejo, ciego. Acaba de nacer mi segundo hijo, es un hombre. Un hombre. El 6 es mi santo y ya van llegando los primeros invitados fantasmas.
*
Puenting
Banda de rock
Aprender 5 idiomas
Hacer teatro, cine, tv, locuciones
Escribir un blog, teatro poesía, cuentos, todo inédito
Tener perros: Mini, Lion, Azul, Cherry, Indy, David La Mota
Tener gatos: Victorius, Cerúlea, Legolas, Estrella, Lima, Luna
Hijos, abastecer nietos: 2
Tener y cuidar amigos, amigas
Tener rosales y arañas
Viajar
Viajar
Enseñar
Aprender
Conocer seres fantásticos
Perdonar todo
Olvidar todo
Soledad

Yo nunca estuve sola, (por fuera).
Yo siempre estuve, (por allí).

Y ahora, esta sensación seca. Pirata en barco de arena. La pena me ha secado la razón.  El interés, (no sé qué pasa en Siria, se que ahora hay muchos sicarios y no mucho más). Cierta sal me escuece los ojos. Trato de soltarme. Un toque. Uno más. (Es un sueño y estoy frita, apanada, apenada.)

Existe una persona tan tan importante. Siempre creyó en mí. Ya no.
Ya no sonríe. Ya no perdona. Ya no comprende. Ya no le hace gracia.
Estoy sola en la estratósfera y aprendo de nuevo a sonreír. Es súmamente difícil. Por lo de la presión. O por cualquier juego d palabras que se preste en la frase precedente.

*
Este, es un río cualquiera.

*

Ríete, pe!
Ya no te ries
Ya no me hablas
Por eso estaba fría
Había muerto y no me había dado cuenta
Qué pena.
Qué frío.
Cómo estorban los poemas cargados con verdades como mulas.
Cómo pesan los cielos que se caen
son un mar inverso que confirma:
el mundo está al revés.

lunes, 29 de abril de 2013

En Casa

Una horas antes yo había muerto, o tuve muy claro que así debía de sentirse. Había besado luego una cabecita húmeda, mínima. Sabía, a pesar de mi seminconciencia, que ese besito pequeño era el sello a muerte de una vida nueva. Una vida nueva no sólo para ella, sino también para mí.
Unas horas después, cuando desperté, pedí a mi hija, y me trajeron por fin este paquetito mínimo, este dulce envuelto, este cachorrito de ser humano, ya limpio y seco. En ese momento mi cuerpo la pedía desesperadamente, como si fuera un organo propio faltante al que estuviera viendo fuera de mí. Una suerte de sed terrible. Por fin me la dieron. Era tan chiquitita que casi no pesaba y tenía miedo de que se me fuera a chorrear por algún costado. No hacía ruido y era hermosa, hermosa como el mejor amanecer. Entonces pude abrazarla. Había esperado nueve meses para hacerlo.
*
Mi corazón creció. Se expandió de golpe y la emoción de la explosión me hizo llorar profunda, quedamente. Los ruidos de la habitación desaparecieron, y nos quedamos ella y yo en la oquedad, en una suerte de lugar intermedio entre la vida y la muerte. Estaba cargando a mi hija. Mi hija de verdad. Muerta de miedo y de amor la abracé con fuerza -como me dijo una vez una nana que se debía hacer para quitarle a los niños el susto- y la besé. La ví de nuevo. Era tan bella, tan frágil. Mi corazón creció de nuevo. Lleno de coraje. Yo te voy a proteger, le dije en mi mente, y la besé. Yo la protegería de este mundo enfermo, del hambre, del frío, de la ignorancia, de la tristeza, del dolor. La protegería contra todo, incluso de mí misma.
Incluso de mí misma.
*
No le tuve más temor a los fantasmas. Armé todos mis frentes contra ellos, fortalecí mi mente, fortalecí mi ejército con oraciones y conjuros. Me convertí en algo más fuerte. Alguien que transita con naturalidad entre los dos mundos, una suerte de bruja. Poderosa de pronto, caminaba por mi casa en las sombras de la noche y confirmaba que ya no tenía más miedo: yo era la guardiana, la dragona, la leona, la gran bruja. Mis aliados son de luz y son fuertes, las sombras escapaban de mí. Mi poder perceptivo también creció de golpe, como cuando un gran mago le brinda a su guerrero un don. De pronto podía sentir el frío de mi bebé, o que se moría de calor. O sentir hambre cuando ella sentía hambre, o sed. Aprendí a sentir también cuando ella simplemente quería que esté cerca. Este nuevo don es grandioso. Automático.
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También comprendí pronto que mi antigua vida había terminado. Su dolor era mi dolor, su frío mi frío, su percepción de la vida mi felicidad o desgracia. Para mí ya no había vuelta atrás. Porque noté también que su ausencia, apesar de ser tan chiquitita, implicaba la mía propia. Si ella moría, yo moriría con ella, aunque siguiera viva. Mi vida dependía del aliento de ese ser mínimo, frágil, inexperto, recién llegado al mundo. Mi vida dependía de ella. Gitana desde siempre, acostumbrada al desarraigo y a matar el dolor arrancando la raíz, reconocí que esta raíz era demasiado profunda.Si las cosas salían mal, no la podría arrancar, jamás. No me molestaba que dependieran de mí, sino darme cuenta de que la calidad de mi vida, de pronto, dependía totalmente de otra persona. Mi corazón creció otra vez, lleno de coraje nuevamente. Yo crecería. Asumiría esta realidad y cualquier otra. Mi corazón crecía a fuerza, en la fé, por elección, porque el miedo era tan grande que sentía que podía implosionar y convertirse en una pasa. Fe. Magia. Estaremos bien. Mi corazón creció en esperanza. No había esperado nueve meses. Había esperado, sin saberlo, toda la vida.
*
Los días pasaron. Mi bebe creció y yo con ella. Me persigno por conjuro antes de decir nada y después. Casi nunca hablo de ella por internet, por protección. Crece ella, hermosa y buena, hábil e inteligente, dulce y sabia. Y yo crezco con ella. Cada día. Cada instante. Y crecer ya no duele. Por fin es natural. No duele atenderla, ni trabajar por ella, no duele nada. Sólo duele su dolor. Y el dolor mío, el gran dolor de antaño, tampoco duele como antes. Limpio, doblado y perfumado, está protegido en un cajón. Ya no le temo, ni lo rechazo, pobre. Mi hija sabe que mamá guarda un mar de tristeza en un cajón. De vez en cuando se escapa y me arremolina. Yo comprendo. Ahora comprendo casi todo. Lo invito a venir conmigo. Hacemos tortas juntos, y panqueques, y he aprendido a abrazarlo, porque pobre dolor, se siente solo. Antes de dormir lo baño, lo arropo, lo perfumo y mi nena y yo lo metemos con ternura en el cajón de vuelta. Despacito para que no despierte. Mi hija me besa la cabeza y yo me hago superfuerte, me convierto en una gigante y empujo el cajón. Vamos a dormir, le digo a mi niña, vamos que te leo algo. Y allí se queda mi dolor dormido, y mi niña me ensaña el camino de regreso, la vía de vuelta a la alegría simple del presente. Me regresa a la vida con su risa fresca y su urgencia de cosquillas. Con su voz cristalina. Con sus mil preguntas lúcidas que requieren de google y de mi total presencia.
*
A veces se molesta y me mira o me habla con rabieta. Entonces me hace recordar a mi mamá. Me imagino a mi viejita chiquitita, llena de rabia por sabe Dios qué esta vez, pero solita y minimini y sólo una pequeña niñita. Abrazo a mi hija entonces. Encuentro la paciencia que me falta, la esperanza para besarla. Si mi vieja hubiera recibido más cariño, me imagino. Si no hubiera llorado tanto de niña, tan sola. Así que beso a mi hija y siento que reconstruyo la historia, pero desde otro ángulo, desde otro enfoque, en un lugar distinto donde siempre brilla el sol y te espera una cosquilla y un vaso de limonada fresca y dulce. La vida, es mejor, es mucho mejor. La vida, finalmente es vida. Este corazón cosido mil veces se ha hecho grande y ocupa casi todo el espacio con tanto trabajo que hacer, con tanto amor que dar, con tanto aroma a panqueque.
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No me arrepiento de no estar en otro lugar.
Aquí es precisamente donde quería estar.
Con ella y con mi tribu.
En casa.
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Dedico este post y el anterior, Entumecida, a todas mis amigas mujeres. A todas. A las que tienen hijos, y a las que no. A las que los perdieron por voluntad propia. A las que los perdieron por voluntad del cielo. A las que los perdieron en un supermercado o en el metro y casi se mueren de un infarto, y luego los recuperaron. A las que no pueden tenerlos. A las que ya tienen tres. A las que tienen un compañero al lado, y muy en especial a las que no lo tienen. A las que saben reír. A las que están locas. A las que son un dramón y a las que se pasan de prácticas... A todas, a todas, a todas... A las que están cerca, a las que están lejos, y a las que ya no están...

Las quiero amigas, con toda mi alma.
*
Y para tí, Mirritu, que eres mi muy mejor amiga ;)

martes, 26 de marzo de 2013

Entumecida

Qué lindo sería estar embarazada: no moverme de mi cama, no trabajar, no pensar en nada, solo esperar horas interminables hasta que por fin pudiera cargar a mi bebé en brazos, brazos que estarían gordos, fofos, posiblemente estriados, cansados, ansiosos. Qué maravilloso sería compartir mi cuerpo con otro ser que se forme en mis profundidades más oscuras, sentir sus pataditas desesperadas por escapar de tanta madre. Qué delicia, ver mi cuerpo deformarse, ponerse inmenso, inenarrable. Rebalsar. Tener de pronto unas caderas tan inmensas que me recuerden a todas mis madres y sus abuelas, tan inmensas que rebalsen incluso el gusto popular. Que no le gusten ni a los albañiles, que les gusta todo talla XL. Sería estupendo, estar tan llena de amor que no pueda respirar, que no pueda dormir, que no pueda pensar. O pensar sólo en gases, todo el día, o en cómo evacuarlos de un cuerpo que revienta o simplemente vagar en pensamientos gaseosos, infértiles, ociosos. El tic tac del reloj. La dulce espera.
*
A mí no me gustan los dulces. Los encuentro empalagantes, innecesarios, exagerados, obtusos.
A mi no me gusta esperar.
A mí me gustan los deportes de riesgo, incluídas las fiestas y el amor.
A mí me gusta ser ligera, no pesar, trepar árboles, mejor si es en copas.
A mí me gusta sentirme deseada.
A mí me gusta ser mamá, pero no la parte que conlleva de bestia de carga.
A mí no me gusta lloriquear, ni vivir quejándome.
A mí no me gusta estar atada a nada a la fuerza.
A mí no me gusta el dolor, ni el aburrimiento, ni el tedio.
A mí no me gusta sentirme invisible, menos aún estando inmensa.

Estoy muy, muy aburrida.

A mí no me gusta, que Dios sea hombre.

Quiero correr. Saltar del malecón y salir volando. Estirar alas invisibles y volar hasta las nubes en las que quedará un hueco celeste por donde pase. Quiero tomar una tabla y correr las olas de mi mar verde, quiero tomar una mochila y tragarme el mundo, aunque ya no tenga fuerzas, aunque tenga mucho sueño, aunque ya no me quede qué soñar. Quiero montar caballo junto al mar, beber cocteles con mis amigas, emborracharme con mi marido y hacerle el amor hasta dos días después. Amanecer sin saber dónde, muertos de risa y sed, con ganas de reír y amar más, de no ver televisión, de no leer, con ganas de ir al mar. Tengo ganas de estudiar, de irme a Buenos Aires a ver teatro y comprar ropa, a patonear y comer bifes hasta reventar. Tengo ganas de viajar a la selva, a no hacer nada más que pasear en peque peque sin miedo a algún bicho que pueda destruír mi salud. O estar en Cuzco callada, sentada en las ruinas de la ciudad, callada, y sólo sentir el viento helado en mi cara viajera. Quiero actuar, y que no me vean sólo siete limeños encultecidos, o un millón de televidentes atontados a posta, quiero hacer arte, vivir en el arte, respirar y comer arte, soñar poesías, metáforas. Quiero trepar cerros y en la cima comerme un pan con pollo y tomar una cocacola, que no se cómo, imagino helada. Quiero hablar con los delfines y también con las ratas. Quiero volver a casa y besar a mis hijos, a mis padres a mis hermanos. Quiero reventarle la cara a cabezasos a unas cuántas personas. Quiero ver a mis amigos. Quiero beber con ellos como un día. Quisiera un instante dejar de morir esta muerte lenta que es la vida cotidiana de la dama común.
Quiero tantas cosas y no entiendo porqué sigues leyendo, también tal vez tú quieres lo que te pertenece por
sueño propio y no lo puedes asir, como en uno de esos sueños donde a uno se le escapan los caracoles.

Quiero tanto.

Por ahora sólo puedo ser una mota de polvo estelar,

y

aprendo, sin humildad ni paciencia,

a

flotar.