sábado, 26 de julio de 2014

LA UÑA DE MALDIVIA


I. LA UÑA DE MALDIVIA
La base de la uña del dedo meñique izquierdo ha amanecido negro como la noche y Maldivia no tiene idea por qué. Así como no tiene idea de qué estuvo haciendo buena parte de la noche anterior, tampoco recuerda cuándo, o cómo, o quién le golpeó el dedo como para que le quedara así la uña. Ha despertado, ha dejado a su madre inmensa durmiendo a su lado, ha visto a su hijo dormir en la sala, ha ido al baño. Ha visto su cara borrosa de siempre en el espejo, se ha metido a la ducha queriendo ser otra y entonces la ha visto. La uña negra. Parece un pequeño cuarto creciente de uva profundo en la base. Es posible que ayer por la noche haya pasado algo detestable y que por eso Maldivia no recuerde nada. Le suele pasar. Pero no. Ayer por la noche no pasó nada. Nada que merezca siquiera olvidarse. O permanecer en la retina de la memoria. Nada. Nada. Hace tiempo que la vida es así: nada. Y los días pasan. Y ya son treinta años. Se despierta, se trabaja, llega la noche, se escapa a la calle, a veces se bebe, con suerte se coge, se muere, se vuelve a casa, nada. Un día, hace no mucho se sentía especial, Yo soy la Reina de los Gatos, pensaba en secreto. Pero hace tanto de eso. Ahora siente que no es nadie. Nada. Será la soledad. Y la uña que tal vez se pudre. Para qué ocuparse por una uña por la que nadie pregunta, a quien a nadie le importa, una uña que no es nada, que no es nadie, sólo una uña, y uña tullida inexplicablemente encima, inútil, fútil, seguramente innecesaria. Maldivia sale de la ducha, se pone su ropa de rebaja, alimenta al gato – él si tiene novia-, prepara un sánguche para ella de almuerzo, carga su teléfono sin mensajes y salta a la calle sin saludar al portero. Maldivia le debe su infame nombre a las famosas islas de las que arribó su solitaria abuela hace ya casi cien años, nombre que su solitaria madre capturó para ella -aumentándole apenas una i para que no suene a Diva Mala-, como conmemorativo de su lugar de origen, sus raíces, su milenaria cultura ancestral. Pensó la madre, sin realizar que la abuela en verdad era como muchos, hija del devenir, por lo tanto sus raíces en verdad estaban repartidas por el mundo entero como el virus de la gripe. Maldivia decide no pensar más en ese pedazo de sí que le parece, como si fuera un reflejo absoluto de su propio mundo interior, que se pudre. Ennegrece. Le resulta sencillamente repugnante.
-          Me estoy volteando-, piensa.
Ya que sea lo que sea que duela, duele menos con risa, y ya que la risa es una actividad gratuita y puede ser además de anónima, solitaria, Maldivia ha aprendido a reír un poco a pesar de la terrible soledad de las circunstancias. Pero sólo un poco. Francamente, la atormenta pensar en su absoluta sensación de inexistencia. De ser nadie, nada. A veces le parece incluso que la gente mira a través de ella, o que no la oye cuando habla. Tiene la sensación certera de estar desapareciendo, de no ser perceptible para este mundo, a veces, hasta se ha preguntado si no se habrá muerto ya y no se ha dado cuenta. Todavía duele la vida así que no debo estar muerta, piensa Maldivia con su uña negra como el destino en el metro camino al trabajo.
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En el trabajo es recepcionista, tiene cara de niña todavía, sonríe, cumple, trabaja horas extras sin cobrar y los jefes de obra de la constructora en la que trabaja la adoran por delicada, considerada, atenta y consiente y le dicen con frecuencia que si tiene algún problema no dude en llamarlos para que le envíen al sindicato en pleno de construcción civil para que le arregle sus problemas a patadas, señorita, pero nadie la invita a salir. Muchos suponen que una señorita tan bañadita tendrá novio, pero Maldivia no tiene ni perro que le ladre ni gato que le maúlle, porque su gato como dijimos sí tiene novia y se va a verla por las noches para que no se sienta sola y nadie abuse de sus femeninas virtudes. De ella, en cambio, no se encarga nadie. Hasta las más feas, las más viejas y las más antipáticas de la oficina tienen novio o ya están casadas. Muchas tienen incluso un amante, cosa que a Maldivia no le hace gracia. Se da cuenta de cómo sus compañeras la tratan con condescendencia, sus compañeros con lástima y los que le coquetean para consolarla y alegrarse, son casados. En la soledad absoluta de su módulo resaltan sus dientes, la foto de su hijo, un cactus con una flor fucsia y una gata negra de cerámica.
A la hora del almuerzo se fuma primero un cigarro en el techo y con esa excusa come allí mismo su sánguche, sola, y fantasea con frecuencia con cuántos segundos demoraría en caer al suelo desde el piso catorce, si su corazón se detendría antes de caer y si sus tripas se reventarían al llegar al suelo como con seguridad lo haría su cabeza. Aprovecha para chequear de nuevo sus mensajes y no, no hay nada nuevo. Con el cigarro de después de almuerzo, navega un poco por la internet.  Hoy busca una palabra que ya ha buscado antes:  Maldivas.
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Islas Maldivas
Territorio, Población y Comercio
Oficialmente la República de Maldivas (ދިވެހިރާއްޖޭގެ ޖުމުހޫރިއްޔާ, Dhivehi Raajje Jumhooriyyaa)— es un país insular soberano situado en el océano Índico cuya forma de gobierno es la república presidencial. Su capital y, a la vez, la ciudad más poblada es Malé con una población de 104.403 habitantes. El país está constituido por unas 1.200 islas, de las cuales, sólo 203 están habitadas. Posee un clima tropical y húmedo con una precipitación aproximada de 2000 mm al año. El islam es la religión predominante, el cual fue introducido el 1153. Fue una colonia portuguesa (1558), holandesa (1654) y británica(1887). Se encuentran también elementos de origen árabe, africano, e indonesio Es uno de los menores países asiáticos tanto en términos de población como de extensión. Con un promedio de 1,5 msnm es asimismo el país más bajo del mundo.  También es el que presenta la altura máxima menos elevada del mundo, a 2,3 m una característica que lo hace particularmente vulnerable a la subida del nivel del mar.
En el año 2007, Maldivas tiene una población de 369.000 habitantes. La esperanza de vida es de 64 años. El 97.2% de la población está alfabetizada. El promedio de hijos por mujer es de 4,78 una de las tasas más elevadas del mundo, lo cual está provocando un crecimiento poblacional nunca visto en la historia del país. La economía de Maldivas ha dependido históricamente de la pesca. Desde hace unas cuatro décadas el turismo ha ganado en importancia hasta convertirse en el principal renglón económico nacional. En las estadísticas ese desarrollo ha contribuido a que los maldiveneses se encuentren entre los más ricos de Asia. Sin embargo, la redistribución de la riqueza es muy baja, pues un 40% de sus habitantes vive con menos de un dólar al día. Las Maldivas mantienen el récord de ser el país más plano en el mundo, con una altitud máxima de sólo 1,8 metros en la isla Vilingli en el atolón Addu. Los informes indican una peligrosa subida del nivel del mar.
El archipiélago está compuesto por cerca de 1.190 islas coralinas agrupadas en una doble cadena de 26 atolones, siguiendo una dirección norte-sur, ocupando una extensión de cerca de 90.000 km², por lo que se trata de uno de los países más dispersos del mundo. Los atolones se extienden entre la latitud 7º6'30''N y la 0º42'30''S, y las longitudes 72º32'30''E y 73º46'15''E. Están compuestos por arrecifes de coral vivos y barras, situadas en la cima de una cadena submarina de 960 km que surge abruptamente de las profundidades del océano Índico. Sólo al sur de esta barrera de coral hay dos pasos seguros para la navegación de un lado a otro del Índico a través del territorio maldivano.
Dentro de sus acciones gubernamentales de mayor impacto se encuentra haber explorado la posibilidad de que en efecto su país desaparezca debido al calentamiento climático expresando la necesidad de prever un desplazamiento masivo de maldivos. El 26 de diciembre de 2004, las islas fueron devastadas por un tsunami, que siguió al terremoto del Océano Indico del 2004, produjo olas de 1.2 a 1.5 metros de alto inundando al país casi por completo. Al menos ochenta y dos personas murieron, incluyendo seis extranjeros, y la infraestructura se destruyó por completo en 13 islas habitadas y veintinueve de las islas turísticas. No debe confundirse con Malvinas.

Sociedad y Cultura
La cultura de Maldivas comparte muchas características con Sri lanka y Kerala, en particular una fuerte tradición matriarcal. Una característica particular de la sociedad de Maldivas es una tasa muy alta de divorcio en comparación con valores usuales en países islámicos o del sur de Asia, ello muestra el alto grado de autonomía que las mujeres de Maldivas tienen sobre sus vidas. Sin embargo, otras fuentes indican que en las Maldivas el trato entre géneros es bastante disímil, siendo perjudicial para las mujeres. Actualmente existe una campaña ciudadana a nivel mundial  diseñada para presionar al presidente Mohammed Waheed Hassan a que modifique las leyes de violación y abusos sexuales del país, que hace tres años no condenan a ningún hombre por violación a pesar que una de cada 3 mujeres entre 14 y 49 años ha sufrido abusos sexuales. La sociedad de Maldivas es una sociedad casi exclusivamente islámica. Pero el aislamiento de Maldivas ha permitido que algunas creencias y actitudes pre-islámicas sobrevivan. Hay una creencia extendida en jinns, o espíritus malvados. Para la protección contra estos males, la gente muchas veces recurre a los encantos o arte mágicas. El grado de estas creencias ha hecho que algunos estudiosos consideren existe un sistema mágico-religioso paralelo al islam conocido como fanditha, que les proporciona a los isleños una manera más personal de lidiar con los problemas en sus vidas. Este tipo de creencias populares así como las antiguas leyendas de la tradición oral de las Maldivas fueron recogidas y rescatadas del olvido por el etnólogo y lingüista español Xavier Romero Frías a finales del siglo XX. Xavier Romero. Tras las leyendas perdidas de las islas Maldivas. Artículo de Roge Blasco en Gara3 de septiembre de 2000. Desde 2003 Maldivas es un socio activo en el proyecto La voz de las islas pequeñas de la Unesco, que pretende fomentar la vida sostenible en las islas.
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Yo tengo una vida insostenible, piensa Maldivia, cierra el navegador y busca nuevamente algún mensaje del Muerto. Así lo llama. Ya ha tratado de matarlo en su alma varias veces, pero no ha podido matarlo del todo. A veces se aparece, fantasmagórico, lleno de discursos cantinflescos, ofrece unos rones, habla incoherencias, se duerme y ya. Antes, claro, no era así. Respiraba, vivía. Fue él quien quiso conocerla, quien la invitó a salir, quien le dio besos, poemas. Hace ya tanto de eso. Un dolor de cabeza empieza a zumbarle a Maldivia adentro. Es hora de la pastilla antimigraña.
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La tarde procede sin novedad, llega la hora de salida, todos se van, menos Maldivia que se queda con trabajo extra, haciendo sin paga horas extras y naturalmente se siente más extra que nunca en la película de su vida y trata de acabar rápido porque esta es la parte que menos le gusta además de irse a dormir. Deja la oficina saludando al portero y toma el metro de vuelta en hora punta. Mira de nuevo el celular sin mensajes y confirma una migraña que le dobla las rodillas. Llega a casa. Saluda a su madre, Qué gorda estás, responde ella. Por qué no te pones la faja para ir al trabajo, por ociosa, encima que tienes un hijo enorme y que su papá no paga nada, no te arreglas, ya pues hijita, quién te va a querer, así nunca vas a encontrar marido, a nadie le gustan las gordas, te lo digo porque te quiero y por favor báñate que estás oliendo a ajo y a cigarro, cuándo dejarás de fumar, me tienes harta, carajo.  Maldivia besa a su hijo, alimenta al gato, se baña de vuelta. Le pregunta a su hijo qué tal le fue en el día, el chico no responde. Ya está grande, piensa Maldivia para no recordar cuánto ha cambiado el chico que ya no respeta, ya no ama. Toma una pastilla más. Duerme. Un par de horas después despierta, el chico está durmiendo en la sala, la madre ve la telenovela en su cuarto. Maldivia se resigna a la peor hora del día, pero el teléfono suena y ella corre. No es el Muerto. Era una chica de la oficina. ¿Vamos a tomarnos unas cervezas?, le dice. A Maldivia ella no le gusta, ya le ha hecho varias. Pero no quiere quedarse en casa cuando todos duermen, y el Muerto siempre va al bar al que quiere ir la chica. Maldivia se cambia, se pone su ropa de olvidar, quiere saltar a la calle a beberse unas cervezas. Pero a dónde piensas ir así, pareces una pu, se te ve vulgar, horrible, además estás muy gorda para vestirte así, el dorado te queda atroz, se te ve verde, estás toda apretada, se te ven los rollos, van a pensar que estás de oferta. Cámbiate. Maldivia reniega, llora bajo, se cambia y se escapa sin hacer mucho ruido porque su madre está a punto de quitarle todas las ganas de salir y respirar un poco. Llega a Barranco, región de fiesteros, perdidos, poetas y borrachos. Pero la chica de la oficina no llega. Ni responde al teléfono. La muy perra me ha hecho salir por las puras, se enoja Maldivia mientras no sabe si volver a casa con la Megamadre o beberse sola esa cerveza que la espera. Tal vez esté el Muerto. Se anima, entra al bar, se sienta en la barra, pide la cerveza, la apura femeninamente en su garganta, el Muerto no aparece, no aparece la amiga, hay otras personas pero no la ven, no le hablan, Maldivia bebe mirando la puerta que no se abre nunca para ella, bebe una, dos, tres cervezas, a la quinta se va a casa, sobre sus dos pies y bamboleándose principalmente por el peso de la pena. Sube la escalera en puntas. No besa a su hijo, el gato no está, entra como una pluma a la cama de Megamadre. Dónde estará el Muerto. Qué será de él. Qué labios detestables estarán sorbiendo su alcohólico aliento. Es por esto que Maldivia odia la noche. Porque es cuando no puede escapar del amor. Recuerda su uña negra. La mira, lo negro ha crecido casi hasta la mitad de la uña. Ya se caerá, piensa, a quién le importa. El gato hace gemir a la gata del piso de arriba, su novia. Así seguirán por lo menos una media hora. Luego Mister Mustachos volverá a casa hambriento, sacudido por la aventura, felinamente feliz. Maldivia no puede dormir. Piensa en el Muerto. Envidia a la gata de arriba. Todos duermen abrazados, menos los solos, los feos, los enfermos y los indigentes. Cierra los ojos pero no puede dormir. Algo le molesta además de la vida de siempre. Es la uña. Le pesa. La negra uva creciente pesa y es más oscura cada vez.  Ya se caerá, piensa Maldivia, mientras se concentra en soñar los besos del Muerto para poder dormir.
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Nunca falla. La acoge el sueño como una madre de leche negra. El cálido abrazo del cosmos en el sueño la lleva como en una barca de algodón cósmico por el universo, guiada la barca por un río invisible de vientos espaciales. El velero cósmico desciende en un planeta parecido a la tierra, pero mucho, mucho más hermoso, sobre un mar de templadas aguas de color violeta. En el sueño, Maldivia se llama Alba y bebe agua del mar sin temor a la locura. El agua sabe bien. Sabe a uva. Alba se duerme en la barca dorada, envuelta en telas suavísimas. Las olas acercan delicadamente la barca a la orilla, revientan espumosas. El rumor de las olas inspira a Alba. Despierta. Se incorpora extrañada. Una sensación efervescente, casi desconocida, la tiene en pie. Es feliz. Es sencillamente feliz. Mira sus manos, su piel es suave, se siente bella, infinitamente bella y agradecida. Hasta se siente más alta. De hecho, resplandece. Levanta sus párpados magníficos y mira la playa. Una pequeña multitud se encuentra en la orilla. Miran embelesados su llegada. Alba no tiene miedo. Siente amor. Extiende una mano y es ayudada a descender de la barca. La pequeña multitud está boquiabierta, enmudecida. Un muchacho atina a preguntarle quién es. Ella abre la boca,  pero no puede hablar. Un río de canto claro llena el aire de mar. Canta. No desea hablar. Toma una ramita. Quiere escribir su nombre, pero en vez de eso su mano escribe:
-          I M A G i N A  
Ima Gina, dice el joven. Te llamas Ima Gina. Por alguna razón que Alba no puede comprender, su cabeza se balancea hacia adelante y hacia atrás, asintiendo.
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Maldivia despierta de golpe, responde el teléfono mecánicamente, pero es la alarma del despertador lo que suena sin parar. Es tarde. La resaca es inmensa. El dolor de cabeza, insoportable. A tumbos sale de la cama, ni observa a su madre, ni a su hijo en el sofá, ni su cara en el espejo. Toma dos pastillas para el dolor, un calmante, un ansiolítico. Se baña. Gracias a Dios el cóctel comienza a hacer efecto. Bajo la ducha el agua cae sobre su cuerpo y resbala. Ella abre la boca y sorbe el agua. De pronto, recuerda la uña. Está casi totalmente negra. Pesa. Por fin me voy a morir, piensa, burlándose de sí misma e imaginando su entierro, Disculpe señora, ¿de qué murió? Murió de uña, joven. Se viste apresurada con su ropa de rebaja, apura el desayuno, prepara el sánguche, gato, etc. Sale a la calle, va hacia el metro. Hay muy poca gente. Consulta su teléfono para ver si hay mensajes: no hay mensajes, pero ve que es sábado. Sábado. Hoy no hay trabajo. Hubiera podido quedarme durmiendo, puta madre, piensa. Baja y toma el metro de vuelta, regresa a casa, la uña le pesa, no recuerda el sueño, la barca, nada. Como todos los sábados, cocina para la familia responsablemente y sin entusiasmo. Como todos los sábados, pelea con su hijo porque a él no le da la gana de hacer la tarea, ordenar el cuarto, bañarse. Esta vez él le sale con una nueva, Por qué no te consigues un novio, antes eras mejor. Maldivia explota, grita, se desespera, corre a su cuarto, llora. Como todos los sábados. Hoy suena sin embargo el teléfono. No es su jefe, ni la chica de la oficina, ni ningún jefe de obra. Es el Muerto. Pregunta desde la ultratumba, si quiere salir con él.
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Maldivia no se resiste a sus encantos de poeta de tercera, a su aliento alcohólico que trasciende las líneas telefónicas, a la esperanza de un abrazo largo, un beso, algo. Está bien, le dice. Cuelga. Su corazón ya no late rápido como antes. Late, nomás. Se baña de nuevo, se cambia, se maquilla, espera. Espera. Sigue esperando. Cerca de la media noche llama al Muerto. Ya está medio borracho. Se disculpa y va a recogerla. Maldivia está linda con su vestido morado. El Muerto en verdad ya está ebrio. Nada de bailar, nada de conversar, nada de nada. En cierto punto se abraza a un poste mientras Maldivia intenta conversarle. Se queda dormido. Maldivia nota entonces por millonésima vez que no hay futuro, que el destino es negro. Lo abraza para llevarlo a su casa. Pesa. Después de mucho esfuerzo llega a dejarlo en el porche de su casa. Maldivia lo mira. A pesar de ser bello, ya no lo encuentra tan guapo. Pero quiere tanto su amor.
-Te amo, le ruega. Dame un beso.
Yo también te amo, Alejandra, responde el Muerto imbécil, y se mea encima. ¡Estúpido!, quiere gritarle Maldivia, pero sólo le sale un quejido débil, un sonido como de aplastar a una rata de un pisotón. Toca la puerta. Espera que les abran. El Muerto comienza a vomitar. La bruja de su madre abre. Mira a Maldivia con un desprecio universal, absoluto. Carga a su hijo del brazo y antes de cerrar la puerta tras de sí vuelve a mirarla. Pero no agradece nada. En sus ojos mutila a Maldivia como si tuviera la culpa de la magna borrachera, del deterioro irreversible del ánima de su hijo. Maldivia camina sola a casa de madrugada. En la mano aún tiene la botella del Muerto. Se la bebe sola. En casa no hay nadie. Es otro día más de nadies, de nadas. Maldivia se acuesta llorando. No quisiera volver a despertar nunca más.
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Pero despierta. La Madre Inmensa no está. Recuerda, es domingo. Tampoco está su hijo. El dolor  de cabeza es absolutamente insoportable, mortal. Sin levantarse de la cama Maldivia toma las pastillas antimigraña y toma cinco,  dos ansiolíticos, tres desinflamantes y una pastilla para la gripe que encontró vagando en el cajón. Cualquier cosa con tal de que se vaya el dolor. Quieta en su cama espera que hagan efecto. Es tarde. El silencio es total. A lo lejos se oyen ladrar unos perros, el rumor de la calle, el rumor del mar, más nada. Nada más. Las pastillas no hacen efecto, toma dos ansiolíticos más y dos más para la migraña. De pronto, por primera vez en varios meses, extraña a su hijo. Dónde estará. Qué estará haciendo. Es un buen chico. Extraña mucho sus abrazos y la pudre el dolor de pronto de tantos cariños que no le ha dado. Es que no es fácil cuando se está tan sola, piensa, ella lo sabe. Mira por la ventana, la tarde es húmeda y gris. Un pajarito negro está parado sobre el cable de la electricidad. Las pastillas comienzan a actuar. Recuerda de pronto la uña, quiere mirarla pero el peso de la uña casi le impide levantar el brazo debilitado. Con un esfuerzo levanta la mano y mira la uña negra, negra como la nada, como el espacio. Ahora sí le parece extraño. Pero es tarde, las pastillas ya han hecho efecto, y ella ya no podría ni hablar, ni pararse, ni tampoco sorprenderse por encontrar en el negro absoluto de su uña, una estrella.
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Sí, en efecto. Es una estrella. Tintinea. Se sorprende ahora sí y piensa que se le han definitivamente pasado la mano con las pastillas esta vez. Mira otra vez: hay más estrellas. Quiere pararse para llamar a alguien. Pero no puede. Tampoco sabe a quién llamar. El peso de la uña es inmenso, vuelve a mirar y esta vez ya no ve sólo estrellas sino constelaciones, galaxias en movimiento, nebulosas y en el centro, un pequeño agujero tan negro y tan denso que siente que la atrae irremediablemente, que la absorbe. Maldivia se asusta. Quiere gritar y no puede, se siente tonta y débil. Le duele el pecho por los azotes que da su corazón. Cálmate Maldivia, ya te volviste loca, eso pasa, era de esperarse, tal vez sea mejor, respira. Ya ves, no es tan malo, respira. Maldivia mira alrededor para ver si no alucina cosas peores, pero no, la casa sigue tan calma y sola como hace unos instantes. La fuerza de atracción de la uña la obliga a mirar de vuelta. Siente su mano derecha levantarse casi sin que ella lo quiera. Toca con su dedo índice derecho el universo en su uña del meñique izquierdo. Un silencio aterciopelado acoge al dedo astronauta y desaparece dentro de la uña universo. Maldivia retira su dedo, que reaparece. Definitivamente, la uña negra es una ventana al vacío, una entrada a algún universo paralelo. Maldivia siente una suerte de curiosidad, de poderoso deseo apaciguado por el coctel químico. Quiere entrar por su uña, ver, hasta dónde puede llegar, a dónde lleva todo esto. El último hilo de razón le advierte: ¿Y si te quedas flotando en la nada? ¿Y si pierdes la razón? ¿Y si llegas a un lugar donde te convierten en esclava? ¿Y si ya no puedes comunicarte con ninguna de las personas que amas? ¿Y si te mueres? Maldivia sonríe débilmente. Los argumentos de su razón son débiles. No hacen ninguna diferencia con la realidad. Como quien corta sus venas o más bien, como quien realiza una eutanasia, Maldivia introduce su dedo en el negro terciopelo de la nada y poco a poco desaparece, para su absoluta felicidad.
                                                                             ***
II.  IMA  GINA
Despiertas. No has abierto los ojos y sientes en la brisa de tu ventana entreabierta el pasto recién cortado, el brillo del sol, la sal del mar. Inspiras, te llenas de aire y sorprendida te despiertas, maravillada, porque has respirado. Sientes la frescura y el latir del mundo en tus venas. Tus párpados se abren magníficos y ves un techo blanco, apenas iluminado por la luz del sol que se filtra por la puerta. Una cabeza castaña se asoma en tu panorama, te acaricia la frente y desaparece. Oyes que susurra Ya despertó. Regresa con otra cabeza, ésta rubia, te traen en una bandeja un desayuno magnífico. ¡Buenos días, reina! Canta sonriente la cabeza rubia que ahora ves le pertenece a una chica espléndida de no más de veinticinco años, que abre la ventana en diminutos shorts blancos y deja que te bese el sol. Te incorporas. Haces un esfuerzo y casi te caes de la cama. Porque estás ligera. Ligera como una pluma nube vapor brisa. No pesas. Cabeza castaña corre a ayudarte. ¡Ay, cuidado Reina! Qué fiesta anoche… Ven, acomódate. Cabeza castaña le pertenece a un chico de unos veintiocho años. Sus dientes son esplendorosos, huele muy rico, te cae bien. También Cabeza rubia te cae bien, no sabes porque, si es increíblemente hermosa.
Tu habitación es la misma. Nada ha cambiado. Quiénes son éstas personas, te preguntas. No tienes la menor idea, pero no te asustas. Sientes su amor. Lily, dice Cabeza castaña, Trae el conjunto que escogió Ima ayer. Se llama Lily, Cabeza rubia, piensas. ¿Y quién es Ima? Te preguntas. El chico te sonríe maravilloso y te acaricia la frente, para luego traerte la bandeja con el desayuno. Está decorada con flores, es sencillo, pero ves en todo tanto cariño. Un jugo de frutas frescas,  un café caliente y cargado que inunda la habitación con aroma a vida, Y el sanguchito del almuerzo, Ima, que hoy te lo preparé con mis propias manos. ¿Ima soy yo? Piensas. Adivina qué tiene… ¡Tiene tomates secos, queso crema, pollito rostizado y ensalada de arúgula con aliño de limón y maracuyá! Te va a encantar, yo mismo lo preparé esta mañana, with this hands… Tú miras a éste hombre que te trae el desayuno y te contempla como un hijo, como un esclavo liberado por ti, como un devoto. Tomas tu desayuno sin prisa porque es el café más rico que has tomado en tu vida y en todas tus vidas pasadas y porque el jugo a cada sorbo lo sientes integrarse en tu cuerpo y fortalecerte y llenarte de poder y de luz y sientes por fin cómo se va calmando en ti una sed tan arraigada que ya no sabías distinguir cuánto te descomponía. Bebes, aliviada, éstos elíxires de la mañana, hasta saciarte. ¿A la ducha? Sin que respondas Cabeza castaña te carga en peso y te lleva al baño, lo que te sorprende y te hace reír. ¿Quién eres? Le preguntas y él te responde muerto de risa, Qué linda eres, todas las mañanas lo mismo. Soy yo, Davi, tu mejor mejorísimo amigo gay. Tu devoto y absoluto primer fan sobre todos los bichos de éste mundo y no lo olvides. Ala, afuera la ropa, te dice y te desnuda con todo el cariño y destreza posibles. Calienta el agua por ti, te ayuda a entrar en la ducha. Te espero afuera, te dice coqueto, enciende unas velas y apaga la luz. Es tu ducha. Tu ducha de siempre. Pero es otra. Será la luz de las velas. Estás allí, debajo de ésta agua que ésta vez no corta, no castiga, corre fresca, cristalina. Te das cuenta de que no te duele la cabeza y de que no has tomado todavía ninguna pastilla en lo que va de la mañana. Es claro que no la necesitas. No entiendes qué pasa. No sabes quién es ésta gente, y te sientes feliz. Te sientes feliz. Es sencillamente una sensación, una alegría inmensa, una suerte de privilegio, una constante estación de placer, no sabes qué es o tal vez sea, sí, tal vez sea por saber que todo puede acabar, que eres feliz, soberanamente feliz, y sin saber por qué esta vez lloras en tu ducha de siempre pero lloras de felicidad, lloras, sintiendo tu dolor escapar por tu esófago como un dragón de tierra y huír por tu boca hacia el cielo con un gemido hondo de liberación. Por fin respiras. El agua es agua. El viento, viento. Sales de la ducha y te miras en el espejo. Tu belleza es tan potente que te tiemblan las rodillas, te humedeces, te hace llorar. Resplandeces. Recuerdas entonces vagamente un sueño que alguna vez tuviste, dorado, barca, mar, viento solar. Eres tú, Maldivia, eres tú misma. Exactamente igual. Sólo hay de distinto en ti éste resplandor, ésta luz que emana de ti y que borra tus ojeras, tus marcas, tus rastros de dolor. Eres tú, pero el espejo te ofrece el reflejo de la mujer más bella en el universo a tus ojos. Tú misma. Así como siempre fuiste. Tu piel rosada para abrazar, tus curvas para bailar, tus granitos para rascar, tratar y entretener. Tú misma, la de siempre. Maravillosa. Sales del baño feliz y muda. Te vistes con tu ropa de tercera. Te queda espléndida. Mamá está en la cocina, la ves al marcharte. Ella te dice ¡Un momento! Corre y te da un beso en la mejilla. Y un abrazo. Gracias, te dice. Tú, no sabes por qué. Tampoco quieres preguntar. Estás muda. El sabor de ése abrazo te hace recordar el verano de tus siete años. Ésa fue la última vez que te abrazó así. Y te quedas de una pieza, y la miras con enorme amor y ella, sonriendo te dice ¡Ya, a trabajar, señorita! Y no te olvides tu almuerzo… Lo recoge Davi Cabeza castaña tu amigo gay ya que tú sigues pasmada, te recoge al vuelo y se van Lily, Dany y tú, al trabajo.
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En la puerta de tu casa, empero, hay un campamento. Un campamento con personas de todas las edades, colores, credos y posibles posibilidades económicas. Se crea un profundo silencio cuando sales, todos se ponen de pie, dejan lo que están haciendo y voltean a mirarte. Tú entiendes que esperan algo de ti. Abrumada, volteas a mirar a Cabeza castaña y a Cabeza rubia, y ambos te sonríen con amor. Escoges entonces tus palabras y las sueltas con temor, como quien lanzara unos dados negros:
-          Buenos días.
La gente estalla de alegría. Saben que no dirás nada más. Saben, que hablas muy poco. Con éstas dos palabras la gente comienza con música y algarabía a recoger sus cosas y levantar sus tiendas de colores, felices por el encuentro contigo. Y mañana por la mañana, todo esto de nuevo lleno de gente, dice Davi. Eres increíble, dice Lily, y toma tu mano con fuerza.
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Curiosamente te transladas en metro con tus nuevos amigos. En el camino a la estación todo el mundo te saluda y los niños gritan tu nombre y te señalan sonrientes con el dedo. Tú no entiendes nada. Por qué hay tan pocos autos, preguntas, no vaya a ser sábado de nuevo y no haya que ir a trabajar. Hay poca gente en autos, porque desde que tú viajas en metro para evitar que tus islas Maldivas desaparezcan por el calentamiento global, todos van en metro, bici, bus… dice Davi. Eres un ícono, dice Lily con ojos de nube. Tú no comprendes cómo en el universo o en cuál universo podrías tú ser un ícono pero no preguntas por qué, no vaya a romperse la magia. Mejor te quedas callada y sonríes. En la puerta del edificio de la constructora, Davi te da un besito, te abraza y te dice, bueno, aquí me quedo yo. ¡Te veo a las doce, para irnos a Shangri-la! No tienes idea de lo que sea eso, pero lo saludas, te despides con una gran sonrisa, este muchacho te cae tan bien. Lily y tú se quedan mirando cómo se va entre la gente. Me cae bien, dices. ¿Quién Davi? Es otro ser humano desde que te conoció. Desde que hablaste con él y le dijiste que no era sólo un portero, hiciste tu magia y todo cambió para él. Daría su vida por ti. ¡Pero yo también, ah! Te dice Lily sonriente y te jala del brazo oficina adentro. Recién entonces lo reconoces: Es el portero del edificio de tu trabajo, al que saludas todas las mañanas sin saber quién es. No crees reconocer casi a nadie, pero todos te saludan con tanta ilusión. Es extraño y abrumador, pero tan feliz para ti. Constantemente te pellizcas para ver si no estás soñando, hasta te autopisoteaste un pié, pero nada, dolió, parece real, no despiertas. Subes al ascensor, antiguo elemento de tortura. Hasta este momento te sentías flotar, pero cuando se abre el ascensor, sientes tus pies y tu estómago golpear el piso por el peso del pánico. Allí está. Tu módulo de la soledad. Con tu cactus y su flor fucsia, la foto de tu hijo, tu gato de cerámica. Se te escapa un No muy bajo. Lily te oye y te da un abrazo ¡Eso es lo que más adoro de ti! ¡Eres tan humana! Podrías quedarte en Shangri-la, viajar en limosina, pero tú, Tú, Ima, Tú estás cambiando el mundo. Esto del trabajo comunitario es tan lindo de tu parte…porque no creas, a mí también me da pereza, pero trabajar medio día para los demás, ¡como si fueras una persona cualquiera!, y luego dedicarte a lo tuyo… y que te hayan seguido hasta varios presidentes y compañías… Sé que hoy no tienes ganas de trabajar aquí, te siento, ¡te conozco! Pero sé que recordar que ahora todos tienen tiempo para realizar tus sueños te da la fuerza para hacerlo. Eres tan coherente. De chica a chica, ¡te amo! Te abraza, te besa, ríe y se va dejando su estela dorada con aroma a durazno. La ves irse. Se sienta en su cubículo, no mucho más allá. Reconoces entonces su escritorio, la ves entonces detrás de su nuevo cabello rubísimo y californiano, es la tipa, la chica esa que se divertía haciéndote salir de noche para luego no estar allí contigo, la que se divertía con tu soledad, la que se burlaba de ti en Planeta Desolación. Recuerdas su nombre completo: Irina Liliana Flores Arteaga. Le has entregado mil sobres. Han salido juntas. ¡Pero si era una bruja! Te dices y sientes tu estómago voltearse. Pero sientes luego otro impulso. No quieres quedarte con la sensación de antes. Quieres olvidar ése dolor. Aquí todos somos otros, te dices, y vuelves a mirarla con ojos distintos. Ella, de lejos te indica: ¡No olvides chequear tu correo! Y te guiña un ojo. Tú vas a tu módulo solitario. Entras. No entiendes. Dentro, casi no se puede caminar. Hay decenas de bolsas de correo. Son todas bolsas con cartas, sólo hay una con facturas y memos. Las bolsas con correos personales, parecen estar a tu nombre: Maldivia Ima Gina. Son para ti. Son cartas de tus fans. Te piden consejo, te saludan, te mandan regalos, te cuentan sus historias. Vuelves a pellizcarte y te engrapas un dedo para ver si sientes y sí, sientes y sangras. Tomas asiento. Tu jefe te ha dejado una caja en tu escritorio, un regalo. Lo abres. Son chocolates. Pruebas uno. Es exquisito. Por alguna extraña razón no te provoca guardarlo y en cambio, dejas la caja abierta sobre tu módulo. Tomas la bolsa de correo con facturas, te pones el aparato telefónico en la oreja y bajo la vista de toda tu oficina que te observa, te pones a trabajar. Como si fuera un concierto y tú fueras la directora, cuando comienzan tus ruidos de oficina, recién comienzan los de los demás. Lo que te parece más extraño de todo, es que la gente sonríe para sí misma, y aunque tu módulo esté en la parte más oscura del lobby tú sientes dentro tuyo la ventana entreabierta de tu habitación, el fresco del pasto recién cortado, la brisa del mar, la luz del sol.
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Esta mañana la vida ha sido una aventura y tu módulo solitario, tu nave espacial. Para el mediodía Davi viene a recogerte ya sin uniforme y sobre tu escritorio en vez de la caja de chocolates hay frutas, regalos y flores y almuerzos de las personas que comieron de tus chocolates y trajeron algo a cambio. Lily ya está lista, toma buena parte de las cosas, Davi toma las bolsas de correo a tu nombre y a ti te dejan pocas cosas que cargar. Le arrebatas a Davi un par de bolsas de correo y los sigues. Lily está entusiasmada. Davi pasa lista mental. Las donaciones para los niños del friaje lo está viendo Rhonda. Los contactos para los talentos plásticos lo está resolviendo Emilio. Félix está contactando a la Universidad del Sur para lo de las becas de los polichicos, jajajjaj. Lily aclara: ésos son los chicos que quieren ser políticos, es su nuevo mote, ¿te gusta? Tú asientes. Una camioneta grande y blanca se estaciona frente al edificio. ¡Allá está, Ima!, ¡llegó Blacky! Grita Lily y sale corriendo al encuentro de un Megachico. Claro piensas, viéndola rubísima y hermosa cruzar la calle y recuerdas por primera vez en el día tu infinita soledad, al Muerto y toda esa tristeza que te acompaña desde detrás de la locura, en el País de la Realidad, en el Planeta Miseria o en como carajo se llame. Lily corre tan desesperada que tienes miedo de que la vaya a chancar un carro cuando cruce la calle. Notas que esto es nuevo, que regularmente lo que sentías eran deseos de que la arrolle un camión. Y te alegras por ti. Y te alegras por ella. Pero sucede algo que no esperabas. Cuando ella llega con el Megachico lo besa y abraza tímidamente, le da saltitos alrededor como un perrito faldero lleno de alegrías y sonrisas y mete las cosas que cargaba con ella en la camioneta. Pero los ojos del Megachico casi no la ven. Buscan a alguien más. Mira en tu dirección y saluda con la mano. Ah, no, esto ya te ha pasado tantas veces. Sabes que no es para ti. Ni siquiera voltearás para ver quién está detrás. No es tu asunto. Miras al suelo, a la punta de tus zapatos, te acuerdas de tu madre, de la faja y tratas de no encorvarte con el peso del otro mundo. Respiras. Levantas digna la cabeza, te estiras y sientes una brisa ligera que viene no sabes de dónde, pero es tan agradable. Cierras los ojos, sonríes con el recuerdo del Megachico en la retina, Es tan churro, piensas con dolor y placer. Y sonríes.
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Pero cuando abres los ojos Megachico está allí, frente a ti, te mira a ti y lo sabes sólo porque está tan cerca como para taparte la luz del sol. Tú sigues siendo medio bajita y él es más bien alto y definitivamente piensas que éste es el hombre más hermoso que has visto en tu vida, es decir, cuando el cerebro te volvió a funcionar, porque primero diste un respingo del susto, luego te paralizaste de la emoción y finalmente se te doblaron las rodillas, esta vez de puro placer. Respiraste, y luego de llenar tu cerebro de oxígeno pudiste pensar: Éste es el hombre más hermoso que he visto en mi vida. Es perfecto. Para ti. Es la luz en sus ojos. Bajas con rubor tus párpados maravillosos. Miras la punta de tus zapatos de segunda. Quieres salir corriendo, o llorar, pero no quieres hablar por nada. No quieres que se rompa la magia. Pero parece que él sabe que hablas poco. Y te pregunta ¿Vienes al concierto en la noche? Y a ti se te escapa un Claro. Pero esta vez, no quitas los ojos de los suyos. Si esto es un sueño o es la locura, o si esto era la realidad y has vivido toda la vida una alucinación aberrante, no te importa. Esto, es el presente. Y lo único que quieres es navegar en éstos ojos que te absorben. Naufragar incluso. Recuerdas, el poder del agujero negro. Recuerdas tu uña. Pero decides olvidar todo. Disolver toda imagen que te robe la oportunidad de vivir la magia de éste momento. Voy, le dices. No sabes, naturalmente, a dónde.
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Blacky resulta ser músico y va a presentar su disco por la noche tú no tienes idea dónde. Pero es por eso que esta tarde no puede quedarse a ayudar en Shangri-La. Así la llaman tus amigos. La mansión maravillosa que queda al final de la ruta de los viejos almendros tiene un cartel de madera con letras doradas que dice: Casa de Todos. Fundación Cumple Tus Sueños. Así que esto era. Suben las escaleras del porche, ya te acostumbras a esto de que todos te saluden. Hay amplios salones con gente practicando diferentes disciplinas, oficinas con personas resolviendo problemas, ofreciendo ayuda en distintas áreas, recaudando fondos para diferentes proyectos y necesidades, dirigiendo empresas de autogestión. En el fondo del gran salón de entrada hay una placa dorada, con un disco de oro. A tu nombre. Por una sola canción, titulada Alba. Algo te recuerda esto. Una suerte de dejavú. Debajo, hay en una urna un ejemplar de tu único libro, titulado La Realidad de la Reina de los Gatos. Esta fundación es tuya, y la has creado con lo que ganaste con tu única canción y tu único libro, y vas viendo más allá y parece que has sacado una línea única en cada uno de los rubros posibles de venta y merchandizing y ahora comprendes de dónde sale la plata para todo esto. Es natural que te sientas extraña, que te dé un bahío, que necesites sentarte un rato sola bajo un almendro. Es natural también que tu teléfono suene por centésima vez esta mañana y que por centésima vez tus amigos lo hayan escondido de ti. Nadie quiere que se te acerque el Indeseable.
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La tarde ha sido maravillosa. Durante toda la tarde has disfrutado de los progresos de toda la gente que ayudas: Músicos, deportistas, poetas, artistas en general, niñas embarazadas, personas enfermas. La noche se acerca y con ella el concierto. Ves lo hermoso que se pone el cielo, celeste lila, ves cómo nacen Venus y las estrellas. Ya se ve la luna. No hay dos lunas. No estás en otro planeta. Es el mismo extraño planeta. Pero aquí existes. Lily y Dany te llevan a casa para arreglarse juntos. ¿Qué te vas a poner? Te pregunta Lily. No tengo idea, le respondes. Claro, dice ella, con todo lo que te mandan los diseñadores, ¡siempre es tan difícil elegir! La miras. No te envidia. Si hay algo blanco deberías ponértelo tú. Te queda bonito, el blanco, le dices. Tú, en cambio, esta noche te vestirás de negro. Aquí no necesitas ser siempre rosa, siempre buena, siempre limpia. Parece que sólo tienes que respirar y ser tú. Parece funcionar hasta con tu mamá. Incluso ella te respalda. Pero cuando has terminado de ponerte el traje que escogiste, el que tanto te gustó, el que no hubieras podido pagar nunca en Planeta Desencanto y que aquí te ruega que te lo pongas el artista diseñador, te miras en el espejo y sientes un miedo abismal. Tal vez sea porque hace tantos años que no te subías a un par de tacos que te coloquen en el justo pedernal de ser mujer, y te parece que un abismo se abriera en frente tuyo a cada paso. Tal vez es porque aunque ha sido un buen día, hace tantos años que ya no jugabas a ser una princesa. Tal vez, has olvidado cómo se juega eso. Tus amigos están entusiasmados, abren champagnes, se arreglan y bailan divertidos con los arreglos florales. Tienes que sentarte, abrir la ventana. El cielo negro y las estrellas de plata, el frío diáfano de la noche, las copas verdes de los árboles que bailan en círculos desesperados  te recuerdan quién eres, de dónde vienes. Unas lágrimas grandes y cristalinas nacen de tus ojos. El día de hoy ha sido tan real. Parece tan real. Pero tú sabes que es una suerte de realidad alterna. Sabes quién eres en realidad. Y por primera vez te preguntas en verdad, ¿Qué es la realidad?... Tus amigos paran de bailar. Te sienten. Vienen a verte, a secar tus lágrimas, a hablar contigo. Qué pasa reina, pregunta dulce Cabeza Castaña. Cabeza rubia corre a traerte un vaso con agua. Con el vaso en la mano regresa y pide, Ya, cuenta.
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Ustedes, son lo máximo, dices. Todo es maravilloso. Pero yo… yo sé quién soy en realidad. Este día ha sido un regalo, no sé de qué está hecho, no sé si es realidad o sueño, o si me he muerto, pero éste ha sido el mejor día de mi vida y ni siquiera he vivido mi vida. Sé quién soy. Existo sin existir en otro lugar. En verdad soy nadie…  Y justo cuando pensabas que todo encanto desaparecería por haber abierto tu bocota de sapo, En una realidad paralela, te dice Davi Cabeza castaña con una rápida mirada cargada de sentido a Lily Cabeza rubia. ¿Cómo lo sabes? Te preguntas, le preguntas, con un poco de susto además. Ima, te explica Davi, Todas las noches a esta hora piensas en ésa persona que puedes ser en una realidad paralela, en otro universo, en Planeta Miseria como te gusta llamarle. Todas las noches a ésta hora te desconectas un poco de la realidad y luego vuelves, no te asustes. Aquí estamos contigo, dice Lily Cabeza rubia. También te pasa por las mañanas, antes de la ducha, ¿te acuerdas? Claro, recuerdas. Quisieras con todas tus fuerzas, pero no puedes evitar preguntarlo, ¿Y ustedes me quieren así? ¿Por qué me quieren? ¡Cómo es posible que me quieran si estoy toda rota! Si estoy fallada… Cabeza rubia te sonríe y te dice algo que sabes te lo ha dicho muchas veces: Porque sólo te malogras pensando cosas tristes dos veces al día. El resto del tiempo nos enseñas con tu magia a amar y vivir intensamente la vida. Cargas mucho peso, Maldivia. Has cambiado el mundo. Quisieras recordar cómo fue que hiciste eso. ¿Cómo puedo olvidar quién soy en ése otro universo? Aquí no está mi hijo, eso me duele, tengo que volver… Cabeza castaña te dice, Siempre nos pides que te recordemos que no serías la Maldivia Ima Gina que conocemos si un día olvidaras tu dolor. Que es la conciencia de quién eres en otro universo lo que te hace ser quien eres aquí. Silencio. Lo miras. Un viento cósmico entra por la ventana, y el ruido de los grillos, y la alegría de las calles, y la sal del mar. Por primera vez en tu vida acaricias estas dos Cabezas con infinito amor y les dices, Qué haría yo sin ustedes, amigos, y los besas y agradeces. Gracias por su amor. Gracias por su paciencia. Gracias por quererme así como soy, rara y enferma. Todos somos raros y enfermos, dice Davi. Pero tú nos recuerdas que nos curamos con el amor, con la compasión.
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El chofer de Blacky ha venido a recogerlos en la camioneta blanca de diseño ecológico que en adelante llamarás Moby Dick porque te hace gracia que sea tan grande y tan blanca y que su dueño parezca en verdad un poco un pirata. Recién recuerdas a dónde vas. Vas a la presentación del disco de Megachico. Una marea helada te revuelca por dentro. Tu teléfono suena. Lily lo apaga. ¿Quién era? Preguntas. Ay, no sé, te dice, llamada perdida. ¡Ay, qué nervios tengo!, dice Davi muy emocionado y cambiando de tema. ¡Tú debes estar emocionadísima! Yo estaría lacia del susto, dice. Blacky te está esperando allá. Todo el mundo sabe que está esperando tu respuesta. ¡Es tan romántico!, chilla Lily, y pregunta ¿Ya sabes qué le vas a decir? Tú recuerdas que en ésta dimensión tienes la costumbre de permitirte callar, y callas. En verdad, si eso es cierto, no sabes qué le vas a decir a Megachico. Es decir, su extraordinaria belleza, su gran corazón, es lo único que conoces de él, no lo conoces realmente… un dolor antiguo te muerde el corazón. Recuerdas, increíblemente, al Muerto. Menos mal que antes vamos a parar un ratito a darles sanguchitos a los chicos del barrio nueve, dice Davi, despreocupado. Eso nos va a relajar.
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En efecto, para cuando llegas a la presentación del disco te has reído tanto y hasta te has desarreglado un poco y tu corazón ha gozado tanto compartiendo sánguches, café y champagne con los más pobres del barrio nueve. Te parece de película haber estado allí entre prostitutas pobres, indigentes y niños de la calle, vestida de gala y compartiendo, riendo, haciendo gozar a gente que seguramente se siente día a día tan miserable como te sientes tú día a día al otro lado del agujero negro de tu uña constelada. Hacerlos felices más que con la comida, con tu alegría y con tu presencia, te ha quitado los nervios de la gala. Pero cuando bajas de Moby Dick frente al teatro, sobre la alfombra roja, tienes que hacer un esfuerzo para no desvanecerte. Querida Cabeza castaña abre la puerta del auto y una catarata de flashes cae sobre ti. Es como un baño de luz. Te mareas. Ante el pánico, recuerdas que aquí puedes ser tú misma, así que sólo respiras, sonríes, saludas y caminas con la cabeza alta, para apreciar mejor la vista. Menos mal, tus amigos vienen contigo. Entras. Dentro, la estructura del teatro es maravillosa. Es un antiguo teatro clásico, enorme, lleno de gente. Cuando ingresas oyes que la gente aplaude, piensas que llegaste tarde y que ya empezó el show, pero no son aplausos para Blacky, son aplausos para ti. Tú miras a tus amigos. Ellos también aplauden y sonríen. La gente corea tu nombre: ¡Ima Gina! ¡Ima Gina! Alguien te alcanza un micrófono, el cañón de luz te ilumina, casi te enceguece, las sombras nuevamente se han retirado y tu luz hechiza, el micrófono alcanza tus manos y en el inmenso salón se hace un silencio milenario. La gente, espera tu voz. Pero tú no tienes nada que decir. Sólo una cosa. Después de una larga pausa, tus labios se articulan como si aprendieran a hablar recién y por fin puedes expresarlo:
-          Gracias.
La gente estalla en júbilo, aplausos y gritos de apoyo. La ebullición es total. Todos saben que hablas muy poco, que no dirás nada más. Máquinas lanzan confeti multicolor. Tus palabras se televisan, atraviesan la ionósfera y se  transmiten en el mundo entero. Marcas tendencia, #Gracias.
*
Te has divertido como nunca. La fiesta fue simplemente, la mejor. Pero recuerdas bien en qué momento, entre los tules de seda iluminados y la música a todo volumen, perdiste la ilusión. Te pareció que Lily nuevamente apagaba tu teléfono. No eres tonta. Algo te esconde. Megachico es megamaravilloso, pero todas y cada una de las chicas de la fiesta quieren estar con él. Tú comprendes. No sientes las furias asesinas que hubieras sentido en Planeta Lodo. Es sólo que en un momento te pareció suficiente, que Esta es la noche de Blacky, dejémoslo trabajar. Y te entraron también unas ganas terribles de caminar. De caminar todo lo que pudieras, como si fuera el último día de tu vida. No sabes qué va a pasar mañana, cuando despiertes. Dormir será inevitable. Hubieras querido probar los labios de Megachico. Sólo como para probar a qué saben los manjares destinados a los dioses. Pero es esa llamada que te pareció que Lily intervenía la que te ha dejado pensativa. Te hubiera gustado que en ésta realidad estuviera el Muerto. Vivo, claro. Si todo es tan perfecto para ti, ¿por qué no está él? Sea como fuere, en ésta realidad o en la otra estoy siempre al final más sola que un brócoli, piensas, y desapareces entre las sombras de la fiesta como Batman. Afuera, el aire de la noche es frío y liviano. Las estrellas brillan. Quisieras olvidar tu uña. Quedarte aquí y olvidarlo todo. Pero aquí no está tu hijo. ¿Cómo estará tu hijo? Tu madre lo cuida lo mejor que puede. Pronto crecerá, se enamorará y te olvidará, como es natural. Envejecerás y te irá a visitar de vez en cuando a alguna casa de ancianos, probablemente del estado. Quisieras quedarte, quedarte y olvidar tu vida en Planeta Pantano. La noche es negra, diáfana y tuya. Caminas, y a pesar de que tus pensamientos son como remolinos no dejas de respirar el aire claro, le permites que llene tus pulmones, que te llene por dentro. Respiras y caminas sola. El milagro es que eres consciente de tu absoluta libertad y que esa conciencia lejos de asustarte te hace sentir que eres poderosa y que de un salto podrías atravesar la estratósfera, encontrar tu agujero negro y volver a la realidad. En un precario pero poderoso equilibrio caminas cruzando la noche sola, y se siente tan bien.
*
Pero algo sucede al llegar a casa. Algo que no hubieras imaginado ni en un millón de años. Hay un vago allí, en la puerta de tu casa. ¿Qué querrá, a esta hora? ¿Tendrá hambre? Como todas las personas de ésta realidad han sido tan amables contigo, confías. Pero hay algo que no te gusta. Ésta persona que sabes te espera en la puerta de tu casa, no tiene luz. No tiene luz propia. Tiene como una sombra que lo abraza. Tiene más bien un vacío que te recuerda al poderoso agujero negro del que vienes. Recuerdas a Cabecita castaña diciéndote que tú les enseñas con tu amor y compasión a amar la vida. El vago está de espaldas. Te armas de coraje, te acercas, colocas la mano sobre su hombro, y le preguntas:
-          Disculpe, ¿Busca a alguien? ¿Puedo ayudarlo?
Maldivia, te dice, desesperado, y se lanza pesado sobre ti. Al inicio no lo reconoces. Quieres gritar, pero no puedes. No es por miedo. Es por piedad. Por impresión. Es el Muerto. Al igual que tú, también él es el mismo. Pero ésta vez, lo ves. Lo ves. Ves su piel amarilla y enferma por el alcohol, ves sus ojos desorbitados y vagos, sin vida en sus cuencas muertas. Sientes su aliento alcohólico que nada tiene que ver con tu ventana entreabierta, con el olor del pasto recién cortado, con la brisa del mar o el brillo del sol. Te da arcadas. Sientes sus manos frías prensarte como una suerte de reptil, sus labios resecos de egoísmo, de besos que no sabe dar. Ves sus brazos flacos de entusiasmo, flacos de coraje, flacos de hombría. Lo ves. Un pobre gusano borracho y muerto al fondo de una botella de tequila. Maldivia, te he llamado todo el día, ¿por qué no me respondes? ¿Por qué ya no me quieres? ¡Dame otra oportunidad! Qué me habrá hecho en éste mundo, piensas, para que ya no quiera verlo. Y precisamente él te pregunta ¡¿Qué te he hecho?! Respiras. El oxígeno llega a tu cerebro y le preguntas tú, No lo sé, dime tú qué me has hecho. Yo no te he hecho nada. Todo estaba bien, bueno, sí, bien, bien… Eras mi chica, salíamos… y un día comenzaste con esto de ser tú, y tu silencio, y tus nuevos amigos, y entonces de repente ¡ya no estás allí cuando yo te llamo! ¡Ya estás demasiado ocupada! ¡Ya tienes demasiadas cosas que hacer para verme! Tu madre sale por la ventana. Ha escuchado los gritos. Hija, ¿eres tú? ¿Estás bien? Si soy yo, mamá. Estoy bien. Ahora entramos, dices. Haces una pausa, y le preguntas Dime: ¿Antes me cuidabas? ¿Me besabas? ¿Te preocupabas de hacerme feliz?.. No, pero, ahora…Dime: ¿Cuántas veces hemos pasado por esto?... Un montón de veces, pero… Por favor, dime: ¿Por qué ésta vez va a ser diferente?... Porque te amo, dice, y eructa. Te provoca llorar. Nunca, jamás, lo has oído decir que te ama. Hasta hace unos instantes habrías robado, matado por este momento. Sin embargo le dices, Lo siento. Creo que necesitamos recuperarnos. Yo de la pena, tú del alcohol. No sabes cuánto te he extrañado, no sabes cuánto quisiera que las cosas fueran diferentes, pero no entiendo cómo puedes decir que me quieres, si no tienes una gota de aprecio por ti mismo… ¿Qué quieres darme, cómo quieres cuidarme y hacerme feliz, si no tienes amor para dar? Mi mamá me llama. Y ya es tarde. Creo que es hora de irnos a dormir, dices,  pero No, no… te dice el Muerto, Tú te vienes conmigo.
*
Maldivia a ti no te gusta la violencia, no sabes cómo reaccionar ante ella, te paralizas o te aterras y gritas desbocada y te conviertes solita en la presa que tu agresor necesita. El Muerto te abraza con fuerza contra su pecho, sin querer te ahoga. Quieres golpearlo, quieres gritar, pero tu cerebro por primera vez reacciona en contra de la violencia con una poderosa sensación de paz. Te calmas. Intentas respirar. Está bien, le dices, Muertito mío, cálmate. Me estás asfixiando, déjame respirar. Claro que vamos a estar juntos. Suéltame un poco para poder hablar. El Muerto no suelta. Te vas a escapar, dice. Me vas a dejar. Tú te relajas, y le prometes, No. Eso no va a pasar. Yo voy a estar aquí. Te voy a ayudar. Ahora acaricias su pelo. El Muerto no te suelta. Levantas su cara, enterrada en tu cuello. Lo miras. Hace cuánto que no comes, le preguntas. Hace cuánto que no te bañas. Estás helado. Vamos adentro. Te voy a preparar algo de comer. Ven Muertito. Estás helado, ven. Con todo ese amor que guardas desde tu otra vida lo abrazas y deseas que tu amor empape su piel, penetre sus huesos, conforme su carne, lo fortalezca. El Muertito siente tu amor y se calma un poco. Soy un imbécil, dice. No, dices tú. Sólo estás enfermo de soledad y pena. El Muerto se cuelga de tu cuello y ya no habla. Balbucea. Esperas que en esta realidad no se mee encima, con dificultad abres la puerta. Tu madre ha bajado a ver si estás bien, si necesitas ayuda, si saca un cuchillo para protegerte, prepara un té o llama a la policía, qué necesitas hijita, para qué soy buena, dime. Te ve cargando al Muerto y acota mientras va a ayudarte, Éste chico, está muerto de amor por ti. Lo sientan en el sofá. Buenas noches señora, mil disculpas, dice el Muerto y se queda dormido. Tú y tu madre se quedan mirándolo. Se apagó. Tu madre saca una colcha y lo cubre. Tú lo miras. Esto no era lo que deseabas cuando deseabas que se muriera por ti. Es que no se muere por mí, piensas. Se muere por causas propias. Ya se durmió, dice tu madre. ¿Necesitas algo, amor? No, mamita, gracias. Mamita. Repites la palabra en tu boca porque te sabe extraña. Mamita. Mamita. Anda a dormir, gracias. La abrazas. La besas. Recuerdas en su textura tu propia vejez. Inspiras su aroma viejo. La amas. Te vi en la tele, te dice, acomodando tu pelo. Estoy tan orgullosa de ti. Te besa. Te abraza. Sus caricias se sienten tan bien. Te hace un guiño y se va a dormir. Te quedas allí parada, un rato, disfrutando la estela de las exóticas delicias de esta realidad alterna. Vas a la cocina, que está allí al lado, y le preparas igual al Muerto una sopa para cuando se despierte. Lo miras dormir. Ves de pronto en él a una suerte de hermano. Te invade ese cariño tan grande que te acompaña desde el pasado. Preparas el caldo de pollo. Lo dejas en el horno. No despierta. Más bien ronca. Fuerte. Le dejas una nota en la mesa: en el horno hay sopa para ti.  Lo besas en la frente. Lo arropas. Acaricias su antes adorado, suave cabello. Lo besas de nuevo en la cabeza y te despides para siempre de él como hombre, como novio, como amante, como amor.
*
Aquí Má no duerme contigo. Ella duerme en tu cuarto y tú te has construido con tus manos y con las de tus amigos una suerte de buhardilla en el techo, que te encanta porque es fresca y tiene buena vista y te sientes libre como un pájaro en la copa de un árbol, y se siente muy bien el aroma del pasto cuando recién lo cortan. Te gusta tanto sentarte en el marco de esta ventana a respirar el fresco del aire que te parece que lo hubieras hecho siempre. Ya llega la hora. El Muerto duerme en el sofá de abajo, cálido y protegido, tu mamá finalmente duerme en otro cuarto, te quiere y te respeta, tú eres feliz, dentro de todo eres nueva y te sientes libre y profundamente fortalecida, eres una estrella, tienes amigos de verdad… y ya viene la hora de dormir, y ya pronto tocará despertar. Aquí también estás sola, pero se siente mejor. Te sientes culpable de no querer extrañar a tu hijo. Tu amado hijo. De querer quedarte aquí. Y por fin comprendes. Nunca te sentiste una buena madre. Hubieras querido ser diferente para él. Ser más como eres aquí. Darle todo lo que podrías darle aquí. A veces lo ves sufrir, y te sientes miserable por el padre que le escogiste, por su ausencia, por el dolor, por tantas cosas de las que ya no puedes salvarlo. Le has heredado tu miseria. Y es lo que menos hubieras querido. Para que él también fuera tan infeliz como yo, tal vez era mejor que no lo hubiera tenido. Piensas. Y te das cuenta de que éste pensamiento encierra un amor hondo, profundo como las grietas de la tierra, y que es éste dolor la grieta axial de tu estructura, es ésta tu gran herida. Abrazas a tu hijo abrazando tus propias rodillas y le envías todo tu amor a tu niño en un mensaje cuántico a través del cosmos. Sientes, cómo recibe tu abrazo y sabes que está bien, que está vivo, que él también te extraña. Y que él tampoco espera que vuelvas.
*
La noche avanza y no quieres dormir. Sigues sentada en el marco de tu ventana con tu soledad, que aquí sabe a libertad y no a condena. Hace rato estás callada sintiendo el aire entrar en tu cuerpo. Lo disfrutas en cada célula. Te refresca. Sientes que se lleva polvo y letanías antiguas acumuladas en tu alma. Fresca. Recuerdas a Megachico. El bocado de los dioses. Cómo estará. Qué será de él. Cómo sabrán sus besos, sus abrazos, su aliento. Lo recuerdas. Recuerdas el brillo de sus ojos, la alegría de su voz, el calor de su sonrisa. Si mañana vas a despertar, quisieras haberlo conocido mejor. Como es natural en esta dimensión, él dobla la vereda. Viene caminando a tu casa. No lo puedes creer. Camina derecho, además, no se bambolea. Tampoco viene acompañado. ¿Qué hace aquí? Te ve desde lejos. Es tan bello. Por primera vez notas, que también él resplandece. Trae su guitarra en la espalda y llega bajo tu ventana. Te mira sonriente. Huiste, dice. Me dejaste solo en la jungla. Tú lo miras. Cada vez te gusta más Megachico. Y cada vez sientes más que en verdad, te está hablando a ti, que no le habla a otra ni se está burlando. Realmente, le gustas. Lo respiras en el éter que despide, en el lugar donde llegan a hurgar sus ojos hondos cada vez que mira los tuyos. Sonríes. ¿Puedo subir? Pregunta. …Sí, dices con toda fluidez, y no te imaginas Ahora cómo va a hacer para treparse con la guitarra y con el trago que traerá encima, si hoy ha presentado el disco, qué hace, se trepa, y sientes que deberías tirarle una trenza o algo, y por dios los rubores porque de pronto eres Julieta y se va a subir este como un mono como un arácnido por las paredes por ti, Oh por dios qué emoción, mearte podrías. Estás a punto de bajar y abrirle la puerta No se vaya a desnucar, pero sabes que debes confiar, que no debes ser torpe gorila sapo, que debes quedarte quieta y no romper la magia abriendo la boca de burro ganso pelícano que duda y teme y ni cree ni confía  ni espera ni se esperanza Pero mira cómo trepa éste. Parece una araña. Ya subió. Qué tanta vaina. Casi te pierdes la proeza por andar pensando maternidades, y te alegras de haber llegado a verlo subir por allí a pesar de la emoción, del susto y del ruido de tu zoológico mental. Está allí. Megachico. En tu refugio. Frente a ti.
*
Toda la noche han conversado, tocado guitarra, cantado juntos, se han contado cosas. Nunca en tu vida has disfrutado tanto el tiempo transcurrido al lado de otra persona. Recuerdas al padre de tu hijo. No, ni siquiera con él. Sin querer, has gozado, has saboreado cada instante de la noche con una capacidad que nunca antes habías descubierto en ti. Ya está llegando el alba y te sientes llena de energía, tan llena de amor por la vida, y francamente, te sientes ilusionada. En el fondo, sabes que te lo mereces. Han sido tantos años de tristeza. Ya amanece, dice el Hermoso, y te busca con sus ojos de mar. Tú vas a premiarle. Vas a agradecerle todo lo que te ha hecho sentir su interés por ti. Por qué no. Por qué todas sí, y tú no. Lo besas. Lo besas, por fin, lo besas. Y te responde. Y por fin alguien te besa por dios como Dios manda y tú quieres morir en éste instante para detenerlo, capturarlo. Tiemblas. También él tiembla. Tu corazón late tan fuerte que retumban las paredes, su corazón remece los vidrios. Es un beso orgásmico. Estás muriendo. Y por fin sientes que te alcanzas, que rozas tu alma en tu universo paralelo, que tomas tu mano en Planeta Terror, tiemblas de amor y pasión y el beso como la vida termina y el abrazo es largo pero largo también es el temblor. La tierra. La tierra tiembla con ustedes. Temblor, dice Ojos de Mar, Hay que salir de aquí, ven, te dice, y te lleva por las escaleras a la calle. Para cuando han llegado a la puerta el fuerte temblor que no sabes cuándo comenzó, ha terminado. Todo ha vuelto a la normalidad. La mañana brilla, los pájaros cantan. Se siente de lejos la brisa del mar, el aroma del pasto recién cortado. Todo parece igual. Aun no sabes, que tus islas de origen, han desaparecido.
*
La gente en la calle está alterada. Tu mamá está en la puerta. Qué fuerte, pasaba diciendo una señora. Y su esposo, Y qué largo. El temblor ha durado más de dos minutos, todo el tiempo que besaste a Megachico Ojos de Mar. Parados en la acera frente a tu casa, los tres observan el mundo suceder mientras el Muerto aún duerme en la sala la resaca. Hasta el temblor se perdió. La gente camina inquieta. Todos quieren llegar a sus casas. Las aves huyen despavoridas sin dirección alguna, se golpean entre ellas y algunas sufren de infartos al corazón. Los perros no paran de ladrar. Qué ha pasado, te preguntas. Una niña, de unos ocho años se acerca con su madre por la vereda. La madre la arrastra del brazo, y la niña llora desconsolada. Escuchas sus lamentos mientras pasan frente a ti. Hay que llamar a papá, grita la niña. Hay que llamar a papá, ¡el terremoto ha sido muy fuerte! Cuál papá ni qué papá, gruñe la madre, Ése estará en el caribe con alguna de sus putas, si no es con varias. Además qué terremoto ni nada, ha sido un temblor. Mamá, por favor, ¡hay que llamar a mi papá! La madre la jalonea del brazo. Le da un tremendo tirón a la niña. Te sorprendes que no se haya quedado con el bracito en la mano. Oye, ¿tú eres estúpida? ¿Eres tarada? ¿No te estoy diciendo que no le importas a tu padre? ¿No te mandaría plata de vez en cuando si pensara en ti? Tu papá, tu papá… ¡a tu papá no le importa si te mueres, con tal de seguir puteando! Mamá, llora la niña. La madre le dice sin quererle decir, Si hubieras nacido especial, tu papá tal vez estaría todavía aquí. Pero no te quiere, pues. No eres nada para él. Nada. Así nomás naciste, común y corriente. Nada especial. La madre arrastra del brazo a la niña. Estas últimas palabras te afectan tanto que de pronto el tiempo parece ralentarse para ti, y ves los colores palidecer, como si fuera desde ya un recuerdo vivo de otra vida. Lenta y descolorida, la niña te mira al pasar, avergonzada y triste, tan triste. Cuando te mira, tú sientes sus ojos doler en tu corazón. Parece que te mirara como diciéndote Tú sabes cómo se siente esto. Tú conoces este infierno. Y no me puedes ayudar. Nadie me puede ayudar. Parpadeas y la niña ya ha pasado con su madre frente a ti. La ves irse con su paso resignado y su legado de desolación bajo los zapatitos viejos de tanto andar. Poco a poco, los colores de la vida vuelven a ser normales y el tiempo corre otra vez. Pero esos ojos desesperados te han herido muy hondo. Algo extraño sucede con tu mano derecha. Una sensación de extrema liviandad. La miras. Tu uña, ése extraño portal que te trajo a ésta tierra, ha comenzado a tornarse celeste.
*
Davi Cabeza castaña llega corriendo a tu casa. Ima, te dice, ¿ya sabes? No… qué ha pasado, preguntas. Mejor hay que entrar, te dice. Lily está por llegar. Dime qué ha pasado, le pides. Él le ordena a tu madre que cierre las persianas y desconecte el teléfono. Siéntate, Ima, te dice muy serio. Qué pasó. Davi respira. Ima acabo de entrar a internet para ver dónde fue el terremoto. ¿Y? El terremoto, fue en el Océano Indico. ¿En el Océano Indico, tan lejos?, ¿cómo puede haberse sentido aquí? Davi rodea con sus manos tus brazos. Ima, tus islas, han desaparecido. ¿Mis islas? ¿Qué islas? Las Maldivas, Ima, la tierra de tu abuela, desapareció. ¿Cómo? Un tsunami se las acaba de tragar. Lo siento. Tu madre ahoga un grito. Megachico te pregunta, si estás bien. Tú no entiendes por qué, pero tus rodillas se doblan sin voluntad, caes. Te escuchas a ti misma diciendo, Los niños. Y lo repites en voz baja para ti. Los niños. No puedes evitar verlos intentando huir del mar titánico, vengador. Hiciste lo que pudiste, Ima. Dice Davi. Sabíamos que esto podía pasar. Nadie ha donado tanta plata como tú para evitarlo. Nadie ha dedicado tanto tiempo a generar conciencia. El planeta está enfermo de nosotros, sabíamos que esto podía pasar. Tarde o temprano. Tú callas. Sientes y visualizas el tsunami. Sientes los gritos de las madres y los padres destruidos. Tu corazón se estrangula. Megachico te sostiene. Tu madre trae un vaso con agua. Davi te cubre con una manta. Todos buscan confortarte, también tú haces tu mejor esfuerzo para no desvanecerte y no darle lata a nadie, y nadie puede detener sin embargo, el azul irremediable que te invade. El cerúleo de tu uña crece. Rápidamente, ha llegado ya hasta la mitad. Por alguna razón recuerdas a tu abuela, a tu hijo. Recuerdas también las persianas de las ventanas de los aviones, que como párpados, cubren y esconden el azul vertiginoso del cielo.    
*
Decenas de periodistas se arremolinan frente a tu puerta. Un país entero, miles de islas maravillosas y casi todos sus habitantes han desaparecido y la gente de prensa te pregunta cuando sales Ima, Ima, ¿Cómo te sientes respecto al tsunami?, ¿Tienes algo qué decirle a los que no quisieron formar parte de las Comisiones Internacionales Contra el Calentamiento Global? ¿Qué vas a hacer al respecto? ¿Vas a escribir una nueva canción? ¿Vamos a leer tus memorias? ¿O vas a sacar tal vez una línea de ropa para ayudar a los sobrevivientes? Estamos aquí en vivo, frente a la casa de la Diva, del ícono cultural contemporáneo Maldivia Ima Gina, quien acaba de perder sus orígenes y gran parte de su familia tras el paso del tsunami que desapareció del mapa a las islas Maldivas hace unos momentos esta mañana. La célebre artista, pensadora y filántropa no ha querido darnos ninguna exclusiva, comprendemos su dolor y su cólera, seguramente, en contra de todas las personas que no se preocuparon del calentamiento global, las que priorizaron el lucro personal y las que no creyeron en sus predicciones e incluso se burlaron de sus intentos por lograr un cambio radical de actitud frente al problema climático a nivel mundial. Allí la vemos irse con el músico Blacky Destino,  también vemos a su madre y a sus dos mejores amigos, Davi y Lily, abordar la camioneta blanca de Destino. Sí, estudios: Nos cuentan que en la playa La Esperanza se encuentran los seguidores de ésta querida personalidad, no entendemos bien qué hacen allí, probablemente querrán saber cuál es la opinión de Maldivia Ima Gina y qué es lo que harán al respecto. Parece que es allí donde se están dirigiendo Ima Gina y su círculo más íntimo. Los mantendremos informados. Desde la casa de Maldivia Ima Gina, informó para ustedes, Juan Pérez.  
*
Una pequeña multitud te espera en la orilla. Han prendido cientos de velas y todos están vestidos de blanco. Todos guardan un silencio hondo. Sólo se oyen las olas del mar reventar con furia. Caminas entre ellos hacia la orilla. Abren un camino para que pases. Lo que ves en la orilla, te hace recordar un sueño que alguna vez tuviste. Varada en la arena hay una barca dorada. Comprendes todo, entonces. Miras tu uña, ya completamente celeste, sólo para confirmar. Y a pesar del desencanto, sientes alivio. Es hora de volver. No hay nada que escoger o decidir. Sabes, dentro de ti, que eso es lo que debes hacer. Así que te despides. Abrazas a todos y cada una de las personas presentes en la playa. Cuando has terminado, es ya el atardecer, y han pasado varios patrulleros anunciando que los bañistas deben alejarse de las orillas por riesgo de tsunami, que ya llega cruzando a una velocidad imposible desde el otro lado del océano. Ya te has despedido de todos. Buscas por alguna razón a la niña a la que arrastraba su madre del brazo calle abajo esta mañana. Hubieras querido despedirte también de ella. Abrazas al final a Cabeza castaña y a Cabeza rubia. No entienden lo que haces, pero confían plenamente en ti. Abrazas a tu madre, que tampoco comprende, pero que a la vez comprende demasiado. Te abraza como abrazaría María a Jesús. La besas. Entras al mar. La gente te ayuda a devolver la barca al azul. Antes de subir, abrazas a Ojos de Mar y le dices, En el mejor de los sueños, el mejor beso. Te abraza, y te besa. Lo abandonas con dificultad y subes a tu barca de oro. El mar se está agitando. La barca se aleja de la orilla.
-          En el mejor de los sueños-, les dices a los que te oyen en la orilla- todos éramos reales. Gracias por todo. Los amo con toda mi alma.
Y te vas. Mar adentro, te vas. Es como si el mar te absorbiera, te quisiera de vuelta como quiere a las joyas más preciosas, que terminan como tesoros naufragados en su seno más azul. Pero no. Tu uña es ligera. Ligera. Casi sientes tu mano querer flotar. Mar adentro las personas tan amadas parecen polvo que resplandece en la orilla de la memoria. Miras tu uña. Sí. Unas motas blancas, hermosas e iluminadas han comenzado a aparecer a lo lejos. Son nubes, te dices. Recuerdas el momento en el que pensaste que te estabas volteando cuando viste tu uña negra. Porque negro era tu interior. Tal vez este sea mi universo interno ahora. Tal vez me estoy volteando para bien, quieres creer. El mar arrecia. Debí decirle a Ojos de Mar que lo espero al otro lado del universo, recuerdas angustiada. Pero ya es tarde. El mar ha embravecido, estás muy lejos, llega la noche y tu uña refulge como la mejor tarde de verano. Piensas en tu hijo. Es hora de partir. Como cuando viniste, ingresas tu dedo índice derecho en tu uña del meñique izquierdo e inicias tu retorno, con suerte, a Planeta Abandono. En este momento, una ola espléndida se traga tu barca dorada ya huérfana de ti, y desde entonces la guarda hasta ahora el mar, con gran celo, en su más fantástico rincón.
                                                                    ***


 III. La Reina de los Gatos
Despierto. Con una bocanada gruesa de aire, confirmo: estoy viva. Respiro. Veo el techo blanco de la habitación. Alguien ronca a mi lado. Es Megamadre. Siento el peso de la realidad que me aplasta de golpe. Resisto. Amor y compasión, recuerdo. La abrazo un poco, me levanto. Voy al baño. En la sala, duerme mi hijo. Mi hijito inmenso que ya rebalsa el sofá. Me acerco despacio y le acaricio el pelo. Beso su frente. Entre sueños balbucea, pelea con alguien por el control del videojuego. Lo veo grande y sano. Veo que un día puede comprender. También me veo, por alguna razón, con él, en la playa. No quiero recordar demasiado. Sé dónde estoy. Y sé de dónde vengo. En algún otro lugar del universo, en mi cabeza, en el mundo de los sueños o en una realidad paralela, yo soy yo. Soy todo lo que soy capaz de ser. Y eso es todo lo que quiero recordar. Tal vez porque a pesar de haber vuelto estoy viva, pienso en la muerte. Cuando muera de verdad sólo quiero recordar esto. Los besos de mi hijo, los cariños de mi madre, las risas de mis amigos -que todavía no tengo-, el rumor y las olas espumosas del mar, la frescura del viento en mi cuerpo, mi cuerpo bailando, gozando, las sonrisas de la gente en la calle, la sensación de haber hecho las cosas bien. Arropo a mi hijo, que duerma unos minutos más. Voy al baño. Veo en el espejo a una mujer que de golpe no reconozco. Me toma un instante. Soy yo. Sí, soy yo. Pero de pronto mi cabeza no encaja en mi peluca. Me sobra pelo. Tomo la tijera de uñas y me corto el pelo por mechones. ¡Es divertido! Es liberador. Pienso que en la oficina van a decir que me he vuelto loca y de pronto en verdad ya no me importa lo que digan. Me siento libre. Aún soy esclava pero ya me siento libre. Dejo mi pelo largo. No me lo he cortado al ras, lo he podado. Siempre he pensado que el pelo carga el peso de lo que uno vive. No por las puras los monjes se rapan la cabeza. Yo no soy una monja. Pero ya no pienso cargar ni un pelo de más. Me ducho. Adoro el agua. Me sana. Voy a cambiarme a mi cuarto donde Megamadre te estás despertando. Qué gorda estás, me dices apenas me ves. Pinchallantas. Con mucho esfuerzo respiro. Siento sobre mí las cinco toneladas de aire que pesan sobre mi cabeza y aprietan mi cuerpo. Y de pronto, te veo, Gordita. Es cierto, te digo. Tengo unos kilos de más. A partir de hoy voy a hacer ejercicios por la noche. Si quieres vamos juntas, que a ti también te va a hacer bien. Te descomputas. Te descalabras. Quieres seguir peleando pero no sabes por dónde. Yo no estoy gorda, me dices, escondiendo tus rollotes. Yo me cambio. Voy a la cocina a prepararle a mi hijo una lonchera esta mañana. Mañana será grande, y ya no va a  necesitar mis loncheras. Mamá me sigues gritando desde el cuarto, que no me ponga tus zapatos, que no me lleve tus carteras, que todo lo rompo, que todo lo malogro. Respiro. Veo, que he aprendido a respirar. Y no respondo. Recuerdo, que una vez callé. Callé todo lo que me dio la gana y me hice dueña de mi silencio. Con sumo esfuerzo, respiro y callo, y preparo mi lonchera. Hijo, te despiertas con la bulla. Pasas a mi lado como un fantasma. Hola, te digo. Mnf, balbuceas. Te hice lonchera. Ahora me miras, extrañado. Siento no haberte hecho más loncheras. Está bien, me dices. Ya estoy lista para irme a trabajar. Es lunes. Sí, es lunes. Pero mamá tienes ganas de pelear, y sales hasta la cocina para fastidiarme, y no te importa un resorte que mi hijo esté allí parado escuchando toda esta recatafila de estupideces que me dices. Mi corazón arde. Mi corazón bombea. Mi estómago quiere golpear. Romper. Reventar. Pero respiro. Instintivamente me he parado muy cerca a ti, hijo. Te miro madre, a los ojos. Controlo mi furia para que comprendas bien claro lo que te voy a decir. Porque no es amenaza. Esta es la última vez en tu vida, que me tratas así. Sé que me ayudas con la plata, pero también podemos comer papas, comer menos pizza y pollo y vivir más en paz. Es la última vez que me ofendes delante de mi hijo. Si tienes algún problema conmigo me lo dices en persona, a solas. Y si me vas a usar para gritarme y humillarme, pues me voy a tener que ir. Porque realmente he estado enferma. Y mi hijo, me necesita sana. Alegre. Fuerte. Vete pues, me dices. Malagradecida. Vete y muérete en la calle. Yo me voy, te digo. Pero me voy con mi hijo. Ya ves cómo eres de mierda, te vas a morir en la calle y te lo quieres llevar, para que se muera contigo, desgraciada. Tú con tus miedos me cortas las alas. Tú no tienes idea de lo que puede haber para mí afuera. Acepto tu ayuda y la necesito. Pero no puedo aceptarla si te robas mi alma. Si la dejas como un trapo viejo. Si no tengo alternativa, nos vamos.  Mi hijo no necesita tanto pollo de restaurante ni tanto videojuego. Mi hijo me necesita entera. Integra. Madre me miras boquiabierta y quisiera tomarte una foto para mostrarte el rostro de lo perplejo. Es divertido. Ya vas a comprender. Para mí también es como inesperado, pero esto ya se veía venir. O esto, o la muerte. Y a mí de pronto, me han entrado unas ganas raras de vivir la vida. De saborearla. De sonreír. Y de ver a mi cachorro sonreír conmigo. Tal vez porque no te he gritado ni te he insultado, no sabes qué decir, así que te vas renegando porque es lo que sabes hacer. Hasta ahora. Hijo toma tu lonchera, te paso la mano por el pelo, te peino un poco. Miras al suelo. No sé con quién estás saliendo ahora, me dices, pero ya me cae bien. Sonríes con vergüenza. Siento haberte hecho llorar, mamá. Esto no me lo esperaba. Te abrazo. Cuando eras chico, me pedías tantos abrazos. Y yo no te los di, te digo. Me abrazas con fuerza. Ya casi eres un hombrote. Tomas tu lonchera. Asesinas una lágrima. Te despides de lejos. Te veo en la noche, me dices.
*
¡Mi corazón está lleno de mi hijo y de la sensación de triunfo sobre Megamadre! Mamá, te quiero, en verdad, pero cómo asfixias. Me siento fuerte. El día es gris como siempre, pero siento un sol potente calentándome por dentro. Aquí en el pecho. Debajo del esternón. En el metro cruzo miradas con algunas personas. Todas parecen muertas. Todas tristes.  Recuerdo la gente del metro allá donde estuve. La gente sonreía. Parecían tener sueños propios, proyectos. Tengo veinte minutos hasta la estación de la oficina. Tomo mi teléfono. Busco el grabador de voz. Decido contar lo que he vivido para no olvidarlo nunca, para que no me rebalse, para que no me ahogue la nostalgia. Luego, lo escribiré. Cuento mi historia en el metro. Es tan extraordinario lo que he vivido, que me emociono al contarlo, el ruido es alto, levanto la voz. De pronto veo, siento, que hay gente escuchando. Siento vergüenza. Pero también fascinación. Estoy atacando el metro, con mis sueños.
*
Cuando bajo, la gente se despide, ¿Y el final? ¡Estaba buena la historia, señorita! ¡Está bonito, ah!, ¡Escríbalo, escríbalo! Tengo los cachetes rojos como berenjenas del mal, sudo caliente y se me doblan las rodillas de la vergüenza, pero cómo me estoy divirtiendo. Me atreví. Claro que me siento joven, loca, fresca, nueva. Pienso en mi madre y me aterro, las cuentas, los pagos, dónde vivir. Es fácil abrir la bocota de tiranosaurio, y luego. Respiro. Como ya asumí que debo estar loca, me puedo permitir tener fe. Dios verá. Yo trabajo, lo divino resuelve. Y si no pues ya veré. Pero quiero seguir sintiéndome así. Quiero seguir sintiéndome bien. Llego a la puerta de la constructora y allí está, en efecto, Davi. Que amor profundo siento al verte. Mi querido Cabeza castaña. Te miro desde lejos, tú me ves y me saludas, como todas las mañanas. Pero ésta vez, voy hacia ti. Hola, ¿Davi, no?... Msí… así me llaman en mi casa, ¿cómo sabe? Sonríes. Eres tan agradable. Entonces recuerdo a Lily diciéndome que tu vida había cambiado desde que te dije que tú no eres sólo un portero. Y así te lo digo entonces, ya que estoy loca, te miro a los ojos y te digo ¿Tú sabes Davi, que tú no eres sólo un portero, verdad? Si, señorita, ríes. Yo te miro seria, orate, e insisto: Tú lo sabes, ¿verdad? Entonces te veo enseriarte. Muchas gracias señorita, sí, tengo mis sueños por allí, dices, y sonríes. Me caes bien, te digo. Nunca tengo con quién almorzar. ¿Quieres almorzar conmigo? ¡No!, allí nomás…gracias, dices. Paso a la una por ti. Sonríes extrañado. Seguro te preguntas qué querré. Señorita, usted es Maldivia, ¿no? Dime Ima, te pido sonriendo. Así me dicen mis amigos.
*
Subo por el Ascensor del Horror a la Oficina del Averno. Antes he comprado unos chocolatitos para mí. Para el día. Pero al abrirse la puerta, no sólo veo mi módulo solitario, que ya no me duele como me dolía antes de la locura. Te veo a ti, bitch. Me dejaste sola en Barranco, nunca apareciste, me hiciste cambiarme y salir de mi casa por las puras y ni contestaste el teléfono. Pero también te recuerdo de Planeta Felicidad, y eras muy distinta, Cabeza rubia. Así que, como estoy loca, voy directo a tu módulo. Me miras cachacienta. Saco de mi bolso mis chocolatitos -que a mí me van a engordar y verdad que desde hoy estoy a dieta-, y los pongo sobre tu mesa con un golpe teatral. La próxima vez que me hagas la perrada de sacarme de mi casa para dejarme sola y ni responder el teléfono, te voy a agarrar a patadas por perra. Si en cambio, quieres una amiga -te extiendo los chocolates-, aquí estoy. Yo soy una amiga de puta madre, pero no me gustan las personas desconsideradas. Si quieres una amiga, aquí me tienes. Pero no me vengas con pavadas. He dicho, pienso. Pausa. Toda la oficina está muda. No los miro pero sé que todos me miran. Respiro. Respiro. Respiro. Me doy la vuelta y voy derechito a mi módulo. Todos callan. No te tropieces. No te tropieces. Camina derechita tranquila respira. Llego a mi módulo, dejo mis cosas delicadamente, no se olviden que soy una dama. Pero una dama que es capaz de agarrar a patadas a quien le falte el respeto. Los miro a todos. Se hacen los locos y retoman el trabajo. Los ruidos de oficina se reanudan. Me pongo mi auricular. Conecto mi teléfono. Abro mis correos de trabajo. Te miro de rerojo: Me miras y miras el chocolate. Me miras nuevamente,  y miras el chocolate. Estás pensando en lo que te he dicho. No tengo prisa.
*
La mañana se pasa volando y a la una, como te dije, Cabeza castaña, paso por ti. Aunque al comienzo no me creías, luego te preparaste por si pasaba a recogerte. Así que a la una estás listo lonchera en mano, y te llevo a almorzar al malecón. Increíblemente, el cielo se ha despejado un poco. Se ve incluso celeste. Casi parece mi uña de regreso. A ti te parece fantástico esto de almorzar juntos en el malecón. Me parece que en ésta realidad, tampoco tú tienes muchos amigos. Pronto conversamos y reímos, nos conocemos mejor mirando el mar desde lo alto. De pronto, veo a alguien venir. Te reconozco: Eres la niña, la niña que quería llamar a su padre después del temblor. Vienes caminando por la vereda con tu mamá, y con tu papá, que es un señor muy guapo, en efecto. Te tiene agarrada de la mano y tú vienes dando saltitos de niña a su lado. Tu madre, en cambio, se ve muy triste, casi no la reconozco. Amárrate el pasador, hijita, no te vayas a caer, te dice. Tú la fulminas y le regalas un largo Yaaa con música de niña insoportable. Tu padre, no dice nada. Mira mensajes en su teléfono. Tu madre insiste: Hijita, los zapatos. Ya cállate, loca, le dices bajo. Ella te oye. Yo te oigo. Davi te oye. Tu padre no te oye. No me aguanto y te digo, no sabes la suerte que tienes niña. No deberías hablarle así a tu madre. Tú cállate gorda, me dices al paso, malcriadísima. Me dejas con la boca abierta, no sé qué decir. Davi tú saltas y le dices, Malcriada, y tus papás que no te dicen nada, que mal. Tranquilo, te pido. Está bien. Recuerdo tus ojos, tu mirada pálida en otras circunstancias. Lo que para mí era Planeta Ilusión, para ti era Planeta Desgracia. Me da rabia y pena que no aproveches ésta realidad. Pero por alguna razón me recuerdas a mí misma. Yo tampoco aprovecho tantas cosas de mi realidad. En otras realidades yo podría estar mucho peor, sin duda. Siento lástima por ti y te encomiendo a Dios. No por santa, sino probablemente por chalada.
*
Como mi almuerzo contigo, Davi, mirando el mar, es tan agradable el viento, el poquito de sol, la gota celeste disuelta en el cielo. Reír, escuchar. Respirar. Llegamos de vuelta al trabajo sin ganas de trabajar pero de buen humor, y así la tarde se pasa rápido. Al salir me despido de ti y te digo ¡Hasta mañana! Tú sonríes grande. También tú lo pasaste bien. Subo al metro de vuelta y me dedico sólo a sentir. Recordar Planeta Éxito por alguna razón, cada vez me duele menos. Al llegar a mi estación, me acuerdo de ti, Muerto. Y me entristezco, porque siento que estoy condenada a la soledad del brócoli. Aunque el brócoli en realidad siempre va en ensalada acompañando algo, precisamente. Así que es una soledad mayor, que la del brócoli. Y en éstas pavadas inocentes voy pensando cuando, como si fuera éste el otro mundo, te veo, Muerto, venir hacia mí.
*
Y te pasas de largo. Apenas me saludas. Ni me sonríes. Tienes cara de excusa, de estar demasiado ocupado estreñido conflictuado como para dedicarme un instante de tu atención. Menos mal esta vez al verte yo no me encogí. Tampoco me encorvé. Ni sonreí como un peluche viejo de tanto abandono. Sonreí para ti, me estiré alta y metí mi panza. Y tú pasaste de largo, como un tren bobo que no sabe dónde parar. Esta vez Muerto, yo no te llamo. Yo no te reclamo nada. Después de todo lo que te he amado, tú me tratas como una extraña. Me regalas tu indiferencia. Esta vez, no te llamo. Ni me pongo triste por ti. Tal vez por eso volteas para ver mis espaldas alejarse. Tal vez por eso, me mandas un mensaje de texto, como siempre, queriéndote asegurar el lugar que tenías en mi corazón. Pero ésta vez, Muerto, borro tu mensaje, borro tu teléfono, te mando internamente a la verdadera mierda, te catapulto al otro lado de la galaxia. Esta vez te mato, Muerto, y se acabó. Esto no se lo merece nadie. Adiós. Te borro. Camino a casa y durante toda la semana, recibo mensajes de un número ahora desconocido. No los leo. Vives a tres cuadras de mi casa. Me escribes, pero no me buscas. No los leo. Misteriosamente, al poco tiempo, nunca más te vuelvo a ver. Desapareces. Ya no te veo. Y mis ojos, no te extrañan.
*
Llego a casa. Mi hijo duerme en el sofá. Lo beso. Me doy cuenta de que hoy no he tomado ninguna pastilla. Mamá se hace la dormida en la cama. No quiero echarme allí. Hoy ha sido un día maravilloso en Planeta Misterio. Quiero ver las estrellas. Sentir el fresco de la noche. Soñar. Recordar. Subo al techo donde encuentro a mi gato, Mister Mustachos, con su novia. Ellos miran las estrellas. Con permiso, les digo, y me arrimo más allá. Recuerdo. Me pregunto, dónde estaría en éste mundo Blacky Destino. Miro mi uña portal. No pesa. No está ligera. Pero tiene un color particular. Tornasolada, como madreperla del fondo del mar. Qué bonita ha quedado, pienso, y miro la avenida desierta, la calle teñida de cobre por las luces de la noche. Alguien dobla la esquina sin prisa. Es un chico. Guapo. Camina lento por la acera de en frente. Va cantando una canción que no conozco. Cruza la calle. Un momento. Reconozco esa manera de andar. Esa voz. Eres tú, Blacky. Te miro desde mi techo, no puedo moverme. No lo puedo creer. No te acordarás de mí. ¿Me reconocerás? De repente en éste mundo me odias, me desprecias, o simplemente no me ves… qué bonita voz tienes… ya pasas bajo mi casa…y sigues de largo. Claro. No te detienes. Te miro irte y tengo por primera vez en el día, ganas de huir, ganas de llorar, ganas de… te detienes. ¡Volteas! Casi me escondo por instinto, pero junto coraje no sé de dónde. Me quedo quieta, petrificada como los gatos. Te miro. Regresas sobre tus pasos. Vuelves. Te estacionas bajo mi casa. Me estás mirando. ¿Por qué vienes? ¿Qué quieres? ¿Fósforos? Ya sé. Seguro que en este mundo me das bola pero eres pastrulo. O eres casado. O ladrón. Qué haces allí abajo mirándome. ¿Me reconoces? Si te vas me voy a sentir imbécil. Hola, me hablas. Te conozco, dices. Yo no hablo. No digo nada. No puedo. Quiero hablar, gritarte ¡Sí, soy yo!, ¡me estabas buscando! Pero no puedo. Callo. Y te miro. No puedo hablar. Pero sonrío. Porque sólo verte, me llena de estrellas.
*
Mañana regreso, a la misma hora, dijiste, y me pasé todo el día esperando que llegue la noche. Aquí estoy de nuevo esperando, aquí cruzas la calle cantando, aquí me miras y me sonríes, o cantas, o me cuentas un cuento. Hemos hecho esto las últimas siete noches. Qué bello eres desde aquí arriba. Hoy has traído una guitarra. También aquí tocas, cantas. Todas estas noches no me lo has vuelto a pedir, pero hoy me guiñas un ojo y me pides, Baja. Yo he escrito una nota en un papel. Te lo lanzo.
-          Tengo miedo de que se rompa la magia.
Sonríes. Eso no es posible, dices. La magia nunca se rompe. Si todo lo que pasa es mágico. Sólo que la gente no se da cuenta. Baja. ¿O subo? Mi corazón quiere escaparse y salir corriendo, cruzar los andes y esconderse en la jungla. Pero la rama del árbol que está debajo de mi casa, llega justo hasta mi techo. Miro tus ojos. En ellos recuerdo, que en algún lugar entre aquí y allá, yo soy la Reina de los Gatos. Trepo por la rama. Bajo.

***