domingo, 22 de febrero de 2009

Nostalgias de niña rica

Tengo un montón de tarea, y no debería estar escribiendo hoy aquí. Tampoco debería haberme pasado media tarde mirando una comedia romántica. Pero hoy desde la mañana he tenido una sensación de bienestar total que ha terminado conmigo mirando Lotería de Amor por VH1 tumbada en el sofá.

Por nada en el mundo hubiera visto una comedia romántica hoy. A menos que en ella actuara Nicolas Cage. Y una rubia hermosa de sonrisa franca, que no se por qué nunca más he vuelto a ver. Hacia el final de la película, los dos, por diferentes razones, deciden pasar cada uno por su cuenta una noche en el Hotel Plaza de Nueva York

El Hotel Plaza de Nueva York. Yo he estado allí. La última vez debo haber tenido unos nueve u once años. Viajábamos mucho. Teníamos mucha plata. Honrada. Luego la perdimos toda por esas cosas que pasan en el tercer mundo y ahora también en USA. Pero la película en cuestión era de antes de la crisis financiera, mucho antes del sushi y del minimalismo, el Plaza estaba todo decorado con rosas y dorados, como dictaba la moda impuesta por Ivana Trump por esos años. Yo no soportaba todo eso. Todo ese esnobismo. Pero adoraba conocerlo. Y hacerlo con mi hermano. En esos años mi hermano y yo éramos como hologramas, distintos pero iguales, siempre juntos. Nos metíamos debajo de las mesas vestidas de los restorantes elegantes. Subíamos y bajábamos por los acensores. Nos perdíamos en los corredores. Corríamos por todos los pasillos.Jugábamos a los espías. A veces nos cruzábamos con gente con mucha plata y con cara de no me gustan los niños. Nosotros los mirábamos altos, porque mi mamá , Señora, es mucho más guapa, culta y distinguida de lo que Ud. jamás será, y porque la plata de mi papá, señor, no viene del petróleo, ni de la guerra, ni de ninguna mafia, cosa que alguna vez temí por lo del origen italiano. Es plata limpia. Y no hay nadie como nuestro viejo.

Siempre íbamos a Nueva York. Parábamos allí cuando íbamos o volvíamos de Italia. Sencillamente no había límites. A mi mamá le encantaba el lujo y jugar a ser María Callas, Ava Gardner, Ingrid Bergman. A mi hermano y a mi nos gustaba viajar en limosina. Como en las películas! Tenían bares con cocacolas y los edificios se veían inmensos. Pasear en carroza alrededor del Central Park era algo que le gustaba más a mamá. A nosotros nos parecía una exageración pagar 100 dólares en la época para dar una vuelta a caballo. Preferíamos jugar cerca a la ballena en el zoológico. Comprar juguetes en Schwarz. Mi hermano ha regresado y dice que ahora tienen una catarata de chocolate, en la que te puedes bañar mientras tragas. Milagros del consumismo. Allí conocimos la nieve. La nieve. Tantas formas de nieve. Internas y externas. Hay una soledad inmensa en el poder. En toda esa belleza. Eramos sólo nosotros. La pequeña familia unida. Algo había en esa meticulosa perfección del jet set que me erizaba. Me gustaba más pasear por las tiendas de aparatos electrónicos de Broadway, aunque hubieran choros en la calle - era delicioso escuchar a mi mamá decir esa palabra mientras caminaba por la quinta avenida envuelta en su mink, mucho antes de que nadie pensara que esto fuese un delito. Me hacía recordar que esa señora tan feliz y despreocupada seguía siendo mi madre, y que yo seguía perteneciendo a un pequeño país que nunca estaba de moda, que era la última rueda del carro, del que sólo se sabía que quedaba en algún punto perdido del Africa. Amaba tanto el Perú. Inexplicablemente, más conocía castillos alemanes y balnearios italianos, más quería a mi pequeño país de paja y huaico, de aeroperú y apagón. Los chicles importados solían saber mejor allá. El calor era más gentil. Y la gente me parecía mucho más risueña. Era impresionante ver todas esas luces en NY. Todas esas hermosas luces. Cuando en mi país si ponías una luz en tu restorante te lo volaban. No el farol, el restorante. De todas maneras, a pesar del derroche, a pesar de la felicidad de tener cerca a mis viejos, a pesar de los juguetes inimaginables y todos nuestros, veíamos, como diría Leon-o, más allá de lo evidente. Veíamos a los homeless. Aquí también hay, pero como allá hay más plata, resaltan más. Percibíamos el engañoso canto de los neones. Si te caes de un infarto, no te levanta nadie, lo que es verdad. Y habíamos notado que, incluso en el Plaza, las personas que atendían eran de color más oscuro que los clientes, como en todas partes. Todas estas cosas nos molestaban, y traíamos chocolates para nuestros amigos, ya que aquí estaba prohibida la importación y la gente masacraba por un Milky Way.

Tal vez por eso es que nunca hablo de esa época. Tal vez por eso los recuerdos son vagos, y siempre duelen. El sol brillaba. Sencillamente, demasiado hermoso. Algo que me gustaba mucho era bajar por las escaleras del Plaza o del Waldorf. Bajar lentamente por las escaleras de mármol. Con mi ropa nueva. Algunas personas me reconocían, pero la mayoría era demasiado boba como para darse cuenta. Yo era una princesa. Una princesa especial. Una pequeña guerrera mágica, capáz de transformar el mundo. Tenía poderes especiales. Podía sentir lo que pensaba la gente. Podía hablar con los animales. Tenía poder sobre los elementos terrenos, aire, mar, fuego. No sobre la tierra. La tierra siempre me dió miedo. Era capaz de percibir el lado oscuro del mundo. Pero yo era fiel a mí misma. Y un día vencería, como los jedis.
Recuerdo la media luz, el rumor bajo del lobby. La sensación de respirar aire nuevo, extraño, lleno de olores raros cada vez que regresaba la gran puerta giratoria. Nosotros eramos seres muy especiales. Y yo quería conocer a fondo el mundo, la noche, la gran aventura de la vida. Por ahora sólo podía investigar la ropa que colgaba en canales en los almacenes. Pero algún día.

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Algún día.

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domingo, 15 de febrero de 2009

San Valentín Un Carajo

Hoy es 14 y estamos en la peña Del Carajo. Estamos es mucho más que dos. Y no estamos celebrando San Valentín. Es la despedida de mi hermana que se regresa a su tierra. Y de su amiga. Y a partir de las doce es también el cumpleaños #69 de mi papá. Mi papá nunca vendría a una peña a celebrar su santo. No es de bailar. Pero quiso venir para despedir a las chicas. En realidad, lo propuse yo, en vez de Las Brisas del Titicaca al queque mi hermana ya ha ido 12 veces.

Es 14, así que hacemos cola para entrar. A las 10 se entra pero hoy demoran colgando los globitos en forma de amores varios que engalanan las columnas en tan cursi ocasión. Incluso cuelgan del techo unos chorizos obsenos, Qué es esto, pienso, Otto Kunz en el día del amor, qué grueso. Pero luego veo que los chorizos son dos labios que cuelgan invertidos. Sigue pareciéndome obseno, pero bueno, una vez más es San Valentín en la tierra del Rocoto así que vaya Usted a saber qué monos va a ver en la calle. De hecho, cualquier limeño sabe de antemano que es mejor no salir de su casa.

Pero es la despedida de tu hermana, el santo de tu viejo, y aquí estás tú, que ya no sales nunca, viendo colgantijos multicolores que emulan la alegría de esta puta vida mientras el pata que baila con esa chica que lo aprieta tan rico y lo adora cual Adonis, cual Eros, te guiña el ojo cada vez que pasas. Y tú lo ves tan real, tan falta de amor, que te provoca patearle la barriga al chorizo este, Imbécil, no ves que la estás haciendo sufrir.

Qué más da. Te cuidas y sabes que a esta altura de la noche es mejor no andar deprimiéndose por rollo ajeno. Ya viene el tuyo. Tranquilita espera nomás. Y te sientes mejor después de decirle a la chica en cuestión que ella y él son tu pareja preferida de la noche, lo que es cierto. Bailan tan bien juntos. Ella lo mira como una debe mirar a su compañero. Con estrellas en los ojos. Pero él no se da cuenta. Qué más da. Tomo el primer trago de mi chela.

La orquesta se está trepando al escenario. Te encanta esa antesala de sonidos que bailan sus propios bailes ajenos, mientras los músicos afinan. Es como si se saludaran. Hola buenas noches. Buenas noches qué tal. Parece que hay buen ambiente hoy. Así parece. Es el cuarto chivo que hago hoy día. Yo igual. Arriba, arriba. Esta noche toca la Lucía de la Cruz, toda esta gente ha venido a verla cantar. Y también toca Nicole Pilman. Quién ? Nicole Pilman. Ya. Empiezan a sonar las guitarras , los cajones, las cucharas y ya estamos en el mar del vals. La pareja esa baila tan lindo. Un recuerdo agudo perfora tu corazón. Lo habías olvidado. Escapa tu ojo buscando algún lugar de donde asirse. Nada. Todo rosa. Todo rojo. Todo decorado.

Qué sed. Qué bien cae esta cerveza fría. Cómo calma esta súbita pena. Me había olvidado de esto también. La música criolla me da sed. Me da mucha sed. Se me hace un nudo en la garganta prieto prieto. Y sólo lo afloja la chela. Aun que sea un par. Yo se que suena exagerado pero juro que así. Es como si se abriera una herida y sólo se aliviara con cerveza fría. Es como si se abriera una herida que amas verse abrir. Como una flor.

Abren además, con dos canciones que te encantan. Una que dice Y qué será de mí, hoy que todo acabó, si ya me acostumbré a vivir para... esa. Te hace recordar a tu amiga Pilar, la Negra. Porque esa canción le hacía acordar a su papá. Y allí dejamos eso, porque ese es otro post.

Y tocan el Mal Paso, que claro, en una época, era tu himno. Han pasado muchos años de eso. Te perturba oír los primeros acordes y el recuerdo ardiente y seco de la ruta del desierto al norte. Recuerdas. Fue hace tanto tiempo. De pronto, recuerdas algo concreto. Una madrina. Una señora rubia y felinesca, que cantaba en un pequeño club del centro. El club Tipuani. Un bar donde tu te sentabas y venían varios músicos y cantantes a tu mesa, de grupo en grupo y tocaban para tí. Una de ellos, no recuerdo su nombre, algo con Maravilla, se acercó a nosotros, resaqueados y felices a decirnos que nuestro amor sería eterno, o algo así. Una mujer que a doce cuadras podías ver que era una mujer sola. Amor de oropel, de medianoche. Doradito pintado.

Sin embargo la recuerdo. Y el pianista de la orquesta comienza a tocar entre melodía y melodía, mientras habla el hombre micro. Toca Beethoven. Toca las nocturnas de Chopin. El Claro de luna. Volteo a mirarlo, me estás jodiento, pienso, tiene que estar jodiendo, esto es una cacha. En cambio, veo al pianista más melancólico del mundo, tocando estas joyas en su organo Yamaha. Solísimo. En el fondo del mar. Me dí cuenta entonces de que estaba en peligro. En peligro de ojo aguado. La música es demasiado fuerte y muchas veces me hace llorar. Lo que no me molesta, pero es demasiado anecdótico. Prefiero que me pase a solas. El hombre micro entonces pregunta por quiénes son los cumpleañeros de la noche, y recuerdo a mi hermana Syl, que ahora vive en Miami, y, no está ya aquí, y que bailaba tanto siempre y tan bonito, tan hija de la fiesta ella...y el ojo que llora es ahora una realidad. Te haces la loca, como siempre, miras más allá mientras el ojo reabsorbe. Por favor, cerveza.

Gracias a Dios pasan el Alcatráz y con esto no hay quién llore. De todas formas celebro y meto bulla, porque quiero divertirme, porque quiero celebrar a mi viejo y a mi hermana. Y además porque suelo ser muy buena compañía, si me llevas a un velorio, lloro. Si me llevas a un concierto, lo disfruto. Pero este cerebro traidor se las ha arreglado para recordar a mi hermano chiquito, bailando en Ica con mi vieja, en el único recuerdo que tengo de él bailando feliz con mi mamá. Bailaban breakdance en la discoteca de un hotel, en Ica. Mucha más cerveza. Así. Gracias.

Nostalgikón. Escapo a la calle a fumar un pucho. Tocan Illaryllariyé y se, como hace 15 años, que mientras toquen esa canción no me estoy perdiendo de nada.

Quiero celebrar con mi viejo. Con mi hermana. Con su amiga.

Por qué estoy recordando todo esto.

No lo sé.



Lo sé muy bien.

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lunes, 9 de febrero de 2009

Amados Kojudopólitans

Disculpen que no haya podido en estos días responderles como Deuxx manda, he estado de viaje en el Ombligo y en la Madre, ya vienen los respectivos posts. Gracias por sus koments en teatro secret ,mucha gracias es más apropiado.
Los estimo, hermanos.
Abrazos,
K.


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