miércoles, 31 de octubre de 2007

Excepciones 1 - La orilla de la Ilusión

Hay dos excepciones en relación a el post anterior. Mis amigas J. y C.

Una por una.

C. es mi amiga más antigua, así que comenzaré por J.

J. era la lideresa natural del grupito de mi clase que desarrolló mis tendencias suicidas (y asesinas). Era linda, frágil, menuda y súper limeña, (léase rajona, alaraca, divertida y muy sociable, con un matíz terrible de ciega superficialidad), cosas que eran el común denominador de la manchita en cuestión. Pero había algo más en ella. Una inteligencia lúcida y rápida, una gran sensibilidad y un pequeño corazón remendado demasiadas veces para tener tan poquita edad. Pero J. lloraba por todo. Si se mojaba, lloraba. Si se sacaba 08, lloraba. Si el profesor de turno se burlaba de ella, lloraba. Eso no cabía en mi mundo chaveta. La gente no llora delante de su agresor. No le das el gusto. Y punto. Prefiero que me vea llorando sangre que invitarlo sólo un segundo a conocer mi mar interior, escapándose de mí agitado por el efecto acertado del contendor. No lloras frente a un puto profesor de colegio. Tal vez llores delante del director, cuando las cosas se pongan graves, pero por estrategia y sólo por estrategia y nada más. Pero no, J. lloraba por todo. No creo que ella me haya visto llorar nunca en los años en los que me martirizaron las Niñas de la Burla, las Nenas de la Lima Íntima, que en realidad vivían bajo el reflejo de su gracia natural (menos una flaca de la que hablaré en otra ocasión). Yo no lloraba nunca frente a mis agresores. No les daba el gusto. Nunca sabrían que tenía una gilette esperando desde hace años en la cartuchera, ni que lloraba todas las mañanas, todas las tardes, todas las noches. Pero eso, en verdad, tampoco era culpa de ellas. Yo era DURA. De hecho, a los once años decidí no llorar más, y no lloré hasta los trece, año en el que me enamoré por primera vez, empecé a beber, me jalaron de año y básicamente, empecé a hacer teatro. Y entonces sucedió el milagro.
J., como otras del Grupo Escolar del Daño y la Burla, y yo, postulamos al taller de teatro que teníamos en el colegio, que era extraordinario, por cierto. Digo que era extraordinario porque estabamos en tecero de media, en el colegio, y ensayabamos tres veces por semana, cuatro horas por vez, y a veces también sábados y domingos. Nuestra Maestra entre Maestras era la señora Isabel Jimenez de Cisneros de Cuadros, una dama de 59 años eternos que no dudaba en tirarte su zapato de taco directo a los dientes con puntería de ave cetrera, como se te ocurriera andar verborreando intracendencias durante un ensayo. Ella nos enseñó que el teatro es sagrado. Cuestión de vida, muerte o cárcel. El asunto es que empezamos a ensayar Romeo y Julieta y J., la breve, la ligera, fue llamada a ser una de las Julietas. A mi ni me audicionaron porque era - según las palabras de mi gran Maestra - demasiado exhuberante. Tenía trece años. No les digo yo que ser guapa nunca me sirvió de mucho. Y empezaron los ensayos con las seis Julietas escogidas. SEIS. En fin. Había una frentona sin gracia, y con demasiada pretensión intelectual, dulce y delicada como un barril de macerar vinagre. Había otra que era tan hermosa que te dolían los ojos, los suyos eran dos remansos enormes donde te provocaba morir. Pero ella lo sabía demasiado bien y entonces, en cuanto abría sus labios en flor, salía de ella un graznido falso lleno de efecto y vanidad. Nada que ver. Hubo otra - fantástica, histórica - que era simpatiquita y nada más. Blonda e higiénica hasta la frigidez, cuando supo que no sería LA Julieta, se retiró del teatro por la puerta grande, nos azotó con su melena no oxigenada y nos dijo fuerte y claro desde su metro y medio: Yo no quiero hacer teatro de colegio. Yo voy a ser actríz de Televisa.
Reímos hasta reventar. Nos reímos muchísimo. Anda, a que te den. Había personas en el taller que en el futuro serían filosofos, arquitectos, abogados, sodalites. ¡Televisa!, imagínate. Hace tiempo que la señorita en cuestión es actriz exclusiva del camal de las estrellas. Seguro gana más que todos nosotros juntos.

Lo cierto, es que puede ganar todo lo que quiera, pero jamás se pudo comparar al Gorrioncito. Mi pequeño, breve, grandioso descubrimiento. J. en escena.
Son las cuatro de la tarde en el colegio, en el auditorio inmenso no se escuchan los pitos ni los pelotazos de las prácticas de fútbol. Isabel se recupera del ataque nervioso que le produjo la incontundencia mental de uno de los chicos a los que se le ocurrió llegar tarde. Silencio, grita ya afónica, se lleva los deditos cortos y sabios a la entreceja donde descansan sus gafas cortas de lector. Calla. Pasa un ejército de ángeles. Levanta los párpados pequeños y posa los ojitos feroces en la jovencísima actriz que espera quieta. Reconocemos todos el mensaje visual. Empieza el ensayo. Estoy entre cajas. Fondo negro. Olor impresindible de madera y mar de tiempo. Una J. aún enemiga, aún incógnita, toma su lugar en escena. Sube también el joven, futuro sodálite -entonces robacorazones de pasillo-, que hace de Romeo.
Desaparecerá. El no lo ha notado, pero no existe más. Ya da lo mismo si es el galán que todos esperan que sea, si será un pedófilo más, si se muere de dolor su familia al saber que ha perdido a su único hijo para siempre, o si se fermenta en burbujas aberrantes en la casa esa en San Bartolo. A nadie le importa ya nada. Se ha detenido el tiempo. Puedes sentirlo. Silencio total. J. está en escena.
Comienza, como los grandes, mucho antes de hablar. Su pequeño cuerpo sabio maneja ya diez años del rigor del ballet. El rostro pálido. Cristales de hielo en la piel helada. El auditorio se ha congelado y sólo ella arde por dentro. Breve, frágil, inmensa. Es Julieta. Con el veneno entre las manos que le ha traído el cura, amigo fiel. Simulará su muerte. Despertará entre los huesos de sus ancestros. Y no le importa. Vendrá su amor. Vendrá Romeo. O vendrá la muerte. Puedes sentir la esperanza de la brisa que entra por el sepulcro abierto. La peligrosa locura de la ilusión. La alegría de saber que vivirá con su gran amor o morirá. La entrega irrepetible, a muerte, del primer amor. Puedes sentir cada uno de tus pelos erizarse y descubrir de pronto que tú también quieres morir ahí mismo, de amor eterno junto a este pajarito enfermo y luchador que brilla sólo, como si estuviera acariciado por la mano de Dios.
Ha sucedido. No lo has notado, pero ya ha terminado. Tú sigues sostenido en el tiempo, oyendo el silencio que ella ha alimentado para tí. Tú lloras. Por fín. A lágrima viva. Lloras ríos por fin liberado. Curado. Extasiado. Tiene sólo trece años.

Desde ese año nos hicimos uña y carne. No sé si dejó de molestarme por sentirse culpable de que me jalaran de año. Prefiero pensar que ella también vivió en mí un descubrimiento, aun que éste se tratara sólo de ver cuanto puede uno fumar y beber a tan corta edad, o a cuántos y tan variados peligros se puede uno exponer. Fue así que la convencí a tirarnos la pera al cole un día y nos fuimos a beber cervezas abajo, a la playa, con dos chicas que ya estaban en quinto. Nos ampayaron. Sus viejos le prohibieron terminantemente verme. Era lógico. Eramos chicas y yo más bien ya era una suerte de otorongo, un ser peligroso, nocturno, perceptible. No sé cómo ni porqué un día nos atrevimos a conocernos. Me retaron a conocerme y yo acepté el reto. Resultado: domingos familiares impostergables e interminables de ron con concentrado industrial de kiwi. Todos borrachos. Todos poetas. Final de los ochentas.
Las demás, naturalmente, al ver que su súper-amiga-fancy-girl me empezaba a hablar en los recreos, empezaron a hacerlo ellas también. La verdad, para esa altura del partido, ya me importaba poco. Y ya era un poco tarde. Hacía tiempo que me había perdido en los desiertos del amor y la soledad. Y ahí había encontrado a J. solita, temblando de amor y frío, con un ron en la mano. Ansiosa de literatura, de Vallejo y humanidad. J. real. J. eterna. Cómo abandonarla. Cómo olvidarla. Nos fuimos juntas a brindar más allá del mar. Más allá del dolor. Cerquita a la locura. En la orilla de la Ilusión.

4 comentarios:

Maria Hierba dijo...

q huevon el requisito de arriba, en cualquier portal blogger te aceptan en one asi publiques solo calatas.

mandalos a que se los cache un burro ciego, total, blogueratura debe estar lleno de poetitas mierdosos que escriben como el orto.

volviendo al post. esta de putamadre, no puedo decir otra cosa. ah no, si puedo, me mato tratando de adivinar quien es la ahora actriz de televisa, hacinedo calculos, tengo un nombre en mente, pero no se si sera ella... sera?

MUA - Jime Lindi dijo...

Hermana de mi alma...Esto es de lo más bonito. Te echo de menos...Ahora leí un poemita lindo de Luis Hernandez que se que te gusta, ahi va:
Nunca he sido feliz
Pero, al menos,
He perdido
Varias veces
La felicidad

Te kiero guapa. Vaya bien y lléveme el Jueves a la playita puessss... Mua!

K. dijo...

Gracias J. Tú sabes que todo es crónica.

AMO A LUCHITO H!!!!! De dónde consigues su poesía?
Me he recorrido Lima buscándolo y nadie lo ha publicado en un libro...

EDITEN A LUCHITO H.!!!!

K. dijo...

Cómo me gusta este post.
Me hace llorar.
Teatrera ojo aguado.