miércoles, 27 de noviembre de 2013

Melancolías y Manifestaciones - Lola Arias - FAEL

Ayer fuí a ver Melancolía y Manifestaciones en el FAEL. Una obra bonita, triste, muy bien planteada, limpia y sentida. Es el relato de una hija acerca de su madre y la depresión nerviosa de la que es prisionera. La depresión nació el mismo año en que nació la hija, que coincidentemente es el año en el que estalló la dictadura en Argentina, 1976.
El montaje, impecable, se sostiene sobre recursos sencillos pero efectivos, el relato testimonial de la que llamaremos La Hija, música en vivo, video proyectado sobre una escenografía que es versátil y efectiva, la voz de la madre verdadera, original, actuada en play back por la actriz que representa a La Madre, y en especial, lo que a mí me resultó más conmovedor fue la presencia de otros cuatro actores, todos sobre los sesentaicinco años, aprox. Ellos me hicieron sentir la realidad de La Madre, sus blandas clases de gymnasia, sus manifestaciones políticas - por ser gente que vivió en verdad el tiempo de los desaparecidos-, la innegable llegada de la vejez, la proximidad del desenlace, la impotente pasividad del que está condenado a ser un espectador. El deterioro. El olvido. La resignación.
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Tomé muchas notas durante el espectáculo, pero ahora me parecen anecdóticas y nada más. La obra estaba dividida por secuencias con un título. Cada uno de estos cuadros representaba una de las facetas de La Madre en relación a su contexto y a su enfermedad, como por ejemplo LAS DOS CARAS DE MI MADRE, secuencia en la que hablaba de su madre deprimida y su madre eufórica, cosa que hay que haber sido familiar de un maniaco depresivo para comprender en su terrible magnitud. El enfermo posee, como ella misma dice, las dos caras del teatro, y tú nunca sabes cuándo aparecerá una, y cuándo la otra... Conozco a alguien que le sucede lo mismo.
O EL DINERO, que narra la generosa cleptomanía de la madre, ya que le da por robar cosas para hacer regalos, o como la ACOMPAÑANTE que cuenta que tuvieron que contratar a un acompañante terapéutico para la madre, ya que cuando estaba sola no sabía si estaba viva o muerta, o EL SUICIDIO, deliciosa secuencia en la que oímos la voz de la madre desde los labios de la actriz, contándonos cómo ha pensado suicidarse. Tirarse del balcón, por lo efectivo, por lo mismo es bueno tirarse al metro, porque luego, viste, pasan los vagones y pasan y se shevan la tristeza, el vacío... Las balas, no, es muy sucio, imagináte todo regado de sangre, no... No es lo mío... Y con las pastishas... y, el problema siempre es que alguien te encuentre, te salve y te quedés ni aquí ni ashá, como en el medio, viste...
Los gestos pausados, sostenidos en su propio tiempo de La Madre, su manera desarticulada de hablar, siempre como para ella misma, como hacia adentro, haciéndose difícil de comprender para quien intenta comprenderla... La languidez física de la Hija, sus ojeras naturales, la melancolía de su voz, de su mirada, la resignación, su vientre inflado, porque ahora, también ella será madre y sabe, que la depresión es una enfermedad hereditaria, como ella misma dice, Una joya, que se lleva en la sangre...
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Fue el final lo que más me conmovió. El momento en que relata una anécdota en la que ella, muy niña, se come- nadie quiere recordar, ¿una pastilla? ¿un blister entero?, nadie recuerda-, las pastillas antidepresivas de mamá. La llevaron a hacerse un lavado gástrico, y la Madre lo narra con una soltura, con la irresponsabilidad de una niña que comprende el atractivo por las pastillitas pequeñas de color rosa y termina diciendo que Nada, pero vos estabas perfecta, vos, a vos no te pasó nada... La Hija, nos dice que se pregunta si esas pastillas no la convertirán en una suerte de Aquiles, siente, que tomarlas fue como que la sumergieran en la laguna del remedio pero que le quedó la sospecha de haberle quedado en el talón un punto en el que podría llegarle un día la flecha de la depresión. Y tumbarla irremediablemente.
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Yo conozco a alguien que también le provocaba con frecuencia suicidarse. Pero a ella le daba en el día de la madre, en navidad, todos los años, a la grande. Nada de pavo, al carajo los regalos, me encierro a llorar y a gritar que voy a suicidarme. Cerraba la puerta de la casa por dentro, nadie más que ella tenía la llave. Yo conozco a alguien que cuando estaba eufórica era la persona MAS MARAVILLOSA DEL MUNDO, y que luego, cuando caía, pegaba duro, tan duro, con golpes y con palabras, como nadie. Yo conozco a alguien que me decía con frecuencia que un día llegaría a su casa y la encontraría muerta de varias semanas, pudriéndose y llena de gusanos. Pero no me daba la llave para poder ir a chequearla cuando se deprimía y descolgaba el teléfono. Y así pasaban semanas, pensando yo, segura yo, de que ya se comían los gusanos al ser que más había amado en la tierra, pero que si acaso estaba viva y le tumbaba la puerta , me iba a tragar con zapatos por joderle la chapa... Yo conozco a alguien por quién daría la vida que a veces me dice que yo un día le dije que la iba a matar. Yo eso no lo recuerdo. Juro que nunca lo dije. Pero ella tampoco recuerda todo lo que hizo, o tiene una explicación para todo lo que hizo. Yo también tengo una explicación para lo que pasó: estaba enferma, muy enferma de depresión. Enfermedad en esa época considerada simple capricho. Enfermedad de la que aún casi no se sabe nada, y en la que los remedios parecen enfermarlo a uno cada vez más. Enfermedad que se roba y te mata a quién más quieres y te trae de regalo a su gemelo malvado. Enfermedad que contagia, cierra la garganta de la alegría y nunca más te deja sonreír sin tener en el fondo ganas de llorar, asombrado, abrumado, confundido por la inesperada presencia de la felicidad. Sí, conozco esa enfermedad. Es un cáncer que contagia.
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Tal vez por eso la obra no me conmovió tanto. Mis espectativas fueron muy grandes. Comparado a lo que yo conozco, esto era un paseo por los Campos Elíseos, galletitas con mermelada de naranja a las cinco con té inglés. Me hizo recordar a una amiga con la que me encontré precisamente hace poco, muy conmocionada, porque la habían asaltado y la habían mañoseado y tocado y ella estaba aún aturdida - aunque había sido un par de días atrás- y me decía que se sentía vejada, violada. No, le dije, Tuviste suerte, mucha suerte. Muchas de las mejores actrices que conoces, han sido abusadas, violadas de verdad. Yo sé que te sientes mal porque te tocaron tu florcita, pero créeme, no es lo mismo que te la revienten. Tuviste suerte, mucha suerte. Es posible que ella me haya odiado un poco por minimizar la inmensa violencia de la que fue víctima. Pero en verdad, hay cosas mucho peores, y hay que salir adelante intentando dejar de llorar. En todo caso, el infierno personal es siempre el infierno de uno, uno y sólo uno sabe cuánto cuesta y cuánto duele. Pero es bueno no perder la perspectiva. Hay infiernos peores. El mío fue mucho peor que el de la Hija. Pero hay otras Hijas, con infiernos mucho peores que el mío.
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Dicen que la depresión es hereditaria, y yo creo que es así. Pero creo también que, hasta cierto punto, uno puede (y debe) combatirla a muerte con suma responsabilidad. Intentar ser felices sin destruír al resto es el gran arte de la vida para los depresivos. Y rogar a Dios con toda el alma, para que no haya motivos reales para caer en una real, profunda depresión.
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Ese pantano personal donde no entra la luz del día.
Ese lugar viscoso y tibio, sucio de mierda milenaria, asentado en las paredes del alma.
Ese lugar sin eco, donde no llega voz alguna sino la tuya propia.
Y es la voz de un monstruo enfermo que te odia.
Ese útero sin Dios.
Esa manera de perder la vida.
Ese agujero negro,

negro,

negro,

negro.

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Epílogo: Así se titulaba la última secuencia. Aparece La Madre sentada en una esquina como en el grabado de Durero titulado Melancolía, con sus alas de ángel, con todas sus cositas robadas, con sus cientos de cajas de antidepresivos regando el piso, cantando sola una canción ininteligible... Las persianas se cierran y ves proyectada la imagen de la madre real, que es en verdad quien canta, sentada sola en una banca de jardín, sola ella en su mundo de tristeza, sola para siempre, sola desde la médula, sola a pesar del verde que la rodea, de la cámara que la filma, de la hija que la espera.
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Sola para siempre, su canto inaudible confundido en el rumor sordo del universo.

jueves, 14 de noviembre de 2013

Bolognesi en Arica

De no haber sido por el enorme aprecio a mi gran amigo Alonso Alegría, no hubiera ido de ninguna manera a ver una obra titulada "Bolognesi en Arica". Qué pepinos me importarán a mí los militares y sus dilemas, sus rollos de delimitaciones, sus jerarquías fálicas y esa espantosa, absurda respuesta que brindan inflados como pavos gordos y como si fuera motivo de orgullo: "recibía órdenes", justificando así cualquier alucinante aberración. Tira de vacas. Ovejas.
No se me culpe. Soy de una generación sin héroes, que no ha visto a los militares hacer más que estupidez tras estupidez, incluída la inconcebible, magnífica corrupción que corre por las venas del cuerpo militar. Para mí, siguiendo mis referencias históricas contemporáneas, militar equivale a estúpido, tarugo, incapáz, ladrón, demagogo, violador, asesino impune, prepotente, bruto, inculto, cobarde, estrecho de mente, de gracia y de espíritu independiente. Son como ovejas caníbales asesinas, un íncubo innecesario a nivel mundial.
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Existe, sin embargo, un único tipo de evento militarizado que me conmueve profundamente, aunque también implique, casi siempre, el derramar sangre. Y esa es La Resistencia.
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La Resistencia, con mayúsculas. La Resistencia del niño que no se deja abusar por sus compañeros/padres/maestros. La Resistencia de la hembra que no deje que le pegue su amado marido. La Resistencia de la gente sencilla que no quiere que contaminen la tierra, porque ellos sí, la saben sagrada. La resistencia de los varones que no quieren invasores que violen a sus mujeres y humillen a sus hijos. O que los humillen a ellos mismos, porque tienen sentido de la honra. La Honra. Y entonces sus hijos, se convierten en todos los niños de su tribu/país. Y las mujeres anónimas y su ventura se convierten en el destino de la mujer propia. Y entonces nace un sentimiento, heroico, en gente pequeña que ensancha a conciencia su corazón y permite que se vuelva tan grande, tan inmenso, y acepta el dolor de ese crecimiento con tanta grandeza, que contempla incluso el sacrificio propio, hasta la muerte acaso, si es necesario. Nacen entonces los verdaderos héroes.
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Porqué ahora que somos más inteligentes/avanzados/interconectados somos más imbéciles y mucho más cobardes y egoístas? Pregunto. Me da mucha curiosidad.
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Alonso Alegría es un muy querido amigo. Pero tus mejores amigos, son los que más quieren y esperan de tí. Por lo tanto son tu peor público. Sabía que durante la temporada oficial Bolognesi había sido- increíblemente- aplaudido como un rock star, eso me despertó la curiosidad. Llegué tarde al Teatro de la Plazuela de las artes, donde una encargada -militarizada, verde, más verde que una lechuga- me impidió colarme en nombre del amor al arte. Cumplo órdenes, me dijo, y yo la odié toditita con su uniforme de ejército teatral y todititas sus credenciales. Espero el intermedio con otros incautos, para ver aunque sea el segundo acto y no quedar mal con mi amigo. Qué fiaca ver una obra tan comenzada. Igual me quedo.
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Lloré desde el minuto tres después de la apertura del acto con un títere que hacía del ex-presidente Piérola, es que eso estuvo muy gracioso. Todo lo que vino después, estuvo emocionante, triste, desesperante, alucinante, todo, menos gracioso. La misma sensación que vivo día a día cuando escucho las noticias de los que rigen ahora mismo y desde siempre nuestro país. Hubo muchas cosas que me conmovieron hasta el rimel corrido. Ojo que la sala tenía la luz encendida. He llorado igual, y no era la única, para nada. Lloramos a moco tendido varios en la sala... muy emocionante. El público aplaudió de pie, y quería seguir aplaudiendo. Si algún día la reponen, la veré de nuevo, pero desde el primer acto ;) , aunque tenga que amordazar a la encargada.
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Una suerte de profesora le enseña al público la historia de Bolognesi. Entre el público se encuentra una chica  tan bastamente estúpida como la modernidad misma. A la niñata ni le interesa la historia, ni guarda ningún respeto por el estúpido sacrificio de estos llamados héroes. Los encuentra simplemente idiotas, así como son de idiotas sus constantes preguntas a la profesora. Excelente personaje y excelente recurso dramático para que nos cuenten una historia que creemos que ya conocemos sin que nos quedemos dormidos en el intento. En escena, están también presentes los protagonistas de esta historia, Bolognesi, todos sus generales, sus mensajeros e ingenieros y tres rabonas. Las rabonas eran las mujeres que acompañaban a las tropas, que como no gozaban de ningún tipo de logística organizada por los altos mandos para la comida, costura, enfermería y demás, fueron de suma importancia durante la guerra. La triste guerra con el país hermano de Chile, con quienes habíamos combatido no hacía mucho hombro a hombro para expulsar a la entonces abusadora España de nuestra Latinoamérica, ya que, como dijo Bolívar, Para nosotros, la patria es Latinoamérica. Ya desde allí estamos llorando. Porque es verdad. Latinoamérica es y debe ser siempre una sola sangre, un solo amor, una sola familia y un solo corazón. Somos una gran familia que debe mantenerse unida contra toda manipulación... ¿cuándo olvidamos eso? ¿Cuándo empezamos a dejar que vendan nuestra patria? Y la gente como yo se pregunta lo mismo que la boba estudiante: ¿Qué será la patria? ¿Con qué se comerá eso que no se ve ni se toca pero se moría y se muere por ella? ¿Qué es la Patria? ¿Una Diosa Milica? ¿Una idea facha? En estos tiempos en los que esa palabra ni se reconoce, no parece tener ningún sentido sacrificarse por ella. Como se dice en mi tierra, para cojudos, los bomberos.
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Pero por esa razón murió este heroico grupo de gente: por defender el honor de la patria (Qué es eso?!?) Pues viendo la obra, fui comprendiendo qué era eso. La Patria no es sólo la tierra que luego los políticos venderán para sus bolsillos. La patria, es todos los valores que nos representan como grupo humano: el sentido de la libertad de acción y opinión, el respeto a otras creencias, el respeto a nuestros valores, principios, a nuestras ideas básicas. La patria, en nuestro caso, es la idea de la libertad y la justicia para todos, sin diferencias. Y se practica en nuestro territorio. Son nuestras costumbres.Y aunque esa es una idea, y aún no hemos logrado ponerla en práctica, es la idea de un mundo mejor y más justo, y por eso, debería valer la pena morir. Bolognesi sufrió el abandono en Arica, tuvo que tomar decisiones solo, con sus generales. Y tal vez fue mejor así. Porque el bulliying territorial no puede ser permitido, y se requieren hombres y mujeres con mucho temple y buenos líderes para hacerle frente. Y si no hay buenos líderes mejor que ni los haya, y así actuamos según nuestra conciencia, que casi siempre nos lleva por el camino del deber, que, a la larga y una vez cumplido, es lo que da mayor satisfacción. Así que eso era morir por defender el honor de la patria. Así que la Patria no era una puta adicta y decadente que todos usan y desechan y que se vende sin respeto alguno al mejor postor. La Patria era otra cosa, y valía la pena defenderla.Mira tú.
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¿Qué se toca en una ocasión como ésta? ¿Qué canción se le puede regalar al general que espera en el desierto, completamente incomunicado, las órdenes y refuerzos de una tira de políticos politiqueros que le darán la espalda? Qué se toca en una ocasión como esta, se preguntan las tres raboncitas, que al inicio acompañan a las tropas, y que, hacia el final, conmovidas por el coraje colectivo, se convierten en soldaditas. Como hombres, dicen. Sin miedo a la muerte y con tanto miedo a ser violadas. Ellas se quedan en el morro a contar cañonazos propios y ajenos y a ensayar una canción, una que por favor no sea La Viuda Alegre, para el valiente, el admirable general abandonado con sus tropas en el desierto. ¿Pero, qué se toca en una ocasión como esta? Donde se está dando la vida por el país, por gente que ni se conoce ni se abraza, por el futuro de la patria, qué será eso, la estudiante en el público escucha y pregunta cada vez más impotente, Porqué el general no se rinde, porqué es tan cojudo, porqué es tan suicida, y ni lo uno ni lo otro, señorita, y es que sin órdenes la conciencia dicta: Resistiremos.

Viva el Perú, clama muy bajo Bolognesi en una de las últimas reuniones con sus jefes de tropa, y ellos responden bajo, llenos de amor y furia, viva el Perú, porque el Perú es más que estos malditos que nos dejan como a Juan el Bautista clamando en el desierto, porque el Perú es más que este abandono, esta cacha, esta sorna con la que no responden a nuestros pedidos, el Perú es un gran amor, un gran amor que no se veja, y se protege como a una mujer, como a un niño, hasta la muerte. Viva el perú, gritan callado, han venido a pedirnos que nos rindamos, y es ese grito ronco y quedo un pacto sagrado sellado incorruptiblemente por el sacrificio, por la muerte inminente. Porque no somos gallinas para morir o correr como gallinas. Un soldado aterrado por los cañonazos se acerca al general y le dice Nos están bombardeando y he descubierto un código, señor, nos están bombardeando en morse, ¿Qué dicen? Nos escriben con los cañonazos y nos dicen Lemings, Lemings señor, ¿Qué son los Lemings? Pregunta Bolognesi y el soldado aterrado, le cuenta que son unos animalitos que viven en las islas y que cuando están amenazados se tiran todos juntos al mar, Eso es lo que quieren señor, le dice el soldadito aterrado, Que nos lancemos al mar, ¡que nos suicidemos como lemings! Bolognesi calmo le explica que, tal vez si escucha mejor, escuchará otros códigos que digan otra cosa, como por ejemplo, Leiva (miserable general que nunca llegó con los refuerzos) está llegando...
Los personajes de la obra se lucen todos. El ingeniero que sin querer le enseña el camino a los chilenos para sortear las minas que él mismo puso, que viene a advertirles a los peruanos que serán sorprendidos por el este, y nadie le cree...
Porqué no te rindes, le pregunta la estudiante al general. Porque no puedo defraudar al Perú, le dice el general. Pero si el Perú ya te defraudó a tí, le reclama la estudiante, ya desesperada por el sacrificio inminente de las tropas. Y Bolognesi le responde, Por el futuro de la Patria, y la mira profundamente, como si supiera en el fondo de su corazón que esa misma estudiante unos siglos después no sabría nada de él, le importaría un apio su historia y sus razones, lo confundiría con Rasputín. Sin embargo, la chica reflexiona bajito, Qué seríamos sin Grau y Bolognesi, ¿Cómo dices? Le pregunta el general. Ella le repite mirándole a los ojos, Que qué seríamos sin Grau y Bolognesi. Y se lo pregunta con lágrimas en los ojos, pero lágrimas de orgullo y agradecimiento, de admiración, como se mira a un padre o a una madre que lo ha dado todo por tí. Qué seríamos sin ustedes que nos dieron el honor de sabernos una raza valiente, independiente, fiel a si misma. Qué seríamos, sin dignidad. Sin siquiera la idea de la dignidad. Ustedes, nos permiten caminar con la cabeza en alto.
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Luego de ver el general Bolognesi que sería abandonado porque el presidente Piérola creía que él era civilista y no pierolista, el general hace una triste reflexión: Los políticos, no tienen bandera. Y sigue siendo así. No les importa el país, ni la gente, ni el honor (con qué se comerá eso), ni mucho menos la Patria o la Pachamama tierra que los alimenta y los parió. No tienen bandera. No tienen ley. Son unos malditos que se venden la selva, la costa, la sierra y hasta los morros que quedan. Seguro hay algunos que valen. Lástima que esos trabajan de verdad, y por eso no los conocemos.
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Hay orden de silencio porque el enemigo está cerca. Las tres soldaditas han decidido qué cantarán y lo único que quieren es cantarle a su general antes del combate, porque luego quién sabe. El general desconcertado y desesperado les permite tocar su pieza ensayada para la ocasión, pero muy bajito. Las tres músicas comienzan entonces, casi inaudible de bajito, a tocar con sus xilofones y flautitas una frágil pero poderosa melodía: es el himno nacional. Un actor soldado entra a escena desbocado y explica jadeante que han sido engañados, que el enemigo ya está subiendo por el este. Ha llegado la muerte. Y ahora qué hacemos, pregunta una soldadita. ¿Y ahora qué hacemos?, pregunta Bolognesi, Ahora... ¡que nos escuchen! Y cantan entonces todos los actores el himno a grritos, a voz en cuello, como si en ello se les fuera en verdad la vida, como si el fútbol no existiera y la pasión del hombre fuera defender lo que considera justo, y el público canta con ellos, y la gente llora de amor y rabia, porque ese mismo amor por nuestra patria sigue vivo pero es visible más que nada en nuestro amor por el ceviche peruano, porque nuestros padres actuales de la patria dan asco y pena, como entonces, como siempre, cuántos peruanos clamando en el desierto, cuántos Bolognesis abandonados, cuánto peruano digno e ignoto. Y los líderes famosos son sólo estos perros que nos avergüenzan tan profundamente y que nos hacen sentir a veces, que nada parece tener sentido ni destino.
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Pero no es con esta sensación con la que dejas el teatro. Dejas el teatro llorando de rabia pero también llorando de orgullo y compasión, engrandecido, agradecido. Y así me siento ahora. Gracias general Bolognesi. Gracias a todos sus jefes en combate. Gracias a tí, Grau. Gracias a los actores, que por ratos me hecían olvidar que veía una representación. Gracias por su pasión y compromiso. Y gracias Alonso, por escribir esta obra, esta obra que desempolva a estos peruanos que nos hacen sentir héroes también a nosotros, por recordarnos que no somo hijos solamente de Garcías, Fujimoris, Montesinos, Toledos, Humalas. Gracias por recordarme que hacer lo correcto a veces desespera y parece inútil, pero que es en verdad, la única opción posible... gracias.
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Mensaje final:


Resistiremos.